Sesión 3: La bailarina



(· Un largo interrogatorio)
· Cambiar de uniforme, como una máquina
· La bailarina
· Historia repetida: el encierro
· Una versión familiar
· Papá potus
· Las ganas

Lunes 28 de mayo de 2012

Bajo rápido la escalerita que hay después de la puerta y quedo parada entre dos mostradores detrás de la última persona que hay en la cola para pagar el bono. Las empleadas de un mostrador hablan con las del mostrador de enfrente casi a los gritos.
–¡Hola! –digo cuando llega mi turno, asomada por el vidrio que separa a la empleada que cobra de los pacientes, pero no me responden. Entonces insisto hasta que la señora me mira por encima de los anteojos de mala manera–. Hola, sí, eh… tenía un turno ahora con la licenciada B. y quería pagar el… ¿ticket?
–Número de documento –dice la empleada casi sin mover la cara y con los dedos preparados para tipear en una registradora.
–25950077.
–¿00? ¿77?
–Sí.
–¿Vos te trajiste? –le pregunta a otra empleada que apoya una bolsa con un paquetito que al parecer es comida– ¿Cuánto abonas?
–Treinta y cinco.
–¿Treinta y cinco? –le digo que sí con la cabeza y mientras espera el ticket con la mano lista para sacarlo de la registradora y asomando la nariz al interior de la bolsa sigue hablando con su compañera– ¿Fuiste al chino?
–Es todo para mí –le responde con mucha calma la otra mujer, que está de espaldas.
–¿Todo para vos? –pregunta mientras me entrega el ticket y se dispone a abrir el paquete. Yo toso.
–Gracias. ¿Tengo que ir hasta allá o me llama? ¿Vos sabés?
–Si llegas tarde vas vos, sino esperás –me dice sin levantar la vista del paquete.
–Ah, bueno. Gracias.
Como es un poco tarde camino hasta la puerta 14 y golpeo, aunque la puerta está entreabierta.
–¡Hola! –digo mientras me asomo. Ella me habla desde que se levanta de su silla hasta que llega a la puerta pero no entiendo bien lo que dice, algo así como que me había estado llamando.
–¿Cómo andas? –me pregunta y me da un beso–. ¿Bien? ¿Todo bien?
–Bien.
Entramos al consultorio y mientras me siento ella cierra la puerta ruidosamente.
–¿Cómo andas? –vuelve a preguntarme una vez que termina de ubicarse en su lugar, habla con seriedad, estirando un poco el cuello y pestañando rápido, sin dejar de esbozar una sonrisa enorme.
–Ay… bien, me quedé dormida –digo levantando las cejas y suspirando un poco mientras deslizo el ticket hasta el centro de la mesa.
–Bueno, está todo bien –se ríe, pestañea, se recuesta sobre el respaldo de la silla cruzando los brazos–. ¿Cómo va? No fuiste la única hoy, ¿eh? Parece que es un tema de… ¡de clima!
–Es que fue un cambio de semana muy climático… feo.
–¿Viste? ¡Hace días que esta así! –me mira, guiña un poco los ojos y vuelve a incorporarse sobre el escritorio–. Bueno, ¿cómo andas Clara? ¿Bien?
–Bien.
–¿Bien? ¿Cómo fue la semana? Esto… –mira el ticket y lo vuelve a poner en el mismo lugar– …es tuyo –dice, mirándome muy seria, yo digo que sí con la cabeza y ella en seguida vuelve a pestañar y sonreír–. ¿Cómo fue la semana? ¿Cómo andan las cosas?
–Igual.
–¿Igual? ¿Sí? –me pregunta mientras toso muy fuerte.
–Tengo mucha tos –digo, sin dejar de toser.
–Si… seguís desde… todavía de la otra vez que… ¿qué estabas engripada?
–Sí, no se me va más.
–Y sí, igual… –abre mucho los ojos mientras levanta las cejas y los hombros a la vez–. Y bueno… Así que bueno… ¿Cómo va todo? Contame.
–Igual.
–Todo igual –me mira con cierto reproche, frunce los labios–. ¿El trabajo?
–Igual.
–Todo igual. ¿Te quedaste pensando en algo…? ¿de lo que charlamos el otro día? Que hablamos bastante… ¿te quedaste con algo? –extiende las palabras y me hace pensar en una maestra jardinera explicándole algo por enésima vez a algún alumno.
–Eh… No, no sé. Me pregunto cómo se puede mover semejante estructura que vengo armando hace tantos años… y cambiarla.
–¡Claro! –dice y asiente con la mano en el mentón.
–Si se puede hacer eso.
–Si se puede hacer eso –repite mientras toso, después agrega con demasiada alegría– ¿Y qué te parece a vos?
–No sé. El otro día hablaba con… un conocido y me decía “ya voy a volver a la normalidad”, y yo decía “¿qué será eso?”.
–Claro.
–Porque es alguien que hace muchos años que… nada, tiene como una vida determinada y… hace poco tiempo es como que rompió con todo eso. Y cuando me dijo “ya voy a volver a la normalidad” dije “¿la normalidad era esos diez años que…?”
–¿Que estuvo así? –me interrumpe entusiasmada.
–Diez años o más que estuvo así.
–Y ¿qué hacía? Contame.
–No, nada… vivía con alguien y se peleaba mucho, no sé.
–Sí… Y se separó –acompaña lo que dice con un gesto de interrogación.
–Claro. Y digo, ¿qué será la normalidad?.
–¿Qué… qué pensás que es “para vos” la normalidad? –me pregunta frunciendo la nariz con simpatía–. ¿Qué sería…? ¿Vos te sentís normal? ¿Crees que tu vida es normal o… o sentís algo distinto? ¿Cómo, cómo… lo sentís vos?
–Lo que pasa es que la normalidad depende del contexto.
–Mjm. Totalmente.
–Y si mi contexto es este, el de tantos años, lo normal es esto.
–Uhum.
–Y si digo “no, no me gustaría estar acá, haciendo esto…”
–Claro, entonces tu normalidad no es un lugar que está bueno.
–¡Y no! –digo un poco irritada.
–Claro –dice mientras hace algo que parece una risita–. O sea que para vos eso que es “normal” no es que esté bueno, eso sería. Como que te incomoda.
–Uhum.
–Este… Bueno, ¿qué tenés ganas de hacer? ¿Qué te gustaría hacer? –toso–. Contame qué te gustaría hacer.
–Tener ganas de hacer algo, por ejemplo.
–¿Estas con muy poquitas ganas de hacer cosas? Aparte de levantarte, ir a trabajar y volver, ¿qué, qué… qué…? –va repitiendo la pregunta y acompañándola con un movimiento de las manos a la espera de que la interrumpa.
–Y eso no lo hago tampoco porque tenga ganas. Digamos que es como una rutina.
–Pero… digamos, vas, venís y ¿después te dan ganas de hacer alguna otra cosa más?
–La verdad es que no.
–Nada.
–No, ni siquiera tengo ganas de pensar en qué me gustaría hacer. Me da como… sueño.
–Te da sueño. ¿Estás con mucho sueño? ¿Estás cansada? –digo que sí con la cabeza–. ¿Qué? ¿En general?
–Sí.
–Escuchame, ¿y no fuiste al medico como para ver si tenés, si estás bien de anemia, de…? Porque tu trabajo… vos trabajas más de noche –frunce la boca y levanta las cejas–, y todo eso como que te va desgastando, ¿no?
–Puede ser.
–Y, ¿fuiste al medico? ¿Estás bien de vitaminas? ¿Te hiciste análisis de sangre para ver qué…?
–No.
–¡Chequea eso! Porque viste, tanto sueño…
–Lo que pasa es que… –toso–, como estoy en negro no tengo obra social, ni nada, e ir al medico es…
–Sí, te entiendo.
–Es algo que dejo –vuelvo a toser– siempre para el año que viene.
–Y no tenés obra social –me dice con ese gesto de interrogación que usa todo el tiempo, yo digo que no con la cabeza mientras me sueno la nariz–. Nada. Y… ¿no te conviene pagarte algo…? O sea…
–No tengo plata para pagar nada.
–¿No te alcanza? A ver, contame cómo haces con la plata. ¿Vos pagas tu alquiler del departamento? Vivís sola.
–No sé, debo las expensas hace muchísimo tiempo, que no las voy a pagar porque no podría pagar eso de ninguna manera.
–Uhum.
–Y… no sé.
–¿Y el alquiler? ¿Lo pagás…?
–Voy juntando así la plata para pagar el alquiler. A veces me alcanza, a veces… pido prestado.
–Y el dueño sabe que vos no pagas las expensas –me mira de reojo–. Obviamente sabe que vos no pagás las expensas.
–Sí… –hablo sin ganas, estoy un poco encorvada en la silla con los hombros para adelante–, siempre hablamos que vamos a hacer no se que de unas cuotas… nada.
–Mirá qué bien –dice con entusiasmo y se ríe un poco–. Y… ¿te gusta vivir donde vivís o te gustaría mudarte…? –otra vez extendiendo las palabras con simpatía.
–No, pero no conseguiría otra cosa –ahora ella tose–. Ya no tendría una garantía.
–Mjm. Y… ¿quién te dió esa garantía?
–Es una garantía familiar, pero como ya no tengo buenas relaciones con mi familia…
–No te la van a volver a dar –completa la oración–. Y… ¿cuánto hace que vivís en ese departamento?
–Mas de diez años.
–¡Ah! ¡Un motón! –digo que sí con la cabeza–. ¡Muchísimo! –sigo diciendo que sí–. Y… estem… y… así que bueno, mudarte ni hablar. ¿Cómo es? Contame cómo es tu casa.
–Es… vos entras… Es así –digo y dibujo con el dedo un rectángulo en la mesa–, una especie de rectángulo así.
–Sí.
–Esta dividido, acá hay una habitación grande –señalo un sector–, acá hay como una cosa así donde esta el lavadero chiquito, la cocina, y esta parte de acá es la entrada con un hall chiquitito y el baño, que da acá.
–Sí –me dice muy interesada. Estamos las dos inclinadas sobre la mesa.
–Abrís la puerta de entrada y ves la cocina, que es como un pasillito, y el lavadero y una ventanita. Y esta otra tiene como un ventanal que es tipo balcón… ¿cómo se dice?
–Ah, ¿tiene balcón?  ¿O no tiene?
–No, no tiene balcón –toso.
–Escuchame, y seguís con este tema que no abrís la persiana –me mira de costado y digo que no con la cabeza–. O sea que está cerrado. Y… ¿y el domingo, por ejemplo, que es un día que…?, vos por lo general estás durante el día, lo que pasa es que dormís.
–Claro.
–Y te levantas… ¿y a qué hora te vas al trabajo?
–Depende.
–A la tardecita, seguro. O sea a las dos de la tarde estás. Dos, tres…
–Estoy levantada, o tal vez duerma hasta las tres o cuatro. Depende.
–Claro, si venís cansada. Y… ¿hay alguna salida, hay alguna amiga? Porque yo me acuerdo que vos… donde figura tu teléfono, que vos dabas el contacto de una amiga. ¿Quién es esa amiga que vos diste acá? ¿Trabaja con vos?
–Ahá.
–Y… ¿con ella se ven? ¿Tenés un vínculo fuera del trabajo? ¿O es solo en el trabajo?
–No, en el trabajo. Somos como las que estamos hace bastante y… medio que yo la cubro, ella me cubre.
–O sea que, a ver, tu vida es ir al trabajo, volver, dormir. Levantarte, ir otra vez al trabajo.
–Pasa que… una salida es como mi trabajo, que es como una eterna salida.
–¿Una salida es…?
–Ese trabajo es como una eterna salida. Es ir de noche, te tomas algo, charlas con un montón de gente todo el tiempo, todo el tiempo sociabilizando, diciendo “ay, qué lindo, qué divertido”.
–Claro.
–Lo que menos tengo ganas es de hacer eso.
–No, digo si te gusta pasear, por ejemplo. Viste que, qué sé yo… podés ir a pasear a algún lugar, dar una vueltita.
–Un día se me ocurrió salir a caminar un rato y… ¡me aburro tanto!
–No te gusta caminar –dice entre risitas.
–Me aburre la gente que hay en la calle. Me aburro.
–Y los lugares que te gustan… ¿te gusta vivir acá en capital? ¿Te gustan los lugares más tranquilos? ¿Cómo… cómo es?
–La verdad es que no sé.
–No sabés. Pero tampoco estas mucho afuera. De tu casa al trabajo.
–Cada vez que trato de salir de esa… ¿rutina que tengo?
–Mjm.
–Lo de afuera me parece espantoso.
–¿Sí?
–O pensar en... la idea de…
–A ver, hablame más de eso, ¿a ver?
–La idea de vivir en el campo, ¡qué horror! ¡Un aburrimiento! –ella se ríe–. Después digo “¿vivir en una ciudad? ¡Es un plomo!”, y me quedo encerrada en mi casa. Entonces digo “¿qué hago?” nada, sigo yendo a trabajar.
–¿Te aburrís? Porque digo, a ver… porque si no estás en el trabajo, y estás en tu casa –toso mucho, muy fuerte, y la interrumpo–. ¿Te aburrís? ¿Qué haces, tocas la guitarra? ¿Qué haces, mirás la tele? ¿Qué hacés cuando estás en tu casa?
–No tengo tele.
–¡Ah!, mirá qué bien. ¿Escuchas la radio?
–Menos. No, no me interesa nada de eso.
–Nada de eso. Tampoco. O sea, no mirás la tele, no tenés tele. ¿Diarios no? ¿Radio?
–No.
–Tampoco. ¿Y qué haces cuando estás en tu casa? ¿Tenés libros, tenés música?
–No leo hace mucho. Y la verdad es que mucho no hago, ¿duermo?
–Uhum.
–Y después el tiempo que me queda me arreglo para ir a trabajar.
–Sí. ¿Sos de arreglarte? ¿De cuidar tu aspecto?
–Tengo que estar… divina.
–Claro, ¡claro! ¿Esa parte te gusta del trabajo? Arreglarte…
–Y… en su momento me gustó.
–Ajá.
–Ahora es como una mímica.
–Mh.
–Y… es como ponerse la pierna ortopédica para salir. Y… nada, el tiempo que estoy en mi casa hago las cosas que tengo que hacer para poder seguir haciendo cosas, como ser: lavar la ropa, tenderla, destenderla, guardarla. Bañarme, no sé. Cosas.
–¿Limpias vos la casa? Eso lo haces vos.
–Pero no limpio mucho. Tampoco ordeno mucho porque no desordeno.
–Claro, esta todo ahí, es como... ¿Comer? ¿Qué comés?
–La verdad es que no como bien. Como sanguchitos.
–Ah, ¿qué te comprás sanguchitos? ¿Comprás jamón y queso?
–No, a la vuelta… cuando estoy volviendo paso por algún lugar y compro jamón y queso, por ejemplo.
–Y te haces un sanguchito.
–Mjm.
–Eso, o sea que la base es el sándwich, no es que te comprás otra comida hecha o… Así que bueno, por eso yo te diría esto de… ¿no? del cansancio, del sueño… de la anemia, ¿no? Habría que verlo. Si tenés ganas…
–Sí, sí. También pienso lo mismo, y “sí, bueno esta semana no porque no sé qué, la semana que viene…” Al final no voy nunca, ¡hace años que pienso…!
–¡Claro!
–“Y sí, debería ir al medico”, pero no.
–Y… ¿y de todo lo que hablamos la otra vez, que me contaste un poco de tu familia, de cómo es tu madre, de tu hermana, de tu padre? Estem… –toso y la interrumpo muchas veces mientras habla–, ¿qué más te parece importante? ¿Me contás? Hablame de lo que quieras, ¿eh? Yo te estoy sacando temas pero hablá vos de lo que… lo que tengas ganas. Lo que quieras, bah.
Ella se acomoda en la silla lista para escuchar y nos quedamos en silencio un rato.
–La verdad es que no me desperté con muchas ganas de hablar.
–Lo que surja –nos miramos un rato más en silencio–. Fijate, lo que se te venga a la cabeza, lo que se te cruce. Lo que quieras decir vos.
Otra vez nos quedamos en silencio y ella mueve algunos papeles de un lado a otro de la mesa. Yo me acomodo en mi silla.
–No sé… –digo finalmente, pero ella sigue moviendo cosas entonces yo también, muevo mi cartera, acomodo la correa, me arreglo el flequillo. Después de un rato hablo.
–Me pregunto si las cosas serían mejor si en vez de trabajar de noche trabajara de día. Me pregunto si eso haría alguna diferencia, porque sería como cambiar de… de ropa.
–¿En qué sentido cambiaría?
–En vez de dormir de día, dormiría de noche. Pero las cosas serían igual. Llegaría a mi casa a la tarde, dormiría de noche.
–¿Y de qué te gustaría trabajar? ¿De qué…? Digamos… Vos entraste con una pregunta, ¿no?, que hablabas con este conocido tuyo. Emm… si las cosas se pueden cambiar, si se puede cambiar una estructura que viene de tantos años, o no se puede cambiar. Esa es la pregunta que vos te hacías hoy cuando llegaste, ¿no? Bueno, pensemos a ver… qué sería cambiar para vos, qué sería cambiar una estructura, porque así suena como más… ¿no? como teórico. Pero, ¿qué sería para vos cambiar una estructura?
–Y, pienso como que estoy parada en un lugar en donde llevo adelante una rutina como si fuera una máquina.
–¿Mjm?
–Esa máquina pareciera que no tiene vida. Y cambiar sería… ver si hay algo adentro de eso.
–¿Si hay algo de vida?
–Sí. Me refiero a vida, a alguien que… que por lo menos tiene ganas de hacer algo, aunque no esté haciendo lo que quiere.
–¡Claro!
–Por lo menos tiene ganas de hacer otra cosa.
–Sí... ¿Y en algún momento de tu historia vos sentiste, de tu vida… sentiste algunas ganas de hacer algo? ¿O sentiste…? Como para que lo recordemos, lo ubiquemos, lo entendamos un poco –toso mucho, muy fuerte–. O te… te ilusionaste con algo, o te daban ganas…
–Sí, tenía ganas de irme de la casa de mi mamá, de no verla más. Tenía ganas de que no hubiera… –la tos no me deja hablar.
–O sea que eso… ¡no tengo ni un caramelo para darte! –me mira toser y sigue hablando–, como que eso fue realmente un deseo. “Quiero irme, este lugar no es para mí”, decías. No querías estar más ahí con ella. Y eso lo lograste. Y… ¿a qué edad empezaste a querer irte? –habla muy fuerte por encima de mi tos.
–¿En la adolescencia?
–En la adolescencia. Cuando se fue tu papá vos eras chiquita, tenías seis. Y ahí, previo a que se fuera tu papá, ¿qué recordás? ¿Qué…? ¿Nada?
–Qué sé yo, nada. ¿Los chicos qué hacen? ¡Cosas!
–Pero ahí no te querías ir de tu casa.
–Pero, ¿hay chicos que se quieren ir de su casa?
–¡Cómo que no! Yo tengo hijos y te puedo asegurar… –se ríe y hace gestos con las manos.
–Yo la verdad es que pienso que…
–Por ahí no te acordás, pero…
–Yo lo que me acuerdo es que veía a mis compañeros de escuela y me entristecía pensar que no tenía una familia parecida a eso. Por ejemplo tenía una compañerita... –se escucha una voz que llama a una licenciada como por un megáfono, lo que le da a la situación una atmósfera de club–, que siempre estaba hermosa, guardapolvo hermoso, re bien peinada, con peinados así de… de alguien que se pone a peinar a su hija todos los días. Y cada vez que había un acto escolar ella siempre actuaba.
–¡Ah! –dice, riéndose y echando la cabeza hacia atrás.
–Y cuando… Me acuerdo que una vez todos hacíamos de… éramos un conglomerado de chicos disfrazados de una manera y ella, como estudiaba danzas clásicas y tenía el tutu y qué sé yo… Estaban todos así sentados y adelante estaba el escenario, todos ahí aglomerados, disfrazados como podíamos y ella bailando entraba toda delicada…
–Con su tutú –completa la oración sonriendo.
–Con su tutú, todos en ese pasillo mirando como ella entraba y todos “¡ah!”, aplaudiéndola, y ella estrella.
–Está bien, y claro…
–Y yo decía “¿por qué no soy así?”.
–Mjm. ¿Y por qué pensás que no eras así? ¿Qué pasó? ¿No tenías una madre que te peinaba…?
–No, en ese momento…
–Tu mamá… ¿Qué hacía? ¿Te peinaba, te arreglaba? ¿O te ibas como podías al cole?
–Y… medio que si nos peinaba era así a los tirones, una colita y bué, vayan.
–Claro. No había una dedicación, como decir “bueno, te pongo gomitas así…”
–No, creo que estaba más ocupada en su vida que…
–Ahí está, ¿qué era su vida en ese momento? Porque a tus seis años convivía con tu papá –otra vez toso mucho y me cuesta hablar–. ¿Qué era la vida en ese momento? Cuando estaban los cuatro juntos.
–La verdad es que no me acuerdo mucho, pero me acuerdo que… era bastante hostil todo.
–Y ellos no se llevaban bien.
–No me acuerdo de eso, pero lo que me acuerdo es de que yo tenía la preocupación de tener que representar o decir justo las cosas como yo pensaba que a ellos les caía bien para que no nos reten.
–Ah, ¿sí? ¿Había mucho reto?
–Y estaban como irritables. O sea, siempre estaban al borde de enojarse.
–Y ustedes tenían que obedecer.
–Mi mamá tenía una cara que… te miraba así y ya te fulminaba. O sea, no hacia falta que nos diga nada. Por ejemplo, una vez en años salimos a visitar a una compañera de la secundaria de mi mamá. Viajamos un montón en colectivo, nunca salíamos nosotras.
–¿No salían?
–No. Llegamos ahí y la amiga y mi mamá, que se ve que no se veían desde el secundario, se pusieron a charlar. Tenía dos hijitos que eran unos animales.
–Sí.
–Por ejemplo, nos sirvieron la leche y los pibes comían como si fueran bestias, entonces nosotras nos copamos e hicimos lo mismo. Y… de repente cuando la veíamos a mi mamá, que nos miraba con una cara así, quedábamos como…
–Claro, como que no te daban más ganas –dice y se ríe.
–¡Era…! No sé, yo sentía que me iba a asesinar. Y… no hacíamos más nada. Entonces nos mandaron a jugar a la habitación de los chicos.
–Sí.
–La habitación de los chicos tenía una ventana que daba a un patio, y estos chicos disfrutaban de jugar de saltar del piso a la cama, de la cama a la ventana y afuera, corrían por el patio… y de vuelta adentro. Y así, tá, tá, tá… –digo, dando golpecitos en el borde de la mesa–. Y nosotras nos pusimos a jugar así.
–¡Claro!
–El resultado de eso fue que las camas quedaron todas embarradas. Y cuando llegó la madre de los chicos dijo “¿Pero cómo hacen esto? ¡Siempre igual!”, en general. Y mi mamá nos agarró así y nos hizo… nada, “bueno, chau, nos vemos”. Y después volvimos, no me acuerdo el viaje de vuelta, pero lo que sí me acuerdo es que me quedé para toda la vida sintiéndome culpable de que ella nos decía “no salgo nunca, una vez que voy a ver a alguien me arruinan todo, ahora estoy acá por culpa de ustedes”, y… y qué sé yo. No sé, me quedé como muy triste con eso.
–Y sí, difícil era tu mamá para convivir. ¿Y qué…? ¿Por qué pensás que era así? ¿Qué le pasaba? ¿Qué, qué… tuvo una historia difícil? ¿Una vida difícil? ¿Qué… qué la amargaba? Porque por lo que contás estaba medio… mal, digamos ¿no?
–Pasa que yo ya analicé mucho y por todos los costados a mi mamá, y me di cuenta que no voy a ningún lado, y que al final en vez de pensar en mí, pienso en ella como siempre, como esa vez.
–Pero, pero… está bien lo que decís, pero digo, algo pasaba evidentemente, porque…
–Es una persona que no tiene, o sea… que no resolvió nada me parece, tiene problemas. Con el mundo en general. Y los va a seguir teniendo siempre, porque…
–¿Se trató alguna vez?
–Ella…
–Por esto que vos me contás, ¿alguna vez hizo consultas? ¿Se trató con un… medico, con un psiquiatra, con un psicólogo? ¿Sabés algo?
–Ni idea.
–No sabés.
–Que yo sepa…
–Está bien, que vos sepas… no. Pero feliz no se la veía.
–Hace muchos años que no la veo, tal vez está haciendo algo.
–No, pero digo, “feliz…” –mueve los ojos en círculos mientras tira la cabeza hacia atrás–, no tenés un recuerdo feliz.
–No, pero aparte ella disfruta de… de pasarla mal –hablo con un tono monótono y sigo medio encorvada–. Porque cuando… por ejemplo una vez… cuando no había problemas aparentes, ella encontraba siempre un problema. O sea, cualquier cosa es un problema para ella.
–¿Y a tu papá lo recordás más alegre? ¿O tampoco?
–Mi papá casi no estaba, y si estaba era como si fuera un potus.
–¿Trabajaba… afuera?
–Era vendedor.
–Ah, cierto. Me habías contado. Y cuando llegaba, ¿no… no…?
–No me acuerdo mucho de él.
–Eh… Clara, y… la otra vez vos me decías que bueno, que vos siempre te echaste un poco la culpa de lo que le pasaba a tu papá, ¿no? Y que ahora tenés… tenés este lado de tu madre, que como tu papá no vivía más sentías como… bueno, ahora… ¿no? Como que hay un cambio, ¿no? Emh… –hace un silencio y se rasca un poco una ceja– ¿A qué te referías con eso, a ver? Que te echabas la culpa o… ¿o por qué sentías que tu papá tenía que ver con este malestar tuyo, o…?
–Encima que no nos daba bola, de repente se fue y no nos dió más bola de verdad.
–Ah, o sea que… ahí ya directamente desapareció –dice con gracia–. Ni potus, digamos, ya no estaba.
–Ya no estaba más.
–Mjm. ¿Y a qué pudiste llegar de grande? Con tu voz de grande me decís que lo… me contaste en algún momento como que lo ubicaste, sabías que él vivía con tu abuela, con la mamá de él. ¿Qué… qué pudiste descubrir? ¿Pudiste descubrir algo? O sea, digo, ¿algo puntual?
–Y por ejemplo, mucho no… me costó muchísimo porque él no quería vernos. Y después de tanto insistir, algo que me pareció terrible es… yo tengo una hermana.
–Mjm.
–Mi hermana siempre fue diez y yo siempre fui, no sé, seis. Y… yo trabajé muchísimo para encontrarlo, yo lo llamaba. Y por ejemplo para el cumpleaños yo me acordaba y qué sé yo. Él no me llamó nunca para mis cumpleaños, y a mi hermana sí.
–¿La llamaba?
–La llamaba, y mi hermana se enojaba con él, lo trataba mal. Y por ejemplo recuerdo algún llamado que me hizo, “hola, te llamo para saber como está tu hermana, porque me parece que está enojada”, “hace un año que no hablás conmigo” le contestaba, “decime hola, ¿no?”
– ¡Claro! –tuerce la boca y se cruza de brazos.
–“Bueno, no, es que… viste como se pone ella”, bueno. “No, no sé nada”.
–Nada más. No te preguntaba cómo estás, cómo andás, qué estás haciendo, nada.
–Nada.
–Raro también, ¿no?
–No sé. Pero no es tan raro, es… es muy… obvio, es que…
–Pero, ¿por qué…?
–A la gente que los trata bien, “no tienen consideración”. A la gente que los trata mal, “me siento mal, entonces…”
–Entonces lo busco… Pero, ¿por qué dejaría a dos criaturas tan chicas? Porque a tu hermana también la dejó, más allá de esto que me contás de los cumpleaños, no… no…
–Hay una versión… eh, familiar, pero esas muy ocultas –digo con cierto misterio.
–¿Sí…?
–Que era porque estaba con alguien.
–Con otra mujer.
–No.
–¡Con otro hombre!
–Algo así.
–Ah. ¿Y como que eso hizo que se alejara de ustedes?
–No sé, pero finalmente no lo sé. Lo que sé es que estaba con… ¡la madre!
–Claro.
–Tal vez él no tenía ganas. O sea, hizo todo eso, vio que era lo que no quería y lo dejó como si fuera comprarse un par de zapatillas, no le gustó y lo tiró.
–¡Claro! Pero qué pensás, porque ustedes no era un par de zapatillas.
–Bueno, pero hay gente para todo. Yo conozco tanta gente en el lugar donde trabajo...
–No, seguro, seguro.
–Que hay gente incluso peor.
–Seguro.
–Este por lo menos se fue.
–Claro, vos decís que hay gente que se queda… pero, pero bueno, creo que irse ya es como… lo ultimo que te puede llegar a hacer, ¿no? Aunque también puede quedarse y… eso depende del tipo de gente. Pero… pero bueno… digo, no se sabe qué pasó, pero… de todos modos...
–Aparte, la verdad, mientras estuvo tampoco es que estaba.
–Claro, no era una “presencia” y de repente se fue y dijiste “oh, me perdí de…”
–No es que le importara mucho. O sea, es como si hubiera estado aguantando.
–¿Seis años, siete años?
–Claro.
–Eh… ¿Qué sabés? ¿Se casaron enamorados, se casaron contentos? ¿Tuvieron una buena relación por lo menos los primeros años? ¿O siempre estuvo la cosa así de difícil?
–No sé mucho.
–No sabés nada. De eso.
–No, porque lo que podría llegar a decir que sé es lo que me contaba mi vieja y la verdad es que no le creo nada. Infla todo. Imaginate que a veces me cuenta situaciones en las que yo estuve presente y digo “no conozco eso que me estás contando”.
–¡Claro! –se ríe.
–Entonces…
–¿Distorsiona mucho tu mamá cuando cuanta las cosas?
–Y pero, es una persona que… egoísta. Una vez una amiga… yo estaba triste y me dijo “perdoname que te diga esto pero la depresión es lo más egoísta que puede hacer alguien”.
–¿Qué dijo?
–Que estar deprimido es ser egoísta. Tenés que salirte un poco de vos y ves el mundo y te das cuenta que… no da. Y me vieja es una persona depresiva, y en serio, no ve otra cosa que ella.
–Y esta depresión…
–Por ejemplo cuando éramos chicas nos escuchaba reír y venía “¿de qué se están riendo?, ¿de mí? ¿De qué se están riendo? ¡Me cuentan!”. Qué sé yo, si estábamos mal, “¡Ay!” Y ella se entristecía. ¡Es como que todo era ella!
–Si estaban mal ella se ponía mal.
–Ni siquiera… o sea, no podías hacer nada porque ella se pensaba que era para ella, por ella.
–Este… Clara, y… vos hace un rato me decías “no quiero hablar de ella porque vengo acá por mí y bueno”, pero de alguna manera, sería imposible pensar que una madre así no haya tenido un mínimo impacto sobre vos, ¿no? Sobre tu forma de ser, sobre tu forma de sentir.
–Pero obvio que sí.
–¿No? Pensá que bueno, que… que es el primer espejo que uno tiene, los padres, ¿no? Es donde se mira. Este… con lo cual, bueno, me parece que… que más allá de que resulte por ahí para vos desagradable hablar de ella o contar estas cosas, por ahí… –vuelvo a toser muy fuerte interrumpiéndola, pero ella no para de hablar–, podemos… ponerla sobre la mesa para entenderla un poco más. Esto que vos me decís “no tengo ganas de nada” –me cita con voz tonta, llevando los hombros hacia delante con un gesto muy desganado–, ¿no? Este… me parece que, bueno, que… que esta historia afecta todavía.
–Te soy sincera, la verdad es que no, no tengo ganas.
–¡Claro!
–Pero por otro lado, tampoco le echo la culpa a la gente que me rodea, qué sé yo.
–No se trata de echar culpa, se trata de entender algunas cuestiones para ver si podemos transformar lo de ahora. Pero no echando culpas, porque… no sé si sirve de mucho echar culpas a los demás, ¿no? Por ahí sí considero que habría que poner un poco de luz sobre esta historia de cada uno para, por ahí, poder entender dónde estamos, qué nos pasa. Lo cual no quiere decir que tampoco tu historia eh… nos… A ver, nos organice toda la vida. Siempre uno tiene… ¿no?, un cierto grado de libertad, que seguramente es por lo cual estás acá, para decidir qué querés hacer con tu vida, ¿no?, para elegir. A veces nos sentimos más libres, otras veces nos sentimos menos libres, pero… siempre un grado de libertad tenemos –habla elevando mucho la voz, sin dejar de sonreír enérgicamente–. Entonces, bueno. Por ahí entender un poco esto de tu madre que bueno, me parece que… O lo de tu padre, que me parece… ¿no?, una postura bastante llamativa, sin juzgarla de buena o mala, me parece bastante llamativa. Esto de que tu papá desaparezca, no lo veas más o… No porque no pase, eso pasa todos los días, pero… –se ríe un poco–. Eso es “algo”, indica “algo”, ¿no? Este… y de alguna manera pienso que bueno, la relación con tu familia, hoy en día, que es poca, digamos que con tu mamá hablás casi prácticamente… ¿te llama ella para saber cómo andás? ¿O te llamó la otra vez por lo de tu papá y…?
–Me llamó por lo de mi papá, pero no…
–Para eso te llamó. ¿Y por qué cortaron relaciones? ¿Fue cuando vos te viniste acá o cuando ella se enteró de qué trabajabas? Porque algo me dijiste de tu trabajo… –ahora achina los ojos y se encoge de hombros sin dejar de sonreír.
–Y, la verdad es que tratarnos dependía bastante de mí, porque es como que… tienen la mirada puesta en mi hermana.
–Claro. Ella está ahí, enganchada con eso.
–Que es “la que hace las cosas bien”.
–¿Sí? –pregunta desafiante.
–No sé, yo soy la que insiste. Si dejo de insistir… –levanto los hombros.
–Claro.
–Desaparecí y no, ni se preocupan. Tal vez sea una molestia menos. ¡O no, no sé! No les interesa.
–Sí.
–Ya te digo, mi viejo si me llama o me llamó, fue para…
–Para ver qué le pasaba…
–Para ver por qué mi hermana no contestaba.
–Y… ¿con tu hermana hablaron después de lo de… enterarte de lo de tu papá? –digo que no con la cabeza–. No. Tampoco. O sea, no se hablan, ¿ella tampoco te llama, ni vos a ella?
–No, mi hermana ya te digo, es como el centro, “el núcleo”, y si vos no la llamás ella no te llama. Es así.
–Parece la chica con tutú –ahora tiene una sonrisita cómplice, yo toso.
–Es.
–¡Claro! –se ríe–. Se me venía esa imagen, la de la chica con el tutú que iba caminando.
–Ella está ahí –señalo el centro de la mesa–, y todo el mundo gira alrededor de ella.
Nos quedamos un momento en silencio, mirándonos.
–Este… ¡bueno, pero…! No sé, yo creo que… ¿no? Estem… tenemos que pensar y tratar de conectar un poco… ¿qué tenés ganas vos para vos? Más allá de tu mamá, más allá de tu hermana, más allá de la historia, ¿no? ¿Qué tenés ganas… para vos? Porque… hablabas de tu trabajo… cuando llegaste… –ella hace muchas pausas y estira las palabras esperando a que la interrumpa, entonces la interrumpo.
–Pasa que me tendría que poner a pensar, y es casi lo mismo… la misma situación que con el medico. Digo “sí, bueno, mañana, hoy estoy re cansada…” y así, y llega el lunes, entro acá y me decís “¿qué pensaste?”, y la verdad es que nada.
–No tenés ganas de pensar en nada –me justifica–. Pero bueno, ¡decí lo que se te ocurra! De última “pensemos”, lo hacemos juntas acá. Pero digo, este… no sé si tendrías que venir a pensar, tal vez tendrías que venir a decir lo que se te ocurra. Por que por ahí, no sé, lo que se te ocurres es decir “no tengo ganas de nada”, me parece que estás diciendo mucho con eso, ¿no? Este… pero bueno, es… es una postura también, o una especie… también se dice mucho con… no es necesario decir siempre cosas “buenas”, o “pensar” lo que se va a decir, sino que por lo menos podés decir lo que se te cruza, ¿no? –me mira esperando algo, pero no digo nada, simplemente sigo mirándola como hasta ahora, casi sin gestos–. ¿Y qué estás… qué dirías ahora, a ver? Que no tenés ganas de nada, ¿qué más?
–Por ejemplo… me cuesta venir acá. Hoy por ejemplo me desperté, era medio tarde y dije “¿y si no voy? Le digo que me quedé dormida”, que era lo que me había pasado. Y dije “no, porque después me van a decir que no vaya más. Bueno, voy”, y vengo y es como que esta… esto, ya lo estoy metiendo en mi rutina. Como que es una de las cosas que “tengo” que hacer. Pero no sé si tengo ganas de venir. O sea, una vez que estoy acá digo “ah, está bien, bueno”. Pero…
–Pero, ¿ganas…?
–¡Llegar hasta acá! Es como que… levantarme, venir…
–Pero ganas es “de estar con otros” o… no solo de venir acá… esto es parte, esto no es “la vida”.
–El trabajo también.
–Bueno, entonces hay algunas cosas que de a poquito te vas a tener que ir ocupando, si te querés sentir mejor. Después vemos si podemos hacer cambios, si no podés hacer cambios, pero… esta energía, esto que vos decís “ah, no tengo ganas”, algo se puede llegar a hacer con eso, ¿no? Entonces, bueno, por ahí hay que pensar… qué cosas querés hacer. Por ejemplo, no sé… también cosas que cuestan hacer, como ir al medico, aunque sea empezar por sacar un turno –vuelvo a toser–, hacerte análisis.
–Lo que pasa es que… ¿ir al medico? es no dormir dos días. Porque es ir a un lugar que tenés que ir muy temprano, que yo… o sea ir del trabajo a ahí.
–¿Dónde vas? ¿A un hospital, por ejemplo?
–No sé, por ejemplo. No se me ocurre, pero… se me ocurre eso.
–Hay centros comunales también, no sé en el barrio que vivís vos, pero hay centros, que viste que te atienden… qué se yo.
–¿Sí?
–Sí, hay. Yo, qué sé yo, una vez conocí uno por… por la calle Córdoba, creo que era en Colegiales. Están donde están… ¿los centros cívicos?, ¿los centros donde hacen los documentos, donde…? Ahí no tardas tanto como en un hospital, ¿no? Este… digo, ¿no? Como para ir viendo, para ir pensando en esto. Este… de todas formas, bueno, entiendo que estás sin ganas, pero me parece que estas no ganas…
–Porque es como medio… ir al medico es no dormir un día, en serio. Es… ¿el tiempo que yo uso para dormir? Es ir al medico.
–Pero tenés un día libre, ¿o no?
–Después tengo que hacer todo a la vuelta.
–Pero el día libre no tenés que trabajar.
–¡No trabajo a la noche, no de día! ¡Y a la noche no hay ningún lugar abierto para ir!
–No trabajas de noche. Bueno, pero ese día supuestamente te levantas más temprano, con lo cual no…
–Pero yo… yo no tengo un horario de…
–Ya está. ¿Qué hacés cuando no trabajás? ¿Qué hacés a la noche?
–Qué sé yo. Me quedo en mi casa, hago las cosas que no puedo hacer durante la semana, que es…
–Mjm, ¿las haces a la noche? No las hacés, este…
–Sí.
–Bueno, emh… –mira las hojas en las que estuvo escribiendo el primer día que nos vimos–, yo te diría lo siguiente, el lunes que viene nos vemos, ¿vos tenés mi celular? –le respondo que no con la cabeza–. Copialo, anotá –busco un papel, como no encuentro escribo en el tiecket que me dieron antes de entrar–: 15 3164 xxxx.
–Bueno.
–Estem… tenelo a mi celular, yo los martes también estoy en el centro. Eh… yo digo, más allá de que te cueste… o bueno, me podés llamar por el celu también. Pero digo, contá con eso por si en la semana, en algún momento, estás medio sin ganas, pero más sin ganas, lo que sea… de repente, nos vemos los lunes, pero si en algún momento te sentís muy angustiada o triste me podés llamar, y nos vemos antes… o me llamás… –sonríe con mucha simpatía–. Emh… Que no tengas ganas, bueno, digamos… viniste, que es lo importante, ¿no? Me parece que eso es lo importante.
–Sí.
–¿Te cuesta pensar? Y bueno, no importa, hablá de lo que sea. Pero… el tema es que tenés que sostener vos algo de esto que armaste. Porque armaste, viniste a una entrevista de admisión, te bancaste a este… como habías dicho vos –se ríe–, ¿cómo me dijiste? ¿Que tomaba qué?
–Lo de los anabólicos.
–¡El de los anabólicos! –se ríe de nuevo–. Este… Te lo bancaste, esta ya es la tercera vez que nos vemos… –ella estira las palabras hasta que suena su celular y lo mira de reojo, se estira y como no logra ver bien lo levanta de la mesa y atiende.
–Hola. Sí, ¿qué tal Gabriela, cómo estás? ¿Bien? Estoy atendiendo, pero decime –ella habla de costado y yo toso–. Sí. Te llamo. No, no sabría, es... ¿Te llamo y…? ¡Oh…! Bueno. Sí. Bueno… No, no no, llevala al medico y yo te llamo después. Y arreglamos un horario para ella, pero venite vos en tu horario el miércoles, ¿sí? Bueno, un besito, chau chau –apoya el celular en el mismo lugar sin dejar de mirarlo y suspira–. Este… entonces bueno, tratemos de… de sostener este espacio, ¿dale? Aunque a veces, bueno, llegarás un poco más tarde… ¿y si algún día no venís? Bueno, yo te voy a estar esperando igual, pero te veré al otro, ¿sí? ¿Eh?
–Sí.
–Bueno, buenísimo. Y cualquier cosa me llamás –habla mientras se levanta, y yo hago lo mismo–, ¿mh?
–Bueno, gracias.
–Bueno, Clara, te veo entonces el lunes –pone una de sus manos en mi hombro y con la otra abre la puerta, yo toso–. Bueno, buena semana. Chau.
–Chau.