Sesión 12: Detrás de todas las cosas














· (El whisky)
· Como el depósito de las cuestiones del otro
· Trabajo impersonal
· Las ganas
· (Un lugar así de chiquitito)

Lunes 7 de enero de 2013

Llego un poco tarde, apurada. Me gusta escuchar cómo suenan los tacos de mis botas en el pasillo. Golpeo en el consultorio y tarda en atender.
–Hola, Clara –se asoma D. y me saluda, haciéndome un gesto con la mano para que espere.
–Ah, bueno –respondo y me quedo mirando la puerta que se cierra. Desde donde estoy se escucha cómo hablan adentro del consultorio. Espero mucho tiempo hasta que la puerta se vuelve a abrir.
–Cuidate –dice D. mientras saluda con un beso a su paciente con la mano en el picaporte.
–Bueno, gracias –dice la señora que sale y se va rápido sin mirarme.
–Hola –digo yo, saludando en general.
–Hola, ¿qué hacés? –me da un beso sin cambiar de posición. Mientras espera a que entre me habla–. Entendí que llegabas tarde y me quedé con eso –cierra la puerta ruidosamente y cambia el tono de voz, ahora habla con mucho entusiasmo y casi a los gritos–. ¿Cómo andás, tanto tiempo? ¿Qué tal?
–Bien, ¿y vos?
–¡Bien! ¿Cómo va todo?
–Bien. ¿Te fuiste de vacaciones?
–No, estuve acá. Lo que pasa es que no me pude encontrar con vos porque era feriado. Por eso yo te dije si te querías venir ayer, que yo te veía, porque estos dos lunes cayeron feriados.
–Pasa que… viste que… estas cosas son como…
–Complicado –me interrumpe–. ¿Cómo pasaste las fiestas, con quién pasaste, qué hiciste?
–No… normal.
–Normal. ¿Qué hiciste? ¿Trabajo… trabajaste?
–No se trabaja, pero está abierto. Porque o me iba a mi casa…
–¿Sola estabas?
–O me quedaba ahí y…
–Y te quedaste ahí.
–Sí.
–¿Y cómo estás?
–Bien. Estaba pensando en la diferencia que hay entre… la vigilancia y la policía.
–A ver –habla riéndose–, ¿cómo es eso?
–Porque recién me crucé con uno que hace de vigilante y me preguntaba si tenía armas o no.
–¿Y?
–O si en este lugar hay cámaras de vigilancia.
–Acá –apoya el dedo índice en la mesa con fuerza y se le dobla un poco–, ¿acá te cruzaste con alguien de vigilancia, decís vos?
–No, cuando venía para acá.
–¿En la calle?
–Sí.
–¿Por qué lo viste?
–No sé, habrá ido a comprar cigarrillos.
–¿Pero de acá, del Centro Dos era?
–No creo, ni idea.
–Ah, ah. Y, ¿cómo sabés que era vigilancia?
–Y porque… no tiene el mismo uniforme que la policía.
–¡Ah…! Ok.
–Pero “parecen” policías.
–Sí. En general no tienen armas los que vigilan, ¿no? –mueve algunas cosas sobre la mesa, carraspea–. ¿Y? ¿Y vos cómo estás? ¿Tus cosas? ¿Tu mamá no volvió a comunicarse?
–No.
–No. No te volvieron a llamar. ¿Para las fiestas? ¿Hablaron, se comunicaron?
–No. Con los que hablo mucho es con clientes. Y estoy ahí como…
–¿Cómo qué?
–Prestando mucha atención a todo lo que dicen, a lo que hacen, o sea, como que requiere mucha atención de mí estar ahí.
–Mjm.
–Y… no sé, constantemente escuchando y… no sé.
–¿Y te gusta ese lugar de escuchar y de estar con ellos?
–Me desgasta mucho y me preguntaba… ¿por qué estudiaste psicología?
–¿Yo?
–Sí.
–No importa, si me pongo a contarte nos quedamos charlando hasta… –se ríe.
–¿Pero te gusta, por ejemplo, escuchar?
–Me gusta, sí, y me gustan otras cosas también. Pero la psicología me gusta.
–¿Hacés otras cosas aparte de…?
–No, no hago otras cosas. Pero viste que cuando uno ya pasa determinada edad se da cuenta de que le gustan otras cosas también. Como les pasa a todos. A vos también te gustan otras cosas, ¿o no? Pero lo que pasa es: ¿a vos te gusta lo que hacés o no? ¿Un poco?
–Es todo un tema eso porque… circunstancialmente me gusta. Pero… esencialmente me resulta como pesado.
–Clara, y… a ver, estamos tocando un tema que yo te dije y vos te quedaste pensando. El tema de por qué trabajabas ahí. Hablamos de que económicamente no te resuelve tanto… Está el tema del whisky también, que vos tomás whisky. Y que te viene bien porque vos vas, charlás, tomás whisky, estás, es un lugar para estar. Estás, tomás whisky, no estás sola en tu casa, te llevas unos pesos, o sea… ¿cómo ves lo que yo te decía? Porque por ahí vas por el whisky. Vos te quedaste cuando te dije eso, ¿no?, que me dijiste “y, la verdad es que no lo había pensado”. ¿Qué pensás ahora? ¿Lo pensaste, no lo pensaste?
–Y en realidad yo no sé si voy por el whisky, porque me podría comprar una botella de whisky y tomármela en mi casa.
–Uhum.
–Pero…
–Pero… te lo cobran. Y acá no lo tenés que comprar. El whisky está ahí.
–Bueno, si fuera así ya sería el caso de…
–¡No no no! –me interrumpe hablando rápido–. Bueno, pero a ver, a veces hay como una… un acostumbramiento a consumir determinada cosa y bueno, por ahí, tomar whisky todos los días es una costumbre para vos.
–Sí, pero… Pero por ejemplo, si yo voy a estar en este lugar…
–Sí. ¿Podés estar sin tomar whisky?
–Podría seguir tomando whisky no estando en ese lugar, o sea… “ese lugar”…
–Está bien… –me interrumpe pero yo no dejo de hablar.
–... no sé, más allá de que esté o no ahí…
–Vas a tomar whisky.
–¡Que tome o no tome whisky no depende de si estoy o no ahí!
–Tenés razón, pero digo… “tomar whisky”: ¿qué es para vos tomar whisky? Si no estuvieras ahí, ¿te comprarías la botella y te la tomarías vos sola?
–No sé, tendría que no estar ahí y fijarme.
–Bueno, pero ¿te gusta tomar whisky?
–Y…
–Vos me contaste que con el whisky como que te controlás, que no te desbordás –va enumerando arrastrando un poco la voz–, que podés hablar con los otros y mantener el control de la situación… vos me contabas de esto.
–En comparación con otras cosas –aclaro.
–¡Claro, con otras cosas! –repite, pero tiene un gesto que me hace pensar que no entiende bien a qué me refiero–. Pero… digamos, a mí me llamó la atención eso, o sea, me llama la atención por un lado… que sigas en ese laburo... ¡no tiene que ser fácil salir! Pero… tampoco te veo cien por cien convencida. De hecho venís acá un poco preguntándote qué hacer con el tema…
–Sí.
–Y de hecho seguís viniendo, no es que dejaste de venir y dijiste “ya está, ya me decidí”, digamos, ¿no? Como que no estás cien por ciento convencida… –todo el tiempo habla esperando que la interrumpa.
–En realidad lo que me pasa es que, eh… estar ahí, más o menos… o sea, es un trabajo y parece ser compatible conmigo. El problema es que siento que es como… finalmente soy como un depósito de las cuestiones de los demás.
–¡Claro!
–Y eso…
–Por eso me preguntás a mí por qué estudié psicología –me dice levantando las cejas, recostada en el asiento con los brazos cruzados.
–Sí.
–Bueno, pero por ahí hay un interés científico de entender la mente, ver cómo funcionan las cosas… no de solamente ser un depósito de lo que te cuentan los demás. A veces hay una necesidad de saber determinadas cuestiones.
–Esas cuestiones a veces pueden estar fuera de… del consultorio.
–¿Te interesa saber qué les pasa a los demás? ¿A la gente…?
–A veces sí, pero sobre todo a mí me pasa… por esto que te voy a decir.
–A ver –se acomoda en la silla y se pone un puño cerrado debajo del mentón.
–Me pasa que pienso en cualquier tipo de profesión… –estiro las palabras intentando generar cierta expectativa.
–Mjm –asiente con los ojos bien abiertos.
–Y siento que todo cae en ese mismo lugar en donde… de tener que relacionarse con los otros y que esa relación tenga como… un interés, que sea una relación interesada, como un intercambio.
–Sí.
–Yo te doy esto a cambio de esto.
–Sí.
–Eso puede ser… dinero, energía, atención, lo que sea. Entonces…
–¿Y qué? ¿No querés que haya interés en las relaciones? ¿Tienen que ser desinteresadas?
–Y eso sería en el plano de lo ideal. Pero es como…
–No, en el plano de lo ideal, no.
–Es casi imposible.
–¿En el plano del amor?
–¡Y también hay un interés!
–¿Sí?
–“Yo te quiero para que me quieras”. O sea, nadie quiere a alguien que no lo quiere. A no ser que sea medio enfermo y crea que lo quiere y en realidad no.
–Bueno, pero por ahí pasa que querés a alguien…
–Que es peor.
–Y no pensás si te quiere o no.
–No, ¡hay una reciproc…! –cuando digo reciprocidad me trabo e intento repetir la palabra algunas veces pero me sale mal, entonces me sonrío y dejo de hablar.
–¿Y cómo estás con el amor? ¿Estás con alguien? ¿Cómo… cómo andas con eso? Porque estabas con alguien así como que… en un momento… –me mira de costado, espera. Se escuchan voces del pasillo mientras pienso.
–No sé, pienso en buscar un trabajo más impersonal y… ¿qué cosas son “impersonales”?
–¿A ver…? –estira el cuello y las palabras, adelantando un poco el mentón–, pensemos…
–Últimamente mi trabajo…
–Me gustan las cosas que vos planteás –me interrumpe–, porque me hacés… me hacés pensar a mí también. Esto de “quiero un trabajo impersonal” y “¿cómo es un trabajo impersonal?”
–Es una desgracia, porque es como trabajar en una… en una… ¿fábrica? ¿O haciendo encuestas? O sea, son los trabajos que más se ofrecen porque son los que nadie quiere hacer.
–¿Sí?
–¡Son un horror!
–Yo no sé, no tengo idea pero…
–Es como que… son impersonales porque por más que haya otra persona no te importa nada. Apretás “play” y largás todo. Es como… ¡peor! –ella intenta decir algo pero no la dejo–. O sea, son impersonales porque borrás a la otra persona.
–Está bien. Pero el contacto con la gente te gusta.
–No me gusta.
–¿No te gusta? ¿Y entonces?
–No… no sé.
–¿Y por ejemplo si trabajás de telemarket...? ¿Escuchar gente…? No vendiendo sino que a veces tenés que escuchar las preguntas de la gente…
–¡Peor que lo que estoy haciendo ahora! Ahora, en este momento, estoy en un lugar sentada…
–Sí…
–Donde tomo whisky, charlo –empiezo a reclinarme sobre el respaldo y a arrastrar un poco la voz.
–Claro, relajada…
–De última –desde mi nueva posición hablo con los ojos entornados como si estuviera realmente en el bar–, intentando ser complaciente… –ella se ríe.
–Bueno, ¡entonces está bien!
–¡No, no! El problema…
–¡Estás contenta!
–No, no… ¡nooo! –ella vuelve a reírse.
–¿Por qué?
–Porque pienso en esto… por ejemplo, la guitarra. Digo “sí, me encantaría tocar la guitarra. Sí, qué bueno, estoy armando un lugar para tocar”.
–Sí…
–Y una de las cosas que hace que no termine haciéndolo es que… yo tengo que, igual que todo el mundo, sostener… mi vida, un lugar donde dormir, tener algo para comer. Y si yo quisiera sostener eso tocando la guitarra, ya no tocaría la guitarra porque es algo que me gusta, “voy, toco y re lindo todo”… Sino que “todos los días” tendría que ir a tocar, cumplir un horario… ir tenga o no ganas de tocar. Entonces ya pasa lo mismo que lo demás. Me imagino vos: ¡hay días que tal vez no tenés ganas de venir acá a escuchar a la gente…! –termino la frase con gesto de asco.
–Sí.
–Tal vez tenés ganas de quedarte en tu casa mirando el techo y no tener que venir, entonces ahí es donde empieza a transformarse en… “eso”. Ese interés…
–Sí…
–Empieza como a desfigurar todo y arruina la relación o el vínculo que hay.
–El interés ¿qué sería? ¿El de ir a trabajar, ganar plata?
–El intercambio. ¿Ese intercambio que hay necesariamente en una relación?
–Mjm…
–Se termina convirtiendo en una obligación. Entonces, si yo al principio ahí iba a tocar la guitarra porque me gustaba, después tengo la obligación de ir a tocar. Porque está ese intercambio, en donde yo voy a cambio de eso.
–Sí. Habría que pensar si es posible que no haya obligaciones, porque vos ahora también vas a un trabajo en donde tenés que ir todos los días.
–¡Y por eso! Entonces, ¿hay algún trabajo o relación o vínculo que no tenga una obligación?
–Habría que pensarlo, ¿no? La verdad que no lo sé.
–Yo creo que no.
–Y… ¿entonces?
–Entonces… –la miro mientras pienso, las dos hacemos movimientos de afirmación con la cabeza–, ¡tendría que jugar a la quiniela y ganármela! Y después no me vinculo con nadie, sólo cuando quiero, no hago nada que no quiera...
–Bueno, pero los artesanos, la gente que trabaja así…
–¡No, los artesanos es lo mismo, están tirados todos sucios en la calle, esperando que alguien les compre! –respondo indignada por la comparación.
–Bueno, pero…
–Y están ahí obligadamente todo el día porque si no, no comen.
–Bueno, pero hay gente que, qué sé yo, depende cómo trabajes. Por ahí, qué sé yo, no sé… Lo que pasa es que es difícil, ¿no? que el trabajo sea siempre placentero, es como un ideal, ¿no? –nos miramos en silencio, yo estoy muy seria, ella no tanto–. No sé si se puede, si es posible que sea cien por cien placentero el trabajo. Y que sea trabajo. A veces… sí hay algo que tiene que ver con la obligación o… pero digamos, el tema es qué te pasa a vos con “tu trabajo”, más allá de las generalidades.
–El tema es que digo “bueno, voy a este trabajo…”, o sea, esto que te estoy diciendo es lo que me traba, “voy a este trabajo porque bueno, sí, no me gusta tanto ¿pero lo demás? ¡Es lo mismo! Hay que cumplir un horario, hay que ir…”. O sea...
–¡Sí! –responde, como si estuviese diciendo una obviedad tras otra.
–Entonces, bueno, en este trabajo voy a tratar de…
–No te tomarás un whisky, te tomarás un café, ¡qué sé yo! –se despega de la silla y vuelve a apoyarse muy rápidamente, como si hubiese rebotado en el lugar, cambiando la postura de un costado hacia el otro–. Total… ¡es lo mismo! –dice entre risas.
–Entonces digo “bueno, ok, si estoy en este trabajo voy a tratar de hacer algo que me guste”.
–¿Y qué te gusta? ¿Tocar la guitarra…?
–Entonces digo… “bueno, me pongo a tocar la guitarra”. Y después, cuando tenga que ir a tocar la guitarra, no voy a querer tocar.
–¿Y?
–Llegué el otro día a mi casa con la idea de ¡ir a un conservatorio!
–Sí…
–Entonces digo… –levanto los hombros y las cejas moviendo la cabeza negativamente.
–¡Clara, no querés nada! –mueve las manos de arriba hacia abajo–, no querés este… te das cuenta que no querés este… ¡hacer nada!
–No sé.
–¿Tenés que practicar? “No, practicar no. Entonces mejor no” –me imita con cierta burla.
–¡Pero no es eso! Es el hecho de ir y que lo que hace de… ¿como de motor?
–¡Mjm!
–¿Como para que yo quiera estar ahí? Se transforma en una especie de… de obligación.
–¿Por qué de obligación?
–Y bueno, tenga o no ganas, tengo que ir a tocar la guitarra. Si tengo o no ganas tengo que ir y charlar con una sonrisa, igual.
–Y bueno, en un trabajo pasa eso.
–Si tengo o no ganas, en el caso de que tuviera una familia…
–¡Todos los trabajos son así!
–Tengo que sonreírle a mis hijos igual. Porque, ¿qué voy a hacer?
–Bueno, no, eso ya… –exhala una risa torciendo la cabeza para atrás.
–Pero es como… tenés que tener cierta, o sea…
–Sí… bueno, es verdad. ¿Sabés qué? Todo esto que dijiste está bueno como generalidad.
–¿Cómo?
–Como generalidad.
–¿Qué, no está bueno?
–No, no, está bien, lo decís como una generalidad, “todos los trabajos son así…”. Pero “tu” trabajo, “tu” forma de vida, fijate. Porque es verdad que todos tienen esta cosa de… Pero en tu trabajo podés tomar whisky pero tenés también que estar en horario, tenés que sonreír, tenés que… ¿no? Y eso es el trabajo, también. Entonces yo digo ¿qué te pasa a vos con ese trabajo? ¿Querés cambiarlo? ¿Tenés ganas de hacer otra cosa? Alguna vez lo hablamos ya, pero digo ¿querés hacer algún cambio de eso? Porque a veces aparece como algo imposible el cambio…
–Me gustaría cambiar, pero por ejemplo…
–Mjm.
–Pienso en cambiarlo y digo “¡pero va a ser lo mismo!”.
–¿Por qué?
–O sea, la estructura de la cosa que no me gusta acá es la infraestructura que sostiene todos los lugares donde yo podría trabajar.
–“Todos los lugares…”, es verdad, todos tienen esa estructura. Sí, todos tienen esa estructura, es verdad.
–Y después pienso en que no solamente los trabajos y las profesiones son así, sino los… ¡las relaciones! O sea, para que exista una relación tiene que haber un intercambio y en ese intercambio hay un interés. Yo me relaciono con vos por cierto interés y el otro se relaciona conmigo por cierto interés.
–Sí… –la “i” suena como una “e”, y habla con las cejas hacia arriba y las comisuras de los labios hacia abajo.
–Interés en todo el sentido de la palabra, no solamente por un intercambio mezquino sino… nada, “me interesa por tal cosa”. Entonces, cuando ese interés se transforma en una obligación…
–Mh…
–Arruina la relación, el vínculo.
–¡Entonces no hay relación posible!
–Y es como… lo que me molesta no es el interés en sí, sino como el mecanismo de relacionarse.
–Es como que podés ver sólo una parte de las cosas, vos. Estás como muy enfocada en una parte, no podés ver…
–¿Cuál sería la otra parte, por ejemplo?
–Eh… Y tenemos que ver, tenés que pensar si hay otra parte. Si todas las relaciones son intereses, o si todos los trabajos son obligaciones… Tienen una parte de obligación, tienen una parte de interés, pero tendríamos que pensar, tendrías que pensar también qué tiene este trabajo para vos, por eso te sacaba yo la otra vez el tema del whisky o el tema de… porque algún encanto tienen las cosas para valer y vos lo que te estás perdiendo es el encanto de las cosas, un poco, ¿no? Como que te estás quedando sólo con la parte, uno diría… no sé si llamarla negativa pero muy cuestionable.
–Eso del “encanto por algo”… es lo que busco.
–Ah, sí…
–El “¿qué tenés ganas de hacer?”
–¿Y?
–Y cuando es una obligación, por más que no tengas ganas de hacerlo…
–¿Pero entonces…?
–Y, por lo menos algo hago…
–Te entretenés, digamos. ¿Pero disfrutas de algo, sentís placer por algo? Ya sea en una relación… ya sea algo que hacés, que te gusta… o estando con gente que querés, que te trata bien, a la que vos tratas bien porque querés… ¿Qué… qué…?
–Tendría que definir qué es disfrutar de algo.
–Mjm. ¿Y estás disfrutando… estás sintiendo algo que tenga que ver con lo placentero? Y con… con… ¿con estar feliz? Sentirte contenta…
–No, más bien pienso que estaría bueno, que sería placentero o que me gustaría tal cosa.
–Pero no lo hacés.
–Y es que esa “tal cosa” ocupa tiempo. Y no tengo tiempo. Ni ganas.
–Estás medio absorbida por el trabajo.
–No sé si es por el… sí, qué sé yo. Necesita energía.
–Claro, el tema es que vos ponés una energía en trabajar…
–Es que no me quedan energías, tiempo.
–Por eso, si querés seguir teniendo un trabajo que te saca tantas energías y no te deja tiempo para…
–Volvemos a lo mismo, lo que me saca las energías no es el trabajo en sí, si no esa estructura de trabajo, que son todos los trabajos.
Me mira con seriedad, suspira. Antes de volver a hablar hace una sonrisita que indica todo lo contrario a estar pasándola bien.
–No sé. Cuando un trabajo se torna así, hay que irse. Me parece a mí. Será mi postura, pero es así –levanta la cabeza y me mira desde arriba–. A mí también me pasa, vos me decís a mí, a ver “¿a vos qué te pasa?” Concretamente, ¿sí?, yo atiendo acá y atiendo en mi consultorio, y hasta hace poco atendía en Ramos Mejía, por el Hospital Italiano y otras obras sociales. Y la verdad lo dejé porque era un lugar que realmente me sacaba energía, ¿entendés a lo que voy? No es lo mismo que venir a atender acá o atender en mi consultorio. ¡Tuve que cortar! Me costó también tomar la decisión, ¡pero lo dejé! –llego a sentir su sinceridad muy profundamente–. ¿Entendés a lo que voy? No es lo mismo trabajar de psicóloga acá que trabajar, eh… por el Hospital Italiano, que trabajar en el consultorio. Es distinto. No es todo igual, no es todo lo mismo. No es lo mismo lo que uno siente. Entonces uno tiene que ser honesto y decir “la verdad que esto no, me hace mal, me saca las pilas, llego cansada, hago mucho viaje”. O “los pacientes son un plomo” –se ríe– o... ¡en serio!
–Por ejemplo, cuando un paciente te resulta un plomo, ¿qué hacés? ¿Le decís?
–Bueno, mirá, en general mis pacientes no me resultan nunca un plomo. Porque en el medio se corta, seguramente porque se va o porque… es así, ¿viste? “Mis pacientes” no me resultan un plomo.
–Si no se va ¿qué hacés? ¿Lo derivás?
–Lo derivo. Sí.
–O le decís “sos un plomo”.
–No, jamás. Un plomo te digo no por la gente, porque uno no es quién para juzgar a alguien, sino por el estilo de trabajo. Viste que a veces es plomo, como vos decís. Por ahí tenés una hora de viaje, llegás, cuarenta minutos con cada paciente, no podés ni respirar… ¡Una mala onda la gente que está ahí! –habla como haciendo catarsis–. Entonces, ¡me voy!, ¿sí? Pero no quiere decir que uno no pueda manejar esas cosas. Uno tiene… me parece que sí se pueden manejar esas cosas. Y no es lo mismo trabajar de psicólogo acá, o allá, o en la esquina. Digo, es distinto. Que no todo sea lo mismo, ¿no?
–Mh.
–¡Me parece que es así!
No respondo al gesto que me hace para que diga que sí. Me mira un poco y vuelve a sonreír.
–Digo porque… Yo no sé, pero me parece que a veces como que si no… entramos en la generalización y no sirve. Si no teorizamos sobre la vida… teorizamos sobre el trabajo… Concretamente, a ver, a vos, ¿qué te está pasando con tu vida? Ya… dejo el trabajo en paz, no hablemos del trabajo. ¿Qué te está pasando con tu vida? ¡Que no tenés mucha vida! –habla rápido y se contesta sola.
–El trabajo es…
–Es tu vida, para vos –me interrumpe.
–Y…
–¡Claro! Entonces… ¿Querés que tu trabajo siga siendo tu vida? ¿O querés tener un poco de vida, además de un trabajo?
–Me pregunto qué sería.
–Y hay que armarlo, hay que armarlo. Es el desafío que vos tenés por delante, digamos. Eh, que vos tengas este espacio para que yo te escuche ¡está buenísimo!, porque es verdad que vos te la pasás escuchando gente –mientras habla hace silencios para que la interrumpa–. ¿Mh? Entonces, me parece bárbaro que tengas este espacio, pero también estaría bueno que pudieras decir acá todo lo que se te pasa por la cabeza. Sé que lo decís, pero que puedas hacer algo con lo que te molesta también. Con lo que no te gusta. Apostemos porque puedas cambiar algo acá. ¿Mh? –me mira en silencio y por momentos le asoma esa sonrisita compasiva–. ¿Qué pensás? Me mirás así como… –se ríe con un soplido.
–No, pensaba en esto de los trabajos impersonales.
–¿A ver?, contame, ¿qué sería un trabajo impersonal?
–Que no tenga que relacionarme tanto con la gente. Que no se me demande…
–¡Claro! ¡Que no te demanden “escuchame, atendeme, charlame”!
–¿Pero ya el solo hecho de hablar e ir todos los días? Es un plomo.
–La verdad que sí, es un plomo ir todos los días a un lugar… sí.
–Te demanda todo.
–Sí, es un plomo. Lo que pasa es que bueno, a veces, la gente tiene beneficios del trabajo. Qué sé yo, junta plata, ahorra, se va de vacaciones, hay gente que disfruta del trabajo en sí, ¿no? ¿Cuánta gente hay que disfruta del trabajo? O por ahí hay gente que se queda en la casa y no quiere estar en la casa, ¿no? Porque eso pasa también. Gente que le gusta el trabajo que hace, no es solamente la plata, lo que gana, o la gente que conoce, o cómo se distrae. Le gusta el trabajo en sí. Entonces ¿qué podrías hacer vos que, además de estar ahí, ganaras un poco más de plata, vivieras de otra manera, te pudieras dar gustos? ¿Se te cruza eso por la cabeza o…?
–Sí, pero no sé. Pienso justamente en esa parte y ya solamente la idea de que tendría que ir todos los días, me saca las ganas.
–No. Bueno, pero hay trabajos que no son todos los días –mientras habla toma la lapicera que hay en la mesa y golpea la punta mientras la recorre con el dedo índice y pulgar, cuando llega hasta abajo, la da vuelta y golpea con la otra punta, recorriendo nuevamente toda la lapicera con los dedos para volver a empezar. El sonido de la lapicera al golpear la mesa llega a producir un ritmo bastante estable.
–Bueno, si vamos al caso éste es bastante así, que se supone que lo movés, qué sé yo –arrastro un poco la voz.
–Que vos podés ir y…
–Que no es que estamos tipo… cumpliendo un horario.
–Mh.
–O sea, generalmente no sólo no cumplís un horario, sino que… –aspiro con los dientes apretados.
–Y ¿por qué hablamos siempre de este trabajo? ¿Por qué pensás que terminamos siempre hablando de tu trabajo?
–Porque… ¿es a lo que me dedico?
–¿Y qué más?
–Y siento que… ¿agota mis energías?
–Uhum. Ponés todas tus energías. O sea que…
–Por ejemplo –la interrumpo–, el otro día tenía como una imagen que era… antes de que yo esté ahí no había una mesera, no había meseras. Y medio que me inventé ese trabajo yo, el de llevarle la copa al que está ahí en la mesa.
–Y charlarle.
–Y en realidad lo que le estoy llevando son mis energías.
–Ajá, ¿y?
–Y qué sé yo, no sé, es un lugar en el que constantemente tenés que estar brindando servicios, porque si estás un segundo así –me quedo dura por un instante–, es como…
Ella levanta y baja la cabeza, se queda moviéndola así mientras empieza a hablar y deja la lapicera donde estaba sin hacer ruido.
–Difícil. Difícil todo, ¡es difícil! Pero, pero lo que yo siento es eso, que terminamos siempre hablando del laburo, como que más allá de eso no podemos hablar nada. No podemos hablar de otra cosa. Y a vos también te cuesta salir de ahí y armarte otra cosa. Eso es lo que tenemos que cambiar, a ver, si vas a poder armar otra cosa, aunque sea un espacio así de chiquitito –ubica los dedos índice y pulgar delante de sus ojos entornados–, pero un espacio tuyo, que hagas tus cosas, que seas Clara por fuera del trabajo. ¿Mh?
–Sí.
–Bueno, Clara, eh… entonces ¿nos vemos el lunes que viene? ¿Dale? Este lunes una y media, el otro lunes también, y después de ahí yo no voy a estar por unas semanas y antes de irme arreglamos para ver cuándo nos volvemos a ver, ¿dale? –ahora sonríe ampliamente y su voz es fuerte, alegre–. Bueno, el lunes te espero.
Se levanta apoyándose con las dos manos en la mesa, camina hasta la puerta mientras yo también me levanto y una vez ahí me vuelve a sonreír, pero esta vez frunce la nariz y entorna los ojos.
–Chau –me dice mientras me da un beso.
–Chau –le respondo saliendo del consultorio, y cierra la puerta rápidamente.