Sesión 13: En la obligación de divertirse














· Mimetizarse
· El vecino sensible
· (¿Qué significa trabajar?)
· En la obligación de divertirse
· Todos se divierten menos yo
· (Una ventanita que se abre)
· (El instituto de música)
· (El comodín)
· (Un día común)

Lunes 14 de enero de 2013

Llego con el tiempo justo y decido pasar por alto el pago del bono. Camino hasta la puerta del consultorio y golpeo. Espero y ella abre.
–Hola… –digo, y me hace un gesto de que espere un poquito–. Ah, sí.
Me asomo al consultorio que hay en frente y es exactamente igual al otro: una mesa, dos sillas, un velador. 
Pasa un hombre con una escalera, un obrero. Al rato vuelve a pasar y se mete en el consultorio que acabo de espiar, lo recorre con la mirada y vuelve a salir.
Espero.
–Cuidate, si no me llamás –le dice D. a una señora mientras sale.
–Bueno, gracias –dice la señora como riéndose, nerviosa.
–Chau, chau, chau.
–Chau, hasta luego.
–Hola, Clara.
–Hola –le digo mientras me acerco. Nos damos un beso.
–¿Cómo anda todo? Adelante… –me dice–. ¿Todo bien?
Entramos. Nos sentamos.
–¿Qué tal? ¿Bien? –vuelve a preguntar. Una vez sentada, acerca ruidosamente la silla al escritorio–. ¿Bien? 
No contesto. Sonrío.
–¿Cómo estás?
–Bien –digo, casi riéndome–. Tenés muchos… ¿pacientes?
–No… más o... ¿Acá? ¿Decís? –sigo sonriendo–. No, más o menos… algunos faltan. Viste, enero es medio…
–Difícil, ¿no?
–Mh –se arregla el flequillo.
–¿Cómo era…? ¿Vos ibas a estar esta semana que viene o…?
–Yo… El lunes que viene te veo, y después ya me tomo…
–Después ya te vas…
–Me tomo un mes acá en Centro Dos y a partir del quince de febrero… yo creo que los voy a ver después acá, porque hay un feriado en el medio, no sé bien. Y el quince de febrero ya estoy en Buenos Aires, así que cualquier cosa me llamás. Pero digo, acá retomaríamos el veintialgo… ¿eh?
Digo que sí con la cabeza.
–Bueno, ¿cómo va?
–Bien… me quedé pensando en eso de… –ella está sentada de costado, con los brazos cruzados y la cabeza inclinada hacia un lado.
–¿De qué? ¿A ver…?
–¿Del whisky?
–Del whisky. ¿A ver? Contame qué pensaste.
–Y, pienso en mí… Pensé en mis trabajos anteriores, y éste… 
–Sí… –se incorpora y levanta uno papeles, parece buscar algo.
–Y que… En esa tendencia a adaptarme a los trabajos.
–¿Vos te adaptás a los trabajos? –me pregunta mientras se acomoda el pelo detrás de una oreja y empieza a tomar nota.
–Claro, como que termino mimetizándome.
–¿Terminás…?
–Como mimetizándome. Y pensaba en la situación de Córdoba, por ejemplo, cuando yo iba… 
–Mjm.
–Ehm… Si tomaba tragos o alcohol era porque… me gustaba a mí tomar, incluso me los compraba yo.
–Sí…
–Porque… no sé, hace que hable más fluido y con más ganas con la gente, y…
–¿Y en Córdoba qué hacías? –me pregunta sin dejar de anotar.
–Iba, tomaba unos tragos, me quedaba… Iba todos los días porque me gustaba. Hasta que me dijeron “bueno, ya que venís, hay una chica… no sé… que no va a venir, ¿la querés cubrir…?” Y así fue que se me planteó… la idea de trabajar en un lugar así –hablo sin moverme, casi sin expresión.
–¿Vos ibas todos los días a tomar dónde? En Córdoba, ¿a qué lugar?
–A un bar.
–A un bar… ¿Y quién te invita después, para quedarte? ¿Los dueños…?
–Y… como iba siempre ya… Charlaba mucho con los de la barra y qué se yo… y me dijeron de quedarme, si quería cubrir a alguien.
–Mjm… 
–Y bueno… Y así, cuando volví, me busqué un lugar parecido, para hacer algo parecido.
–Sí…
–El tema es que…
–¿Y qué habías ido a hacer a Córdoba?
–Y… de vacaciones.
–Ah ¿Y con quién te habías ido?
–¿Cómo?
–¿Con quién te habías ido?
–Sola.
–¿Y por qué a Córdoba?
–Porque había ido a visitar a un… a mi familia –bajo el tono de voz. 
–A tu hermana… –me interrumpe.
–No.
–Ah.
–A unos familiares y… después me quedé.
–¿A quiénes tenés allá en Córdoba?
–Los… parientes del… esposo de mi hermana.
–¿Y habías ido a lo de tu hermana también?
–Y, había llegado ahí a visitarlos, y después me fui… sola… a Córdoba.
–Entonces vos te vas a Córdoba –vuelve a apoyarse en el respaldo de la silla y deja de anotar, ahora mueve las manos siguiendo el resumen que va haciendo–, a visitar a tu hermana que está allá con su marido y con los chicos.
–¡Sí pero eso fue hace un montón! –digo, fastidiada–. En realidad me quedé pensando en eso…
–Sí, digo… –me interrumpe–, como para entender un poco cómo se fue armando también lo del trabajo. Entonces vos empezaste ahí… –me mira con el gesto de interrogación.
–Sí, trabajaba en otro lugar, después estuve ahí y de paso fui a Córdoba y me quedé unos días…
–En la ciudad de Córdoba… –dice, con gesto de interrogación. Contesto que sí con la cabeza–. ¿Y por qué en la ciudad? ¿Parabas cerca? ¿Estabas…?
–¡Y estaba cerca! Empecé a ir, me caía bien la gente y ya.
–Y entraste ahí… Y tomabas algo todos los días y ahí te invitaron… o te dijeron “te podés quedar…” –respondo moviendo la cabeza y ella se cruza de brazos.
–No, porque iba siempre y una chica tenía que… se tomaba unos días o faltaba o no sé qué y me dijeron “bueno, ¿querés cubrirla?” Y… 
–¿Pero cubrirla en qué? ¿Ahí qué hacía la chica esa?
–Estaba en la barra.
–Ah, ¿estaba en la barra? ¿Qué? ¿Saludando a la gente que iba, a los hombres…? 
–¡No, no! 
–¿O atendiendo?
–Atendiendo.
–Atendiendo. Y vos, durante… ¿estuviste unos días ahí?
Digo que sí con la cabeza.
–Y después cuando volví acá me conseguí un trabajo parecido. Y la idea… bueno, era tocar, y ahora estoy pensando en que… tengo unos pocos ahorros con los que quería tomar unas clases, espero que me den unos días de vacaciones… Y ahí empieza la parte en donde pienso…
–Clases de guitarra…–me interrumpe.
–Porque no toco… Sí, guitarra criolla… Y canto, pero canto muy bajito… Después pienso qué me pasa a mí con eso. Y… por ejemplo, cuando vuelvo, vuelvo entusiasmada.
–Sí…
–Para tocar la guitarra. 
–Sí…
–Pero tengo un vecino sensible, que no puedo hacer “un” ruido que ya está todo mal, me golpea la pared, qué sé yo –ella exhala una risita por la nariz–. Entonces al otro día, si quiero tocar la guitarra, tengo resaca, me duele la cabeza… qué se yo. Entonces una de las cosas que encontré, una alternativa es, antes de… Y de paso, para estar más tranquila y contenta, antes de ir a trabajar me tomo un whisky…
–Sí…
–Toco un poco la guitarra y me voy.
–Antes de ir a trabajar. ¿Y ahí el vecino no escucha?
–Sí, pero ya no es… el horario de…
–Claro, no es el horario donde lo despertás, digamos.
–Claro.
–Por ahí está con la tele o haciendo ruidos –dice, mientras digo que sí con la cabeza–. Así que estás haciendo eso, antes de salir tomás un whisky en tu casa y tocás la guitarra. Después te vas al laburo. Y ahora se te ocurre esto de tomar clases… pero vos habías tomado clases –dice, con gesto de interrogación.
–Sí… pero porque canto muy bajo, para ver si puedo cantar más fuerte… –digo, muy poco convencida.
–Y… ¿dónde? ¿Dónde…?
–No, no sé… buscar una profesora.
–Algún lugar piola, ¡claro!
–“Lugar” no creo porque son horarios muy difíciles para mí… pero una profesora o un profesor…
–¿Qué vaya a tu casa, decís?
–No, ir yo. Pero podés ir arreglando los días, los horarios…
–Eso está bueno, ¡claro! Está bueno y ¿en qué horario podrías, por ejemplo?
–Ni idea.
–Ni idea. ¿Y conocés alguno? ¿O hay alguien que te recomiende…?
–No, tengo que buscar. 
–Después estuve pensando en… ¿qué significa “trabajar”, qué es el trabajo para mí?
–Sí…
–Pienso que es un lugar adonde una… Sea cual sea el trabajo, es un lugar adonde una va…
–Sí…
–A hacer algo. Le guste o no, todos los días, tenga ganas o no…
–Mh…
–Con la misma calidad que si le gustara, como si le gustara siempre, todos los días… 
–Sí.
–Después algún día te gusta, otro día no, pero lo tenés que hacer igual. Después me pregunto si es lo que yo elijo o qué es elegir algo así.
–Sí…
–Y digo “bueno, elegir no quiere decir que te guste hacer todos los días lo mismo”.
–Claro, por ahí no. Elegirías… 
–Qué sé yo, que yo elija este trabajo no significa que me guste todos los días hacer este trabajo.
–Mh.
–Porque… me puse a pensar y la verdad es que no sé si me gusta o no el trabajo, lo que no me gusta es eso de la obligación. Y me parece que un trabajo es la obligación de hacerlo, te guste o no, tengas ganas o no –tose–. Porque si no sería un hobby. Y de un hobby no se vive.
–Obvio… ¿y entonces?
–Entonces…
–Es para hacerlo por gusto, los días que tenés ganas… ya no es un trabajo, es un hobby.
–Sí… pienso como lo incómodo también… de este trabajo en particular.
–Mh.
–Si tomo para trabajar o trabajo para tomar, por lo que hablábamos el otro día… 
–Sí, sí, sí… –dice, prestándome atención.
–Y la verdad es que, a esta altura, para mí es lo mismo. No sé qué es primero.
–Entiendo… 
Nos quedamos en silencio, mirándonos.
–¿Y qué pensás que fue lo que desdibujó este límite? Entre tomar para trabajar o trabajar para tomar… ¿qué habrá sido lo que desdibujó la diferencia? ¿Qué pensás?
–En cierta manera… me gusta, qué sé yo. Es... es como ir a bailar pero todos los días, obligadamente. Tengas o no ganas.
–Mh.
–Con la obligación de divertirte.
–¿Mjm?
–Y pienso en este trabajo en particular y… No sé, estoy rodeada de gente que va por el placer de ir, porque les place ir. Entonces todos se divierten menos yo, que tengo… que estoy obligada a estar con cara de simpática, como haciendo que me divierto… ¡y a veces sí me divierto! –se escucha una puerta que se abre y se cierra lentamente varias veces–. Pero a veces es como…
–Claro, lo que pasa es que… 
–¡Agotador!
–Habría que poder hacer…
–Me gusta pero es agotador.
–Claro.
–Y ahí es donde viene la parte de “sí, es lo que elijo, porque en cierta manera me gusta, pero ¿todos los días hacer lo mismo?”
–Sí, me parece que lo que pasa con este trabajo es que en un punto te quita la posibilidad de divertirte por divertirte y nada más. ¿Entendés a lo que voy? Es a que, al acceder a ese lugar a diario, terminás no teniendo un espacio libre para divertirte por divertirte –digo que sí con la cabeza–. Entonces te queda como poco espacio para la diversión, o el entretenimiento… Como si uno dijera “se legalizó de tal manera esto que ya no tiene gracia en un punto el entretenimiento”, ¿no? 
–Mh.
–Hay una distancia muy grande, de cuando vos empezaste a ir a ese bar de Córdoba que me contás y te gustó, y te enganchás… a esta situación donde vos terminás teniendo que ir todos los días tipo oficina –ahora la puerta la están abriendo y cerrando muy rápido, como si estuviesen probando el sonido que hace–, y… bueno, teniendo que cumplir con determinadas cosas.
–Bueno, “tipo oficina…”. Ponele que consiga un trabajo en una oficina, ¡es lo mismo! –se ríe–. Es ir todos los días, teniendo todos los días esa obligación…
–¡Totalmente!
–O sea, la estructura del trabajo es…
–La estructura es la estructura del trabajo –anuncia categóricamente–. No lo neguemos. Y es así…
–Y bueno… pero… 
–La diferencia es que vos en una oficina podés decir “uh, la oficina es un embole, me voy a un bar que es más divertido”. Acá, vos no te vas a un bar…
–O sea que no hay alternativa, sí o sí tenés que…
–Claro, pero… –me interrumpe.
–Regalarle ocho horas a alguien de embole todos los días ¿para poder vivir en el mundo?
–¡Claro! Pero en la oficina vos podés decir “bueno, el sábado me voy de joda”. Pero acá vos trabajás en el lugar de joda, no te vas a ir de joda a la oficina…
–O sea, estás todo el año haciendo algo que no te gusta por quince días de vacaciones que más o menos la pasás bien…
–Si lo mirás así es… ¡es duro pensarlo así! ¿No? Que uno trabaja… Una vez una profesora de filosofía nos hacía esta pregunta, parecida a lo tuyo con el alcohol, ¿no? “¿Uno vive para trabajar o trabaja para vivir?” ¿No? Entonces, la pregunta sería “¿trabajar para el ocio o el ocio para el trabajo?”. Nos hacía esta pregunta, ¿no? Eh… Uno trabaja para poder tener ocio o… ¿viste esa gente que dice “tengo ocio para descansar y después poder trabajar mejor”? ¿No? –la miro con indiferencia–. Ella nos hacía esta pregunta “¿qué es lo primero?, ¿el ocio para el trabajo o el trabajo para el ocio?”. Más o menos lo que vos preguntás, ¿no?, en un punto, con esto de “tomo para… poder trabajar de… tomo y trabajo, trabajo y…” ¿Entendés? Como esta cosa… –digo que sí con la cabeza–. Y la verdad es que de hecho, así… ¡es fuerte!, sí. Si uno piensa que trabaja todo el año para quince días… y, la verdad que… –hace gestos con las manos mientras habla–, ¿no? El tema es…
–Todos los… Pero, o sea, para vivir en este mundo tenés que trabajar, y sí o sí tenés que darle todas esas horas por día de trabajo a alguien, de embole, ¿para poder vivir?
–Pero… pero bueno, hay distintos tipos de trabajos y distintos tipos de embole también, ¿no? Si vos de un trabajo de siete horas te embolás una… o dos… bueno… Pero si te embolás las siete… es hora de cambiar de trabajo –se ríe–. Me parece… –agrega más seria–. ¿No?
–¡Pero a mí lo que me embola es tener que hacer todos los días obligadamente algo!
–¡Bueno, pero hay gente que no hace todos los días obligadamente algo…! –dice con tono de burla.
–¡Bueno, pero estamos hablando de mí!
–No, no, por eso te digo, vos también podrías no hacer todos los días obligadamente algo…
–¿Y cómo se hace eso?
–¡Y pensemos! A ver cómo podrías hacer… Tenés que salir de ahí… Yo creo que estás como en un… –suena su celular y mira la pantallita–, como en un lugar… ¿A ver?, perdón –me dice mientras atiende el teléfono–. ¡Hola! Sí, ¿qué hacés Vale? ¿Te puedo llamar yo en un ratito, que estoy atendiendo? ¿Está…? Eh… ¿Lorenzo venía para casa? O estaba Pedro allá… Bueno, yo te llamo en un ratito. Un beso. Chau, chau –sigue mirando la pantalla unos segundos y después, mientras deja el teléfono sobre el escritorio, me habla–. Eh… Entonces… Este… me parece como que… –piensa y tarda en volver a hablar–. Pará que me perdí, pero me parece que… que en un punto, lo que decís… eh… A ver, ¿cómo podés hacer vos para cambiar esa realidad? ¿No? Este… No sé si hay una receta, me parece que es parte de este trabajo que tenemos acá nosotras por delante. Por un lado decir “bueno, ¿cómo salís de esta espiral en la que estás metida… donde lo único que hacés es ir de tu casa al trabajo, del trabajo a tu casa de lunes a lunes?”. Porque eso más que un trabajo es… ¡parece una esclavitud! Uno en un punto puede decir “bueno, ¡listo! Yo trabajo de lunes a viernes, sábado y domingo tengo una vida”. O “trabajo como mucha gente, sábado y domingo… y lunes y martes –sigue la secuencia con un gesto exagerado de la mano–, pero tengo uno… ¡un franco! O un día o dos donde hago lo que me gusta, o me encuentro con alguien que quiero, o me voy a pasear donde quiero, eh… o me compro lo que…”. Digo… A ver… Tiene… Yo escucho en tu discurso a veces pocos momentos placenteros, o pocos momentos de pasarla bien…
–Pero, es que, digo… Ponele, cambio de realidad, cambio de trabajo…
–Mh sí… ¡pero no sé por qué para vos todo es el trabajo! ¡Estamos hablando sólo del trabajo porque vos hacés pasar la vida por el trabajo nada más! ¿Entendés a lo que voy? ¿Por qué tu vida se limitó a eso?
–Es que yo pienso que… que el hecho de ir todos los días a un lugar…
–¡Sí!
–¡Ya te saca las ganas de todo!
–Yo no sé si es tan así, Clara.
–Y en el día libre que te queda…
–Lo que te está pasando a vos es eso. Yo no sé si a todos les pasa eso… A ver…
–Pero pienso, ponele que me consigo otro trabajo, los días que me quedan son los fines de semana. ¡Los fines de semana está todo el mundo! ¡En todos lados! ¡Haciendo…! ¡Salen al mundo esperando que el mundo los…!
Hace gestos de cansancio y me interrumpe.
–¡Pero nadie te dice que tengas que hacer lo mismo que todo el mundo!
–¡Qué hago! ¿Me quedo encerrada en mi casa? ¡Es un embole!
–Y bueno…–se la nota irritada.
–¿El fin de semana? –la interrumpo–. ¿Salir? ¡Es un embole! ¡Están todos en la calle esperando que el mundo los divierta!
–¿Y vos querés cambiar de trabajo igual?
–¡Es todo lo mismo! Es ir a la calle y ver toda gente esperando que el mundo los divierta. En mi trabajo voy y están todos esperando que los diviertan, también…
–Y vos buscaste divertir a los demás…
–Y pero ¿y qué? Si no, ¿el fin de semana es salir a hacer colas para ver a alguien que te divierta? ¿O para hacer algo que te divierta?
Mueve la cabeza de un lado para el otro.
–¿Te parece que es así? ¿Que es lo “único” que se puede hacer los fines de semana? También te podés divertir…
–¡Y vayas a donde vayas, un fin de semana está lleno de gente así, con…! Excitada, esperando que algo pase, o viendo algo…
–¿Y qué sería lo que te gustaría a vos?
–Y… eso no.
–Eso no. ¡Bueno, perfecto! ¿Y por qué te tiene que gustar lo mismo que a todos?
–¿Y qué? ¿Qué otra cosa hay?
–Bueno, ¡pensemos! ¡Armemos algo! ¿Por qué pensás que tenés que hacer y sentir y obrar como todos? ¡Nadie dice eso! Pero… la realidad es que la “fórmula” que vos te armaste… no te está resultando demasiado satisfactoria… ¡esa es la realidad! Después, yo no sé si los demás tienen la fórmula como para tener que hacer lo que hacen los demás. ¡Estoy segura de que no, de hecho! ¡Y por ahí… serías igual o más… eh… estarías igual o más… eh… digamos, más insatisfecha que ahora! ¡Tal vez… vos tenés razón! ¡Tal vez vos no sos para estar el sábado en… un shopping –se ríe– o el domingo en… eh… una pileta pública! ¿Viste? ¡No! Pero bueno, tendremos que ver qué es para vos –habla con tono entusiasta–. ¡Tenemos que buscar qué es para vos! A mí me parece que, si yo tengo que sacar un rasgo sobresaliente... es eso, es que no tenés un espacio libre que no esté tomado por el laburo. Digamos, eso que vos decías, “llego a mi casa y como es tarde no puedo tocar la guitarra, y cuando me levanto no puedo tampoco porque tengo resaca, y después vuelvo a mi trabajo”. ¡Y así se van pasando los días! Entre la resaca y el laburo, entre la resaca y el laburo.
–Mh.
–Entonces, acá abrimos una ventanita donde vos salís de esa rutina, viniendo acá, donde por lo menos… no es lo mismo. Te cuesta levantarte, te cuesta venir, a veces te quedás dormida, a veces no das más, ¡pero venís! Entonces, ya abriste una ventanita –de a poco empezó a elevar el tono de voz y ahora parece estar retándome– donde saliste de esta… de este círculo. Aunque sea podés salir y volver… ¿no? Ya es otra historia. Y te podés venir a escuchar… yo te puedo escuchar a vos… y no tenés que vos escuchar todo el tiempo a los otros… –ahora habla muy tranquila, hace pausas largas–. ¿No? Me parece que eso ya marca algo muy interesante para vos. ¡Muy interesante! Entonces, ¡valoremos!, ¿no? Valoremos este espacio que vos no casualmente te armaste, porque vos después de Rosario tenías una propuesta, y volviste. 
–Mh.
–Entonces, evidentemente hay algo en esta ventana que se abre, aunque sea un ratito, que a vos te sirve como para hacerte algunas preguntas… ¿no? Que te dan la posibilidad, por lo menos, de ver de armar algo distinto. ¡Por lo menos! Ver la posibilidad de que pase algo distinto. Después… si lo armaste, si no lo armaste… ¿no? No sabemos qué puede pasar, pero sí sabemos que se abre esta posibilidad. Fijate que hoy venís y me hablás así, cuando lo tenías totalmente negado, “¡total para qué!”, ¿no? Entonces, yo creo que estamos avanzando. A pasos lentos, porque estás, estás como muy… espiralada, por así decirlo –habla entre risas–, ¿no? Todo el tiempo.
–Mh.
–Y están saliendo varias cosas, ¿no? Estas preguntas, como “che, ¿cómo sería tomar clases de guitarra?”, “bueno, por ahí en un instituto no, pero por ahí un profesor…”, ¿no? Está piola, “tengo una plata, puedo hacer algo”. ¡Puedo, puedo hacer algo! ¿No? Si no estabas como… ¡no podías nada! ¡Nada! –me mira con el entrecejo fruncido, respira hondo y levanta las cejas–. Algo podés hacer, tenés unos ahorros, podés tomar unas clases de guitarra, podés discutir sobre eso acá conmigo, ¿no?
–Mh.
–Me podés cuestionar, también. ¿No? ¡Pero me parece que está piola! –intenta hacerme decir que sí con sus gestos y una gran sonrisa–. ¿O no? ¿Qué te parece? Yo lo veo… lo veo positivo. Ahora el lunes que viene no nos vemos, pero, eh… digamos, me gustaría que a la vuelta de las vacaciones me cuentes o… ubiquemos, Clara, eh… para ver si tomás clases, o no… Digo, por ahí podemos pensar algún lugar juntas, o un lugar adonde llames y que te recomienden a alguien. Estaría piola, yo… yo conozco por allá, por donde yo atiendo también, un lugar que se llama Musiaira, que dan música…
–¿Cómo se llama?
–Musiaias.
–¿Musi-airas?
–Musilairas, Musilairas. Es un instituto de música y dan clases de todo: de canto, de batería, de guitarra… Y vos llamás y buscás clase con algún profesor o ves, ellos te enganchan o te conectan con… Se me ocurre este lugar pero vos por ahí podés conocer ya algún otro, ¿no? Hay lugares adonde vas a cualquier hora… ahí están desde las diez de la mañana hasta las diez de la noche y deben dar clases, no sé. Pero digo… ¿no? Como que hay posibilidades. Y el para qué… y bueno, ya verás para qué.
–Sí.
–Una vez que empieces con algo, después irás viendo el para qué lo harás.
–Sí.
–No es que tenés que saber todo ya. Esperá, fíjate si te gusta. También ir a un lugar donde tocar la guitarra sin que tu vecino te golpee la pared… está bueno. 
–Sí, si no podría tocar antes de irme, lo que pasa es que suelo estar como un poco cansada.
–Pero siempre sola, ¿no? Tocar con alguien…
–Lo que pasa es que canto muy bajito y… o sea, para cantar tengo que…
–¡O clases de canto! ¡Ahí también dan clases de canto!
–Sí.
–No es que vos vas y… –tuerce la boca para un costado–. Es un buen ambiente, ¿viste? Tienen buena onda… como que está bueno. Llamá para averiguar, es como una escuela de música…
–¿Dónde… por dónde atendés?
–Eh… Este lugar que yo te digo está por Federico Lacroze. De Chacarita serán unas… ¿diez cuadras? Y de Cabildo serán unas cinco, está como en el medio de Lacroze, Chacarita y Cabildo. Pero hay un montón de lugares, ¿viste? Ese es uno bueno, digamos, hay buenos profesionales ahí. Eh… y… y después, si no, te puedo averiguar con un amigo que es… que hace música, es pianista, por ahí tal vez sabe quién es bueno dando clases de guitarra, ¿viste? Que eso es aparte.
–Claro.
–Ya cuando son clases particulares, digo. Pero ahí también dan clases particulares, la única diferencia es que vas a un instituto. Es una casa antigua, con muchos cuartos, y vos tomás clases de… no sé, me imagino que habrá un cuarto para batería, habrá otro para piano… hacen canto también, hay algunos profesores de canto…
–Claro, tendría que ver por el tema de los horarios.
–¡Claro! ¡Claro!
–Lo bueno de una persona particular es que podés moverlo.
–Si querés, fijate… ¿vos tenés computadora? ¿O acceso a internet, en algún lado?
–Me puedo fijar.
–¿Porqué no entrás a la página de ellos? Que está el teléfono, te fijás si hay canto o lo que hay…
–¿Cómo se llamaba?
–Musineira se llama el lugar. Aparte son muy piolas –busca un papel y hace mucho ruido mientras habla–. Me contaba este amigo que es pianista (es pianista de tango) tiene un hijo que es bandoneonista.
–Sí.
–El hijo hizo ya desde chiquitito todo ahí en Musineira, yo no sabía que…
–¿Y sigue ahí en Musineira?
–El hijo no, es grande ya. El hijo es músico –ella habla mientras yo busco en el bolso–. Se copó de chiquito y… 
–Aprovecho para darte esto, de la vez pasada –le extiendo un bono– y… 
–Dale.
–Ahora tendría que pagar el de hoy.
–“Musineira” –dice mientras escribe–. No sé si es “Musineida” o “Musineira”. Si no le arreglás una letra, ¿no? Fijate si lo encontrás por internet… y queda en Lacroze –escribe nuevamente repitiendo por lo bajo–: Avenida Lacroze y… ¿qué es? ¿Conesa? Eso es Colegiales, ¿no? Está cerca de Cabildo… ¿sí?
–Claro, Belgrano.
–Fijate, entrás a la página y encontrás todo lo que tienen, porque ahí debe decir los cursos que hay –tapa la lapicera dándole un golpe conciso al capuchón sobre la mesa–. Lo que no te ponen es el horario, vos tenés que llamar y arreglás vos.
–Claro.
–Eh… Fijate a ver si es caro, porque no sé cuánto será. Y si no hay otras…
–Claro.
–Porque si no hay otra… clases con estudiantes de, de… ¿cómo es?, de música que no son caras.
–Claro.
–¡Claro! Por ahí vas a su casa o van a tu casa y ya es más accesible, digamos. Así que hay que buscar, ¿no?
–Bueno, vamos a ver.
–De a poco. Bueno, ¿y lo demás cómo anda? ¿El trabajo sigue igual? ¿Ninguna… ninguna crisis, como la otra vez?
–Y… digamos que soy como… en este momento, que es verano…
–Sí.
–Gracias a mi gran adaptación al trabajo y mi mimetización, soy un comodín.
–¿Qué hacés? Contame, ¿qué estás haciendo? ¿De todo?
–¡Un comodín! Hago lo que haría la que falta.
–¿Y? ¿Qué te tocó… estos días?
–Y… menos bailar… –levanto las cejas y ella se ríe un poquito.
–Todo. O sea que qué hiciste, serviste… ¿bebida?
–Sí, más o menos.
–Tuviste que estar con algún… ¿caballero? O sólo…
–No, no, pero… bueno, estoy ahí medio como… 
–¿Y nada? ¿No te gusta nadie, no hablás con nadie, no…?
–La verdad es que no es un lugar en donde una podría ponerse de novia... ¿no?
–No.
–La gente no va con esas intenciones.
–No.
–Todo lo contrario, digamos… 
–¿Y del trabajo? ¿Nadie?
–Y, no. No, ya casi somos todos como… 
–Como una familia.
–Siameses –se ríe–, directamente. 
–Bueno, ¿nos vemos el lunes? –eleva la voz mucho, lo que hace que le salga un tono muy chillón, yo me sorprendo no sólo por el tono sino por lo cortante que resulta la interrupción–. ¿Dale, te veo el lunes? Y pensamos ahí, porque ya hace tanto que no nos vemos que…
–¿Es una y media?
–Una y media, sí. Lo que pasa es que… cinco minutos más tarde te llamé, ¿no? ¿Hoy?
–No, no… preguntaba para saber bien.
–Sí, es una y media. Igual, yo lo que pasa es que… si me corro un poco un día, no pasa nada, pero después se me ocupa el consultorio y tengo que estar… cada media hora…
–Claro.
–A veces yo me quedo un rato más con vos o con quien sea porque no hay nadie en el consultorio. Cuando venís así al mediodía yo no tengo problemas porque es y cuarto la consulta.
–Claro.
–Entonces nos quedamos, pero cuando estás justo en el medio… –levanta los hombros–. Como que hay que ser más… más estrictos. Eh… Clara, y lo que te iba a decir, ¿lo del whisky que me decías? Eh… de tomar y todo eso, ¿estás comiendo bien? ¿Estás durmiendo bien o…?
–Sigo igual que siempre.
–¿Qué comiste hoy?
–Habitual… lo más probable es que coma sanguchitos.
–La chica sanguchitos –se ríe–. ¿Y? ¿A la noche cuando venís? A la mañana cuando venís, porque vos venís de día… –termina la frase con gesto de interrogación.
–Y… si veo algo abierto compro algo de paso.
–¿Cocinás? –frunzo la nariz–. Nada.
–Y no, vuelvo con otra cabeza.
–Nada. ¿Y después qué hacés? A ver, contame un día común. ¿Volvés…? –se acomoda de nuevo sobre la mesa para ir anotando–. ¿A qué hora, más o menos, promedio?
–Vuelvo a la mañana…
–¿A qué hora?
–Veo si hay algo abierto, y depende de lo que me da ganas es si como o no, y si no me voy a dormir así y me compro algo para al otro día comer algo.
–Sí.
–Si vuelvo con muchas ganas… me encantaría tocar la guitarra, pero…
–Claro, pero qué, ¿tu vecino está todo el día?
–Y no, no sé qué horarios tiene, pero la verdad es que… “a la mañana”, a veces vuelvo a las cinco… depende.
–Claro, y ahí, cuando vos tocás a esa hora él golpea porque le molesta.
–Mjm.
–Y pasa es que hay mucho silencio a esa hora. Escuchame, ¿y cuando te levantás?
–Y al otro día me levanto cuando puedo, porque si me levanto antes, ¿entre la resaca y levantarme temprano? No puedo… no estoy un día entero. Entonces trato de…
–¿A qué hora te levantás normalmente? Hoy porque viniste acá, pero si no ¿a qué hora te estás levantando?
–Y… a la una, dos, tres… Depende el día.
–¿Y a esta hora te cuesta venir?
–Y hasta… ¡y no! Porque me levanto con toda la resaca y hasta que me recompongo...
–¿Qué sentís vos cuando tenés resaca? ¿Qué… qué…?
–Me quedo un buen rato en la cama…
–Sí.
–Hasta que se me pasa y me baño… No sé, hago cosas que no tengan mucha… implicancia… mental ni de ningún tipo.
–¿Qué hacés?
–Por ejemplo, ordeno, pongo a lavar ropa…
–Claro.
–Me baño, me vuelvo a acostar.
–Este… ¿Tele no tenías vos, no? –digo que no con un gesto–. ¿Qué escuchás, la radio…?
–No, no…
–“Silencio” –levanta un poco las manos y los ojos hacia el techo.
–No quiero saber nada con los ruidos.
–Ruidos no. Silencio. Como un… como un… ¡monasterio! –se ríe.
–¿No te digo que tengo la ventana cerrada hace un montón?
–Por eso… –dice, dejando de reírse–. Pero qué, ¿está rota o…?
–No la abro.
–¿Ni para airear? –digo que no–. Si la dejás abierta un poco, suponte…
–Y alguna vez ponele que la abro un poco.
–Entonces dejás todo en silencio…
–Y estoy ahí, que me acuesto, me levanto y qué sé yo hasta que se me va pasando un poco. Como algo de lo que compré el día anterior.
–¿Y la resaca? ¿Tomás algo que qué…? –la miro extrañada–. Ah, ¡comés algo! ¿Y la resaca qué te da, dolor de cabeza? ¿Cómo te levantás?
–Sí, me da malhumor, dolor de cabeza. Quedo medio contracturada. Y a veces… –me desperezo–, es temprano o entro un poco más tarde, o no tan temprano como siempre, ehm… trato de hacer algo, pero para ponerme a tocar la guitarra por ejemplo me tomo un whisky.
–¿Por qué?
–Y… como para ir llegando… o yendo, ¡no sé! Porque si no no canto.
–¿Por qué?
–No sé, canto muy bajito, no me animo, no sé.
–Pero hay otras cosas, ¿viste que la gente que canta toma otras cosas? Además del alcohol.
–¿Cómo qué…? –la miro de costado, interesada.
–Jengibre, ¿no? –ahora la miro seria y no respondo–. Té de jengibre, esas cosas. Dicen que es muy bueno para la garganta. Pero… y… ¿alguna vez vos…? Vos te animás después de tomar whisky, te sentís como… 
–Más liberada.
–Mh. ¿Y ahí cantás un rato, tocás la guitarra…?
–Y me voy a trabajar.
–¿A qué hora salís, más o menos?
–Los días que hago eso es porque salgo más tarde.
–¿Qué es más tarde?
–¡Y depende el día! Entre las cinco y las nueve de la noche.
–O sea que hoy, para vos… ¡una y media es la madrugada mal! Digamos –se ríe–, es levantarte… ¿ahora te acostás aunque sea un ratito cuando llegás? 
–A veces sí, a veces no.
–Está –vuelve a tapar la lapicera contra la mesa–. Bueno, muy bien, ¿entonces te veo el lunes, dale? –digo que sí con la cabeza y nos levantamos, ella sigue hablando–. Fijate en internet y después cuando venís me contás, ¿dale?
–Bueno, dale.
Nos damos un beso mientras ella sostiene la puerta abierta.
–Cuidate, Clara.
–Chau.
–Chau.