· El show
· Los papeles I
· Las vacaciones
· La pantomima de la diversión
· El huevo podrido
· Brilla por su ausencia
· La rutina y las clases de canto
· (Cambiar de casa)
· (Cambiar de trabajo)
· Los papeles II
Lunes 10 de diciembre de 2012
Camino lento,
llego, espero delante de la ventanilla a que me den el bono, pago, me siento y
pienso en que hoy no tengo ganas de hablar. Las sillas están en “U” y no hay
mucha gente, se puede escuchar el ruido que viene de la calle. También se puede
mirar la calle por la puerta de vidrio: está horrible, llueve.
En uno de los
pasillos hablan pero no se escucha bien lo que dicen, a mi izquierda hay una
señora con un paraguas y las piernas cruzadas esforzándose por leer un mensaje
en su celular. De vez en cuando busca algo en su cartera, niega con la cabeza
chasqueando la lengua y vuelve a intentar leer.
Veo cómo se acerca D.
desde la puerta del consultorio. Está apurada, camina rápido y se abalanza sobre
la sala de espera sin notarme.
–¡Hola! –le digo desde mi silla, interrumpiéndola.
–¡Ay! –se sobresalta–. Te veía y no te veía en
realidad –me levanto y nos damos un beso–. Hola, Clara, ¿cómo estás? ¿Qué tal?
–Esta vez llegué temprano –digo por decir algo
mientras caminamos por el pasillo.
–No, yo fui a llamar por teléfono porque estoy sin
celular.
–Ah…
Mientras abre la puerta, me deja pasar y vuelve a
cerrarla con mucho ruido, me habla sin que pueda escucharla muy bien.
–¡Se largó una tormenta! –se arregla el pelo
mientras se acerca a su silla–. ¡Ah…!
–Sí, terrible.
–Esto de no tener celular es un… –niega con la
cabeza y ordena algunas cosas en el escritorio–. Se me rompió la… la… parte
esta, ¿viste? –y me señala un costado de una libretita como si fuese el
celular.
–Ay, no… ¿en serio? ¡Qué horror!
–Bueno –se arregla el pelo nuevamente y respira
hondo–, ¿cómo andas? Contame.
–Bien, ¿vos?, ¿cómo estás?
–Bien… –me mira de costado, entrecerrando los ojos–.
¿Qué pasó el otro día? No viniste.
–Eh… sí. Estaba durmiendo, pero bueno, no llegué a
tiempo.
–Claro, te venías más tarde –tiene una sonrisa
radiante y habla muy rápido–. Bueno, ¿cómo andan las cosas? ¿Qué pensaste? ¿Te
quedaste pensando en algo? ¿Cómo está todo? ¿Qué novedades?
–Eh… me llamó… Estuve viendo… Hay una chica que
está… bailando, hace como un show…
–Sí.
–Que está hace bastante y… y tiene una hijita.
–Ah, me acuerdo. Sí, sí.
–Siento que se está como poniendo las pilas como…
porque… ya está, ya es grande.
–Sí.
–Y eso me hizo pensar que tal vez yo podría hacer un
show también, de música –me mira recostada en el respaldo de la silla con los
brazos cruzados y el mentón un poco bajo–. No sé… como un… no sé.
–¿Un show de qué?
–De música.
–¡Qué bueno! ¿Ahí en el lugar?
–Sí. La idea que tenía… siempre.
–¿Y?
–Nada, lo estoy pensando.
–Lo estás pensando. Bueno, ¡bien! O sea que por
ahora seguís trabajando ahí.
–Por ahora, sí.
Acerca la silla a la mesa y el ruido de las patas
rayando el piso rebota directamente en mis dientes.
–¿Y cómo estás vos de… de estado de ánimo, y todo?
–Me llamó mi mamá.
–¿Y? ¿Qué dice?
–Me dice que hay que ir a firmar unos papeles, y la
verdad es que… es muy caro para ir. Primero que el pasaje lo tengo que pagar
yo, y después que los días que voy no trabajo… se me hace muy caro.
–¿Qué papeles?
–No sé, siempre es así, misteriosa, no me dice nada.
–En todo caso, ¿sabés qué? Decile que te mande por
internet los papeles que tendrías que firmar, que vos lo vas a ver con un
abogado –habla con seriedad y seguridad, frunce un poco la boca y tiene la
frente en alto.
–Sí…
–No firmes nada.
–No, pero… más allá de firmar o no, ya antes está el
hecho de ir. ¡Yo no puedo ir! Porque después está todo eso de que… “van
juntando un papelito y voy, otro papelito y voy”.
–Por eso, antes de ir tenés que ver qué es lo que
tenés que firmar. Porque por ahí te conviene ir, depende para qué sea, ¿sí?
Porque por ahí realmente hay algo que quedó de tu padre que te quede a vos
también… ¡porque ahí sí te conviene!
–Sí, puede ser.
–¡Seamos sinceras! Vos también… a este ritmo…
–Pero tal vez habría que esperar hasta las vacaciones,
qué sé yo.
–Bueno, pero vos tenés los mismos derechos que tu
hermana, con lo cual… me parece importante que… que bueno, que si hay algo para
esperar, que esperen. Por ahí eso te puede empezar a ayudar… como un puntapié
inicial para cambiar algo, ¿no?
–Sí.
–Bueno.
–Vamos a ver.
–Eh…
–¿Te vas de vacaciones? –la interrumpo hablando
rápido.
–Sí, yo me voy a fines de enero –me dice con mucha
paciencia–, o sea que estoy todo enero acá. Eh… de todas formas, me parece que
tenemos que hablar un poco de… bueno, un poco de cómo seguimos porque… De cómo
seguimos acá, cuánto tiempo seguimos para cerrar, ¿eh? ¿Qué pensabas vos, qué
tenías en mente?
–¿Para cerrar qué?
–Claro, viste que hay un tiempo para venir al Centro
Dos… –me mira por arriba de sus anteojos agravando la voz–. Yo no creo que… tu
tratamiento acá, eh… o por lo que viniste, esté cerrado, como para que yo,
digamos, te de una devolución y cerremos. Pero la realidad es que a veces, ehm…
por ahí entre un viaje para afuera… que no llegaste… media hora a la semana…
¡se complica avanzar! –se mueve mucho, parece incómoda en su silla–. Yo siento
como que en un punto avanzamos un poquitito y después no te veo… o pasa algo…
entonces, son tus tiempos conmigo. Más allá de los tiempos reales, ¿no? Aunque
a veces no llegás a tiempo, o no venís, o es feriado, o las veces que yo falto…
también son cosas, ¿no? Pero… ¿qué pensás vos? ¿Cómo te sentís vos con este
espacio? O sea, ¿qué pensás?
–Y… me gusta venir. Me parece que está bien.
–¿Para qué pensás que te está sirviendo? O ahora
para qué… para qué sentís que… Me reconforta un poco oírte porque estabas muy
angustiada antes.
–Digamos que no tengo con quién hablar de nada.
Otra vez mueve la silla, la arrastra ruidosamente
para acercarse a la mesa.
–Tu consulta fue un poco porque bueno, estabas muy
angustiada… te sentías como muy encerrada… como que venías del trabajo y era la
nada misma... Eh… un poco tu planteo era así, ¿no? –cambia de posición, respira
ruidosamente–. Y me parece que… que pudiste preguntarte algunas cosas, ¿no?,
como “¿qué quiero hacer con mi vida…?”, o armar un “show”… digamos.
Me mira y espera. Tiene la cabeza inclinada hacia un
lado y parece cansada. La luz del velador tergiversa las cosas.
–El otro día no llegué porque no dormí. Nos
quedamos, nos tuvimos que quedar unas horas porque desapareció algo…
–Mh… claro.
–Y no nos dejaban ir.
–Nos hicieron quedar para ver quién se lo había
llevado.
–Claro. Mh.
–Fue un día como medio movido, no sé por qué, y… y
la gente estaba como más revuelta que nunca…
–¡Pfff! –levanta la cabeza y mira el techo
acompañando un soplo comprensivo.
–Y nada, la mayoría de las veces cada uno tiene su
locker y lo cierra, o lo deja abierto porque estás ahí, a dos o tres pasos.
–Claro, claro.
–Y apareció una cartera, un bolso…
–Sí, sí.
–En el locker de otra de las chicas. Y ella lloraba
y decía que no era ella y qué sé yo…
–¿Y?
–Y todos la acusaban, y hasta ahí… O sea, era todo
un escándalo pero estaban todos bastante tranquilos porque habían encontrado un
culpable, y ella lloraba, “que no, que no”.
–Ahora, ¿viste que vos en el trabajo como que
repetís… la situación de tu casa? –la miro extrañada–. ¿No? Porque es un laburo
donde… no te sentís del todo acompañada… –señala con los dedos–, no podés hacer
vínculos fuertes, eh… hay mucha desconfianza… ¿no? Fijate que te buscaste un
laburo que tiene puntos en común con lo que te pasa con tu vieja y con tu
hermana.
–Sí.
–Digo, porque también ese laburo te aburre desde ese
lugar, más allá de que a veces no te guste…
–¿Y qué laburo no es así?
–¿Cómo?
–¿Qué laburo no es así?
–No, bueno, hay muchos laburos. Qué sé yo, hay gente
que se vincula de otra manera, como… no sé, me imagino alguien que trabaja en
otro lado y que no le desconfían así o que por ahí puede hacer una…
–Sí, pero el bolso apareció –hago una mueca
torciendo la boca–. En el locker de esta chica.
–¡Por eso! A ver, es un ambiente… complejo, ¿o no?
No es un ambiente “Heidi”. No es un ambiente…
–Pero igual esas cosas pasan, en la escuela me habrá
pasado también de ver que alguien había robado algo, o que desaparecen cosas,
las cosas se rompen.
–Sí, pero digamos que…
–O en la calle te roban.
–Hay algo como… una cosa general de desinterés por
el otro que por ahí no se da en todos los laburos.
–Eso puede ser.
–Por ejemplo, cuando vos te comparás con… no sé, o
como me decías a mí “bueno, a vos te debe pasar lo mismo”. No sé, a mí sí me
interesan las personas que llegan acá. Cuando no me interesa, bueno,
simplemente no los atiendo más. Se lo paso a un amigo, lo atiende otro, eh…
pero digo, me parece que algo…
–Bueno, pero… hablando así de lo que vos decís,
empezaron justamente con que somos una familia… que no está bueno desconfiar…
que la camaradería… qué sé yo. Y yo pensaba que esto es como una pantomima de
las cosas, como una pantomima de la diversión, una parodia de la familia. Y eso
un poco me dio como bronca, porque dicen esto de la familia y cuando yo estoy
ahí ni se enteran que estoy, se dan cuenta que no estoy cuando no… ¡cuando no
estoy! Y notan que “algo” no se está haciendo. Y… no sé, en un momento, como
para…
–Qué, una familia como la tuya son.
–Y pero, más allá de eso, todos se estaban como
sensibilizando y poniendo a esta chica como la culpable. Ponele que fuera la
culpable…
–Sí…
–En un momento digo “bueno, llamen al celular a ver
si está prendido”, estaba prendido. Y digo “¿es posible que una persona que se
está robando un bolso sea tan tarada de meterlo en su locker con el celular
prendido?”
–¡Claro!
–Y “bueno, pero puede ser que no le dio el tiempo,
qué sé yo”, y eso fue peor porque se instaló como la desconfianza hacia todos,
no sólo hacia ella. Y ahí no nos fuimos más. O sea…
–O sea que con tu idea se clavaron todos –dice entre
risas.
–Sí, y el problema también es que empezaron a
preguntarme “¿y vos qué pensás?”, y no sé qué.
–¿Quién, los dueños?
–En general. Estábamos todos ahí, había gente que
gritaba, lloraban, era un escándalo.
–Bueno, tanto por…
–Imaginate que a esa altura estábamos sin dormir,
había muchos que ya estaban medios en pedo –mientras hablo, todo el tiempo,
ella emite sonidos, risitas, soplidos–, o sea, un horror.
–No sabías dónde meterte.
–¡Me quería ir a dormir!
–¿Y?
–Y de repente me preguntaban cosas… y me di cuenta
que no me gusta que me pongan en ese lugar, es como que siento que se meten en
mi intimidad, como…
–¿En qué lugar?
–Que se interesen por lo que yo pienso, por ejemplo.
Esto de que…
–No estás acostumbrada.
–Yo prefiero pasar desapercibida realmente y que se
den cuenta que no estoy cuando no estoy y necesitan algo de lo que yo hago.
–Sí.
–Pero estar ahí y que me empiecen a preguntar es
como terrible, porque es como… no sé, tenés que convencer a un jurado. No sé. Y
era… y también funcionaba como “jugando al huevo podrido”, ¿viste?
–¿Por qué? –me pregunta riéndose.
–No se sabía a quién tirarle la pelota y de repente
empezaron “ah, ¡a vos! Que la defendés porque no sé qué”. Es como… ¡bueno!
–respiro, me enderezo y hago gestos negativos con los ojos cerrados–. No sé, yo
la miraba a esta piba y ¿qué tenía?, como mucho veinte, ¿veintidós años?, y
lloraba y qué sé yo. Y decía “ponele que se lo robó, ¿hace falta que se
complote toda esta gente y la…?” No sé, como… no sé, me pareció terrible.
–Que se comploten todos contra esta chica, digamos
–habla con un gesto de interrogación.
–Contra ella con tal de instalar toda la cosa así de
“bueno, sigamos siendo esta familia que somos”. Nadie confía en nadie.
–Ahí es donde se parece a tu familia, ¿no? Esta cosa
de complot en contra tuyo y ella queriendo ser de la familia. Me parece que vos
también tenés un lugar parecido, ¿no? Primero era tu papá, después tu papá se
fue, después vos, ¿no? Como que… Tu madre y tu hermana tienen esta cosa de… –se
aprieta las manos frunciendo la cara–, ¿no? Ahora se juntan… esto que están
tejiendo… te mandan a llamar como si vos fueras… no sé, ¡un secretario de
ellas! ¿No? Me parece que “a esto”... a esto vos le tenés que encontrar “tu”
utilidad. Para qué te sirve esto –resalta las palabras con energía–, que te
hagan firmar una cosa. Acá no son papelitos de colores.
–No sé. Por lo menos estoy decidiendo no ir
corriendo como la otra vez.
–Me parece… mirá, bárbaro que no vayas corriendo,
pero lo que te pido es que te asesores y que no pierdas tampoco lo que te
corresponde. O sea que, si vas corriendo, que sea para vos. Corriendo por vos,
no por ellas, ¿no? –digo que sí con la cabeza–. Que si hay algo que te pueda
ayudar a tener una mejor calidad de vida, no sé, a poder cambiar de
departamento o pagar las deudas que tenés con tal o cual o a darte un gusto, un
viaje. No sé, lo que fuere, este... ¡hacelo! Me parece que hay que ver qué
hacés con todo esto. Cómo, cómo, cómo… A ver, pareciera que estás como
empantanada….
–Sí, igual hay algo que pasó en estos días, cuando
vi que esta chica se puso a bailar así, como un poco… que se había puesto las
pilas…
–Ajá, sí.
–Pensaba en que yo… estas cosas que te digo, que hago
algo y no se nota, no se nota hasta que de repente no estoy y dicen “ay, ¿quién
hace esto?”, “tal”. “¿Y esto?”, “tal”.
–¿Mjm? Como una consecuencia…
–Y pienso que las cosas que hago son nuevas, no son
cosas que ellos hagan o hayan hecho, son cosas nuevas. El problema es que las
toman como una… o sea, las meten en la rutina y las vuelven rutina.
–Y ¿vos te desgastaste de alimentar una cosa así?
–Y, pero… después las tengo que seguir repitiendo
como parte del trabajo y se vuelve rutina y es un horror.
–¿Qué cosas por ejemplo?
–Y qué sé yo, por ejemplo el lugar que ocupo.
–Sí. ¿Y te pagan más por eso? ¿Cuando estás? ¿O es
parte de un arreglo?
–Y no, digamos que me invento un trabajo, porque no
tenía ningún trabajo ahí.
–Claro. Vos no estabas como…
–No es que me pagan más o menos. Me lo inventé.
–Claro, te inventaste un trabajo.
–Y medio que mi sueldo son las propinas, o sea...
Por eso, si yo me voy, no cobro.
–Tu sueldo son las propinas que dejan los hombres
que van ahí.
–Me dan una plata, sí. O… no sé.
–O digamos…
–Porque mientras esperan o simplemente están, yo
estoy ahí y les charlo, qué sé yo. De repente hablo de… veo cuál está libre
entonces no tienen que esperar, o… ¡no sé, qué sé yo! Nada, me inventé un lugar
ahí.
–Te inventaste un lugar. Y las propinas que ellos te
dejan... ¿cuánta plata te dejan por mes?
–Depende de cuánto tiempo vaya. A veces…
–No... para ver cuánto, para ver cuánto estás
ganando por hora, por mes. ¿Cuántas horas pasas ahí?
–Es que… ¿yo te puedo ser sincera?
–Sí.
–No llevo una cuenta así, no me organizo.
–Empezá a llevarla, para ver si te conviene o no la
guita porque… –ahora mueve una mano como si fuese un abanico.
–No me organizo así. Es como que todos los días… lo
que tengo, más o menos.
–Está bien. Pero a mí me parece que ya tenés edad
como para organizar estas cosas, aparte tenés una deuda.
–Sí, pero es otra manera de organizar, no es que
“estoy desorganizada”.
–Pero vos me estás diciendo…
–Simplemente no me organizo por mes porque yo cobro
por día.
–Pero cuando pagás el alquiler, ¿cómo lo pagás?
–Y… es un tema.
–¿Cuánto debés de expensas, mucho? ¿O vas pagando
más o menos?
–Y… a veces… debo un par de meses y voy juntando y
pagando.
–Digamos que les vas dando de a poco.
–Sí –respondo en voz baja y me quedo mirando cómo se
arregla el reloj en la muñeca–. Y estaba pensando en… ver de tomar clases con
una chica que puede trabajar más… en un horario más parecido al que yo puedo.
El tema es que eso es plata.
–Mjm.
–Y pensaba tal vez hacer unas horas más y con eso
pagar. Pero… no sé, porque después empiezo a pensar que es como sacarme tiempo
de descanso. No sé.
–Y sí. ¿Cuántas horas trabajás más o menos por día?
–Lo que pasa es que a veces me siento tan mal o tan
cansada que no voy y eso es lo que… después me tengo que quedar más.
–¿Qué te cansa?
–Y qué sé yo.
–¿Estar ahí todo el día?
–Como el otro día por ejemplo, que te dije que iba a
llamar, llegué a mi casa y me fui a dormir, me olvidé, se me pasó.
–Claro –se recuesta sobre el respaldo a la vez que
golpea la palma de la mano sobre la mesa–. ¿Siempre de noche trabajás? Porque
ahí trabajan todo el día, no es sólo a la noche, y si vos te querés quedar más
horas… tenés que por ejemplo quedarte hasta el mediodía, o hasta las dos de la
tarde –me habla con el gesto de interrogación que suele usar.
–Sí, pero yo… más o menos es a la noche que trabajo.
–¿Por qué trabajás a la noche? ¿Se gana mejor?
–Hay más gente.
–Más trabajo.
–Y hay más posibilidades de que yo haga lo que hago.
–Claro.
–Pero hay veces que voy y estoy medio al pedo, y
estamos todos esperando, entonces ahí yo casi no cobro.
–¡Claro!
–¡Y eso agota un montón!
–Agota mucho. Por eso digo, ¡por eso digo! ¿Cuánta
plata te significa estar ahí?
–Mh.
–¿Por día, por ejemplo?
–Es que es re variable, porque por ejemplo en un día
hago lo de toda una semana y el resto de la semana no, nada. Entonces depende
del día.
–Claro.
–Y ese día que desapareció esto había, no sé por
qué, mucha gente, estaban todos de acá para allá, qué sé yo. Y la mayoría de la
gente… no sé, algunos… todo depende, pero a veces existen unos regalos y qué sé
yo, y me parece que por eso desapareció el bolso, habrá habido algo, no sé.
–Sí, sí, sí –tiene el mentón apoyado en la mano y el
ceño fruncido, intenta adivinar algo entre lo que digo.
–Pero…
–¿Y qué… qué pensás vos? O sea, yo te insisto con el
tema de cuánto te deja para que veamos también si te conviene o no te conviene.
La plata,¿no? No sé…
–Y lo que pasa es que me convenga o no me convenga,
si dejo eso ¿qué hago? ¿Dónde me meto?
–¡Pero Clara... qué fantasía que tenés con eso de
que no podés hacer nada…!
–Yo no digo que no puedo hacer nada, pero… A ver, si
dejo eso ¿cómo voy a tomarme un colectivo para conseguir un trabajo?, ¿cómo…? o
sea, ¿qué como?
–Pero…
–O sea, ¡tengo deudas!
–¡Está bien, no lo dejes y te quedes sin nada!
–¡Esa es la idea!
–Y bueno, ¡hay que buscar otra cosa!
–Y bueno, estaba pensando eso de ver… qué sé yo.
–Pero entonces… a ver –se incorpora y pone una mano
al lado de la otra sobre la mesa–. Este… por eso te digo, ¿cuánto te representa
a vos? ¿Cuánto pagas de alquiler?
–Dos mil.
–Dos mil. ¡O sea que tampoco ni siquiera te ayuda a
cubrirte el alquiler entero! Tenés un par de meses… tampoco es un laburo en el
que digas “bueno, lo hago porque gano buena guita” –me mira horrorizada–.
Porque si ganaras…
–En realidad es dos mil el alquiler más las expensas
–la interrumpo intentando salvar la situación–. Y… es dos mil y algo, porque si
cuento los gastos, tengo el gas y que sé yo.
–Claro, eso. Está bien. El alquiler no es un
alquiler tan caro. Es un alquiler promedio.
–Bueno, no, para el lugar es una barbaridad…
–¿Dónde está?
–Es… es un departamento de un ambiente…
–¿En dónde?
–Así de chiquitito. Está entre Flores y Caballito.
–¿Flores y Caballito? Bueno, no es mal lugar, el
lugar que vos decís es…
–No, lo que pasa es que yo no me puedo ir porque no
tengo garantía.
–Ah, está bien, ¡está bien! Te sirvió para eso.
–Pero es un lugar que es una cucha realmente.
–¡Claro! Bueno, escuchame…
–O sea, para lo que es… es caro.
–Claro.
–Para la zona tal vez no es caro, pero ese lugar… A
parte, ¿quién vive ahí? Yo sola.
–Y ¿por qué no tenés ganas de cambiar? Porque tu…
–Y no tengo garantía, ¿quién me sale de garantía a
mí?
–Porque en Capital no tenés garantía –asiente con
gesto de interrogación, muy compenetrada en el tema–. ¿Y tu vieja? ¿No te sale
de garantía o no te sirve la garantía de ella?
–Ni le pregunté.
–¿Ni para eso? O sea, son cosas… Es tu madre y…
–Pero aparte ella no tiene… nada, acá, en Capital.
–Acá no, pero bueno, tal vez... Hay gente que a
veces toma garantías de... de… de otros lados, ¿eh? Fijate.
–No sé, los favores familiares son muy caros en mi
familia.
–Bueno, sí, te entiendo, pero tambiénnn… –alarga la
palabra mientras estira el cuello y levanta las cejas.
–Aparte se dio así, qué sé yo.
–Sí. Vos vivís ahí, es el lugar que vos pudiste
encontrar sin garantía, sin recibo de sueldo, eso cuenta también.
–Y eso es medio un problema porque… tiene que ver
con la gente de este local y… y es como, estoy medio atada, digamos.
–¡Y claro!
–Debo plata, entonces hasta que no lo devuelva es
como…
–¿Cómo es eso?
–Por ejemplo, una de las deudas es con una… con esta
chica, con la bailarina de la hijita –dice que sí con la cabeza–. Y a veces
ella no puede venir y el canje es… por tiempo, no por plata. Tipo “bueno, una
parte de la plata que me debes laburás por mí o me cubrís a mí”.
–Clara, te hago una pregunta –me interrumpe.
–Y es como…
–Y ¿por qué te endeudaste? ¿Qué pasó? ¿No te alcanzó
la plata?
–Porque no va alcanzando y… y por ejemplo, los días
que no… pasan varios días que no tengo plata, pido un adelanto y a veces lo
puedo devolver y a veces no…
–Escuchame: y si vos dijeras “me voy de acá” ¿qué
pasaría?
–Ni idea. Por lo menos, “por lo menos” tendría que
tener toda esa plata junta, dárselas e irme.
–Ah, claro. ¿Y si dejás de ir? ¿Y no les das esa
guita? –ahora habla con tono desafiante, uno de los brazos que tenía cruzados
sobre el abdomen ahora cuelga del respaldo de la silla dándole un aire de
gángster de película.
–Y no sé si me dejan o no, pero… ¡debo plata!
–¡Bueno! Pero, qué sé yo, si no hay tienen que
esperar. Si te vas a otro laburo… “el mes que viene cobro y te lo doy…”
La miro unos instantes en silencio con el ceño
fruncido, entornando un poco los ojos.
–No sé –no tengo ganas de seguir pensando en esto.
–A ver, eh… ¡no es la única opción! Yo tengo
pacientes que viven por ahí en… en una pensión, en un cuarto, y por mucho menos
de dos mil pesos. Y trabajan, ¿eh?
–¡No hay por menos! Aparte esto es…
–Hay... ¿por menos de mil quinientos? ¿Un cuarto en
una pensión? Hay, ¿eh?
–Aparte, ¿por eso? Yo acá, ¿con eso?, cubro “todo”.
Incluso lavo la ropa.
–¿Lavas la ropa en el edificio?
–Hay un lavarropas en el… coso.
–Sí. Sí, sí, sí.
–En una pensión no tenés nada.
–¡No! ¡Es verdad! Yo no te digo que te vayas a una
pensión, lo que te digo es que siempre hay otras opciones.
–¡Pero lo único que me falta es irme a vivir a una
pensión! ¡De ahí voy directo a tirarme debajo de un tren! –exhala una risita–.
¿Qué querés que te diga?
–Bueno, no, está bien, en realidad… Mirá,
efectivamente cuando yo te digo sobre esta paciente qué vivía en una pensión,
este… se hizo una amiga y ahora están alquilando un departamento, las dos. Por
ejemplo, te digo, ¿no? Ella debe tener tu edad, la amiga yo supongo que
también.
–Bueno –estoy un poco harta del tema–. Una de las
chicas vive en una pensión, yo no sé qué onda…
–Sí.
–Pero… ¡paga mil ochocientos por vivir en una
pensión!
–Bueno, son setecientos pesos menos, ¿no estás
hablando de dos mil quinientos?
–No, no, no. Estoy hablando de mil ochocientos por
la pensión. Mi alquiler es mil ochocientos también.
–Sí, pero tenés las expensas… los servicios…
–Más las expensas, más los gastos. Y ella… –hablo
sobre lo que enumera.
–Pero igual, vos…
–El alquiler, más el lavadero, que siempre te
arruina toda la ropa, entonces la tenés que llevar a un lugar que no te la
arruine tanto, entonces ya es más caro… –levanto los hombros y me quedo
callada.
–Bueno, es una opción. Vos estás diciendo que no
tenés plata, y de hecho no tenés con qué pagar.
–Pero, sí… a ver, si no pago eso tengo que pagar una
pensión, que es “un poco” de plata menos, ¿y qué hago con esa plata?
–Mh.
–O sea, no sé… no sé. ¿Vivir con alguien más? O sea,
¡ya ni siquiera voy a poder ir a mi casa! No, ni en pedo. Yo no estaría con
otra persona. ¡Es como un horror!, es el único lugar que tengo para…
–A ver, ¿sola? Ya estás, otra cosa sería estar
“acompañada”.
–Y no, por lo menos tendría que aprender a… a poder
estar relajada con alguien más, ¡y me parecen un horror las personas!
–Bueno, está bien.
–¿Y encima tenerla todo el día? ¿No poder ir a tu
casa?
–Bien, ya está, entendí. El departamento no lo
pensás cambiar…
–Sí, me encantaría, pero por uno mejor, no por uno
peor –la interrumpo rápido antes de que termine la frase.
–Y el trabajo… Está bien. ¿Y el trabajo?
–Me encantaría.
–Te encantaría cambiarlo.
–Y ahora, por lo menos, estoy pensando en eso. No
sé, me encantaría poder irme a otro trabajo, pero la verdad es que no… no sé,
no encuentro una alternativa.
–¡Es que hay que buscarla! No esperes que llegue…
digamos, te golpeen la puerta y te digan “ay, venite a trabajar con nosotros”.
Seguramente vas a tener que buscar. Tal vez no sea tanta la diferencia de
guita, sobre todo al principio, ¡seguramente! Pero ¿viste?, la posibilidad de…
de poder hacer un cambio en tu vida y por ahí conocer otra gente… o tomar las
clases que querés…. ¿no? –vuelve a un tono didáctico, esta vez un poco
forzado–. Me parece que podría estar bueno.
–No sé.
–Claro.
–Yo, si accediera a hacer otro… –apoyo los dedos en
la mesa– trabajo, como… –deslizo los dedos a otra parte de la mesa e intento
resumir la idea–, “otro tipo de trabajo”, cobraría mucho más.
–Ya lo creo. ¿Qué? ¿Y por qué no lo hacés? ¿No
querés? ¿Es una decisión personal…? ¿Por qué?
–Y siento que ahí sí, ya no me voy más.
–Que ya no te vas. Tipo, vos decís como que si pasás
a eso… ¿vos estarías pasando de tu trabajo a qué? –suspiro antes de hablar pero
me interrumpe–. ¿A estar con hombres?
–Y… no necesariamente eso... no, no necesariamente,
pero… qué sé yo. Medio como que estoy manteniéndome en un lugar bastante…
–apoya un codo en la mesa y presiona la punta de la lapicera, haciendo que
salte un poquito y haga ruido. La acomoda rápido en otro lugar y me mira demostrándome
que está muy atenta–, eh… como si yo fuera muy ingenua.
–Claro, y pensás que…
–Me hago la boluda en muchas cosas –la interrumpo– y
las voy dejando pasar.
–¿Ellas nunca te dicen “Clara, dale, vos también
tenés que laburar… de esto”, o…?
–¡No, pero tampoco sólo viene por ese lado! ¡Hay mil
cosas que podés hacer ahí!
–Ah, ¿y qué? Yo no sé. ¿Qué cosas?
–Muchas cosas.
–¿Vender droga, por ejemplo?
–Por ejemplo –nos miramos en silencio, ella hace un
gesto afirmativo mientras va entornando los ojos, parece querer descubrir algo
en mi mirada–. Muchas cosas.
–¿Qué otras cosas?
–No sé, dejá libre tu imaginación, eh… no sé, ¿todo
lo que no se debería poder hacer?
–¿Con hombres?
–¡No, con la gente! Las chicas también consumen
cosas, hacen cosas…
–Claro. ¿Y vos? ¿Qué consumís ahora? ¿Qué estás
consumiendo?
–Yo… yo me quedo con el whisky. Por ahora.
–Y ¿cuánto estás tomando de whisky?
–Y depende. El otro día fue tan plomazo que mientras
esperábamos que esta gente…
–Uhum.
–Porque las chicas no querían que les revisen las
cosas.
–Sí.
–Y no aparecía el bolso. Y hasta que no apareciera
no nos íbamos a ir… fue como un horror.
–¿Y? ¿Te tomaste cuánto whisky? ¿Bastante? –digo que
sí con la cabeza– Claro, también tenés el whisky gratis, en otros trabajos no
hay whisky gratis. Si te vas a vender algo lo más probable es que no te den
whisky gratis. Porque también eso es… ¿no?
–Mh...
Nos miramos en silencio por un rato.
–En todo caso no me parece una buena alternativa ir
a un lugar peor.
–No, no, no. No digo que tomes esto como... Está
bien, entiendo lo que decís, pero digamos, estoy tratando de entender qué cosas
hacen que te quedes ahí. Me parece que una de las cosas es el whisky.
–¿Vos decís? –digo un poco entre risas.
–¡Y…!
–Mh.
–Tampoco es tan barato el whisky, no es que… Cada
vez que vas te tomás algo que te gusta y estás ahí, y además te traés unos
mangos. Bueno, entiendo, pero la verdad es que me parece que eso a la larga te
hace sentir mal. Y por eso viniste.
–Mh.
–Digamos que cuando lo contás no parece tan malo,
pero el tema es después cómo te sentís todos los días: dormís de día, tomás a
la noche, eh… estás en un ambiente bastante pesado, me imagino que… no sé si es
una pesadilla pero llega un momento que… ¿no? Si dijéramos que te deja una
buena guita como para darte otros gustos, otros lujos… me imagino que tampoco
está del todo bueno pero... O si no tenés a nadie que te espere en tu casa, que
te de una palmada o te diga, no sé, “qué querés comer”, o... ¿no? No es fácil.
La miro. Estoy tranquila, simplemente espero que
llegue la hora de irme.
–¿Mh? –su gesto es muy maternal, hasta diría que
tiene los ojos lacrimosos–. No sé, vos decime si me equivoco, pero…
–No sé, por algo me imagino que estoy acá.
–Mh. Sí, yo creo que esto te… en algún punto te
empezó como a encerrar, a encerrar, a encerrar, y bueno, estás ahí, ¿no?, como
en un laberinto.
–Mh.
–El tema es, bueno, cómo… cómo podés generar otras
opciones, ¿no?, por eso… estoy… haciendo
algunas preguntas medio incómodas, pero por ahí para… para entender un poco
cómo se armó el laberinto, ¿no? Y qué es lo que interviene ahí, ¿no? –respira
hondo, me mira seria, parece esperar que la interrumpa–. Porque por ahí una
parte tuya no está bien pero… ¡te seguís quedando! Entonces, el whisky es una
ayuda. Es un laburo que vos… que sos una tipa pensante, inteligente, la verdad…
¿la verdad? No te exige demasiado en nada. Entonces me parece que en ese punto,
bueno, hay cuestiones como de cierta comodidad, ¿no?
–Depende. Hablar con estos tipos, tenés que estar
como….
–Cómodo en el sentido de que vos sabés hablar, te
sabés manejar y eso. Pero… no, no de que creo que sea agradable.
–No, es como… divertido… –la contradigo sin
necesidad.
–Hay gente piola ¡pero en general son…! –dice entre
risitas, incómoda–. ¿Y éste que habías conocido? ¿Que lo habías invitado, que
se había enojado porque le habías mentido…? –cambia de tema rápido,
rememorando, mientras se despeja la cara corriéndose el pelo para atrás con
gesto jovial–. ¿Nunca más lo viste?
–No.
–Se enojó. Porque no entendió nada… –me mira con
gesto de interrogación pero no respondo–. El entendió como que vos le habías
mentido… y se ofendió –no respondo pero suspiro–. ¿Vos consumís cocaína también
cada tanto? ¿O habitualmente? ¿Cómo…?
–No, cada tanto.
–Cada tanto. ¿Cada cuánto?
–Por ejemplo, ¿en una situación así? A veces.
–¿En una situación cómo cuál? –pregunta rápido, como
aprovechando que finalmente respondo sin rodeos.
–Qué sé yo. Con un par, así, estamos ahí y… –hago
gestos que intentan restarle importancia al tema.
–¿En grupo?
–Sí.
–O sea, te invitan a una fiesta y hay, ahí vos
consumís.
–A veces no.
–Pero no comprás… –otra vez el gesto de
interrogación, al que no respondo–. ¿Vas a comprar? –insiste.
–Ehm… no.
–O sea que lo único que es más habitual es el
whisky.
–Uhum.
–¿Y qué efecto sentís que te genera el whisky? ¿Qué,
qué…?
–Lo que pasa es que… –suspiro, me incorporo en la
silla. Pareciera como si fuera a empezar un discurso–. La cocaína, por ejemplo,
me hace hablar…
–¿Ajá…?
–…de más –exhala una risita de complicidad–. Y a mí
me gusta como tener… control sobre las otras personas.
–Sí. Y… ¿con el whisky sentís que no perdés el
control?
–Sí, pero es más físico para mí. No sé, si lo pierdo
ya es como, me convierto en una tarada y listo, se terminó. Pero no es que…
–hago una pausa y nos miramos como si por un momento contuviéramos la
respiración. Ella todo el tiempo se esfuerza por sostener el tema, intenta que
no deje de hablar, de contarle, yo disfruto de tensar el hilo de conversación.
En ese instante los sonidos del pasillo parecen aumentar el peso de la
atmósfera del consultorio–. No sé –concluyo, mirándola de costado, con el
mentón hacia arriba, con desconfianza.
–Bueno –responde, todavía recostada en el respaldo
de la silla, con los brazos tensos, cruzados como si se estuviese sosteniendo–.
Bueno –cambia el tono de voz y la postura, parece estar cerrando la
conversación–, entonces de alguna manera el whisky te hace mantener el control.
–Aparte, cuando yo tomo mucho, es porque los demás
tomaron mucho más.
–O sea que siempre vos terminás controlando. Controlándote y…
manejando.
–Qué sé yo, ¡es parte del trabajo!
–Sí –se vuelve a recostar en la silla–. O sea que
tomás… pero no al punto de descontrolarte.
–Si me descontrolo es porque todos los demás ya
están…
–Claro, claro.
–Ya está, no… no me va a afectar.
–Clara, ¿y estás ahora con alguien? ¿Estás saliendo
con alguien?
–No.
–Con nadie... ¿Con la que baila, la que vos me decías…?
–No.
–Con ella no.
–Mjm.
–¿Y con otra?
–No.
–No. Bueno.
–Bueno, entonces ¿en qué quedaste con tu mamá? –el
cambio de voz es contrastante, ahora es fuerte y agudo.
–Le dije que era muy caro ir, que me costaba mucho.
–Pero además vos dijiste que…
–¡No, le dije que no! Lo que pasa es que, no es… si
fuera por el pasaje solo…
–Sí.
–Son los días que pierdo en el trabajo.
–Obvio, en el laburo, pero… ¿si le decís que te
mande los papeles por…? ¿Cómo es que se dice? ¿Cuando te los…? –mueve
circularmente la palma de la mano sobre la mesa.
–Escanean.
–¡Escanean! Que te los escanee, que te los mande por
mail, que los vas a leer con alguien. ¡Que te los escaneen! ¿Eh?
–Quedamos en hablar más para las vacaciones, para
ver qué pasaba.
–Bueno, pero decile que estuviste pensando y que
estaría bueno que te los escaneara para ver un poco qué es lo que tenés que
firmar, que te gustaría saberlo, ¿eh? Así lo consultás con alguien, con algún
abogado… con algún escribano… Por ahí acá hay algún lugar que te asesoran bien,
a ver qué te toca a vos... No tengo idea, pero por ahí algo… un CGP, ¿viste?
–Mh.
–Tienen abogados, cosas como que… te orientan ¿sí?
Pero no vayas y firmes, ¿estamos? Primero decile que te lo escanee ¡o que te lo
traigan! ¿Eh? –el tono de voz se incrementa con la insistencia–. Bueno, si te
lo escanea para la semana que viene me lo traes. Si no, eh…
–¿Sinceramente? Lo dudo.
–Que te lo escanee. Bueno, pero… ¡no te vas a ir
hasta allá a firmar algo que no sabés! Mirá…
–Aparte siento que lo van dosificando, no sé para
qué quieren que vaya.
–Mirá, si te necesitan, te lo van a traer, no te
preocupes, ¿eh? Así que no… no, no te… O sea, si realmente necesitan que vayas…
–levanta las cejas y sopesa algo en el aire– y si te es conveniente lo vemos.
Así tengas que ir o tengan que venir… o es un raye de ella… ¿eh? A mí me parece
bárbaro que hayas dicho que no podías ir, porque tu vieja te llama… es una mujer
muy… ¡muy difícil! Y no sé bien… si es una persona sana, por las cosas que me
contás… ¡es muy jodida!
–No sé, hay mucha gente así en el mundo.
–Sí, hay mucha gente enferma.
–Y... la mitad de la sociedad es así.
–No sé si la mitad, pero te puedo asegurar que si no
están enfermos, enferman. Gente como tu hermana que no está enferma, pero…
–Pero entonces si hay tanta gente, es una condición
normal de la humanidad.
–No sé, pero uno no tiene por qué padecerla.
–O ¿por qué sería “enfermo”? ¿Por qué? ¿Quién dice
qué es “enfermo”? O sea, “nosotros” decimos que “ellos” son enfermos.
–No… pero es que hay gente –intento hablar pero ella
sube el tono de voz–, hay gente enferma y hay gente jodida. Tu vieja por ahí…
no sé si no es enferma o es jodida, pero ¿de las dos cosas…? –mueve la mano
delante de su cara, dejando flamear los dedos de arriba hacia abajo
velozmente–. ¿Estamos? Así que fíjate si te lo puede mandar y, si no, cuando
esté apurada vas a ver que te lo va a mandar.
–Sí.
–Así que… –se ríe, se mueve en la silla– Si no te lo
manda es porque no hay apuro.
–Yo sinceramente no la quiero llamar, o sea: no la
voy a llamar.
–No, no la llames…
–Cuando me vuelva a llamar… le diré.
–Sí, y decile “vos sabés que estuve pensando y lo
mejor va a ser que lo escanees porque quiero leerlo bien, quiero mostrárselo a
un abogado que me asesore”. Empezá a poner límites a los demás, ¿eh? No es tan
difícil ponerle límites a los demás, ¿mh?
–Puede ser.
–Bueno, ¿nos vemos el lunes? ¿Dale?
–¿Dos y media es?
–Dos y media –da una palmadita en la mesa y
aprovecha el envión para levantarse.
–Eh… cualquier cosa… –me habla mientras nos
acercamos a la puerta– yo creo que el lunes que viene voy a estar puntual –abre
la puerta y nos damos un beso–. Chau, Clara. Cuidate.
–¿No es feriado, no?
–No, el veintiséis me parece que es feriado.
–Ah. Bueno, gracias. Chau.