Sesión 2: La actuación


(· El papel en blanco)
(· Música y propinas)
(· La muerte de papá)
(· La vieja historia familiar)
(· Néstor)
(· Eramos tres cosas abandonadas)
(· Re morbo la gente)
(· La pantomima de siempre)

Lunes 21 de mayo de 2012

Llego bastante puntual. Pago mi bono, elijo un lugar entre las tantas sillas y me siento. Hay algunas personas en la sala, las sillas están dispuestas en forma de u cuadrada, con lo cual es imposible no vernos las caras.
–Clara, hola –me llama D. con tono neutro.
–Hola –le respondo mientras ella hace una seña con la mano para que me acerque y me indica que la siga. Llegamos al consultorio 14, abre la puerta y me cede el paso–. Gracias.
Mientras nos acomodamos cada una en su silla ella habla.
–¿Cómo va?
–Acá… bien –acomodo mis cosas en el respaldo. Ella ya está lista–. ¿Vos?
–Bien –me mira pestañando, tiene las manos cruzadas sobre la mesa–. Bueno, ¿cómo anda todo? ¿Cómo…? ¿Te quedaste pensando en algo de lo que me contaste el otro día…? ¿Cómo anduviste en la semana…? –acerca la silla a la mesa ruidosamente–. Contame.
–Igual.
–Igual –repite.
–Sí –no tengo muchas ganas de hablar.
–Vos me habías contado entonces que estabas trabajando en un lugar a la noche, ¿no? –dice, mirando de reojo los papeles en los que escribió la sesión anterior.
–Mjm, sí.
–Y… ¿cómo entraste ahí? Contame, ¿cuánto hace que trabajás ahí?
–Hace un tiempo ya. Entré porque… Nada, se supone que yo iba a cantar.
–Ah, ¿sí? ¿Ahí, en el lugar?
–Sí.
–Mjm.
–Y… bueno… –dejo de hablar. Miro cómo me mira, alternando entre mis ojos y los papeles.
–¿Pero empezaste cantando? ¿O te habían ofrecido para cantar y después terminaste haciendo… otra cosa?
–Y… una vez fui porque conocí gente… de vacaciones, en un momento… en Córdoba.
–Mjm
–Me acuerdo que conocí gente en un bar, también así y… y nada, alguna vez canté y los ayudé en la barra y… me gustó, entonces cuando vine acá busqué algo parecido.
–Claro, o sea: habías trabajado en algo “parecido” –acentúa la palabra–, en Córdoba.
–Mjm… en un verano.
–En un verano… Pero, ¡parece que no era tan parecido! Porque eso te había gustado –termina la frase con un gesto de interrogación.
–Sí.
–¡Claro!
–Y esto al principio… es que…
–¿Qué hacés concretamente? ¿Qué… qué, qué es? ¿Estás…? O sea, vos… Este es un bar, a donde van hombres, y donde hay chicas que bailan… ¿y vos qué tenés que hacer?
–Servir las mesas.
–Servir. Servir las mesas y… ¿qué hacés? ¿Te sentás a tomar con ellos?
–Mmmm no.
–No…
–La idea es… Eso es lo que a ellos les gustaría, pero en realidad yo tengo que servir todas las mesas o… presentar a las chicas… También, si no hay muchas chicas, me quedo a… a charlar.
–¿Con quién? –me pregunta precipitadamente.
–¡Con los que toman algo!
–Ah –dice, mientras se recuesta en el respaldo de la silla–, tienen muchas chicas que están acompañando a hombres, digamos, vos te quedás… ¿y te gusta eso? ¿Te divierte? ¿Que… esto de hablar con los hombres o… qué es lo que te molesta? Porque vos decís que no te gusta el trabajo, ¿cuál es la parte que no te gusta?
La miro muy seriamente.
–Digamos que al principio podés charlar un rato…
–Entiendo –me interrumpe– que mi pregunta por ahí te molesta, pero yo te pregunto porque no sé, no te conozco, por ahí… ¡a otra persona le puede encantar! Cada uno… ¿viste? –la miro peor–. ¡No sé…!
–¡Qué sé yo! Al principio es sentarte, charlar un rato y te puede divertir, pero después de un tiempo es como que…
–No te dan ganas de charlar más –vuelve a interrumpirme–, ni de sentarte con uno de…
–Y a parte, la verdad es que… vas entendiendo que…
–Mjm.
–Hacen siempre “todos” el mismo chiste, “todos” dicen lo mismo… –mi gesto es casi teatral.
–Ah, ¿sí? ¿Y cuál es el chiste de siempre?
–No… no es el mismo chiste, pero es como… tienen la misma actitud, las mismas intensiones, digamos.
–Claro.
–Y tenés que reírte…
–Mh… ser simpática...
–Hacer como que el tipo es super ocurrente… –digo con tono de diva, acomodándome el flequillo afectadamente–, y en realidad no se le ocurrió nada distinto a lo que se les ocurre a todos.
–Claro. Y eso te empezó a aburrir… te empezó a cansar, te empezaste a sentir mal con… con el tiempo. ¿Muchas horas son? ¿Además? –digo que sí con la cabeza–. Ym… ¿Clara…? Y…
–Es que después de un tiempo –la interrumpo–, me doy cuenta de que no era “eso” lo que quería yo. Yo quería cantar… quería…
–¡Claro! Vos fuiste ahí por otra cosa, ¿no? No para trabajar de eso… Ahora, ¿en Córdoba sí cantabas? ¿En el lugar ese?
–No… fui, canté una vez y justo la chica que trabajaba ahí no sé qué problema tuvo y me preguntaron si me quería quedar, me quedé y… me parecía divertido porque charlaba con la gente… me relacionaba con la gente.
–Claro, estaba bueno… –todo el tiempo sostiene una actitud de que sabe de qué estoy hablando, como si ella hubiese estado ahí, y se muestra muy simpática, comprensiva, abierta–. Pero era un ámbito distinto al que estás ahora, ¿era en Córdoba ciudad o en otra parte? ¿Estabas de vacaciones?
–No… en Córdoba ciudad.
–Ah.
–Pero… no era muy diferente.
–Era parecido el lugar… Pero, ¿qué era lo diferente que vos mencionás ahora, en este momento?
–Que no lo conocía.
–Ah… o sea, fue un tiempito nada más –me habla con la intención de que le siga contando.
–Y a parte yo estaba como más eufórica, no sé. A parte… estuve…
–¿Mjm?
–¿En todo el mes? No bajé un día de mi estado… etílico.
–Claro –dice casi susurrando y nos quedamos en silencio.
–¿Solo tomás alcohol? ¿O consumís algo más? Porque por ahí lo tomás… lo acompañás con algo más al alcohol…
–No… no lo acompaño –respondo despreocupadamente.
–¿Solo alcohol?
–Algunas veces fumaba mariguana y no me… no me hace bien.
–¿Te hace bien? ¿Te relaja?
–No me hace bien.
–Ah, ¿no? ¿Qué te genera? –otra vez está reclinada sobre la silla.
–Paranoia.
–¿Ajá?
Digo que sí con la cabeza, ella hace lo mismo. Nos miramos en silencio un rato.
–Bueno –suspiro mientras me apoyo en el respaldo–, particularmente en ese tiempo tomaba antidepresivos.
–Allá cuando estabas en Córdoba –anuncia con tono de suspenso.
–Sí, pero… los tomaba porque… digamos que me automedicaba.
–Sí, que una compañera te había dado… ¿no? ¿Me habías contado?
–Sí.
–Eh… ¿y ahora? ¿Estás tomando algo?
–No, porque… –suspiro–, la mezcla es como que… –frunzo la naríz.
–¡No, claro, la mezcla no está buena! No te sentís bien mezclando.
–Sí, ¡te sentís bárbaro! Pero hacés cualquier cosa…
–Claro… descontrolás –se ríe un poco.
–Sí.
–¿Porque con el alcohol solo qué tenés? ¿Cómo es? ¿Te cuesta levantarte y qué más?
–Digamos que si no me tomo un par de whiskies no puedo estar ahí.
–¡Claro! –dice comprensivamente–. ¿Y los tomás cuando llegás? ¿O en tu casa, antes de salir?
–Depende del humor que tenga.
–Mh.
Por momentos se escuchan ruidos que vienen del otro lado de la puerta, como un pequeño diálogo que se da intermitentemente en la entrada de los consultorios cercanos.
–Emh… –D. mira en sus papeles buscando algo–, ¿te molesta esto de tomar alcohol o… lo tomás como algo natural?
Tardo mucho en responder, lo suficiente como para notar su incomodidad.
–Depende el día.
–Claro… ¿en qué sentido es… “depende del día”? ¿Hay días que te molesta?
–Y sí, un domingo a la tarde me molesta un poco.
–Mjm… ¿tomás también en tu casa, un domingo a la tarde cuando estás sola?
–A veces…
–Cuando estás fuera del trabajo, digo.
–…pero no tanto, trato de no.
–Claro, tomás más bien en el trabajo. ¿Los domingos a la noche también trabajás?
–A veces sí.
–¿Y días libres cuándo tenés?
–No es fijo.
–Ah, va variando…
Digo que sí con la cabeza.
–Porque tendríamos alguno fijo, pero como entre todas nos vamos cubriendo y qué sé yo… es cualquier cosa la verdad, no hay ni horario fijo ni días fijos de… nada.
–Y… Clara… ¿salís con alguien? ¿Tenés amigas? ¿Tenés novio? ¿Salís… tuviste alguna relación importante? ¿En estos años?
–No.
–¿No? –repite.
–No –insisto.
–¿Pero así… relaciones ocasionales?
–Y bueno… sí, pero…
–Pero el trabajo es eso, ¿o no?
–Y… no se sabe, a veces…
–¿A veces te gusta alguien?
–No es que “me guste”, pero a veces pareciera que pasa otra cosa.
–¿Sí? ¿Te pasó… esta otra cosa?
–Sí, pero ya casi es como una especie de…
–¿De qué?
–¿Cómo te explico…? Como que en el fondo… –arrastro la voz cuando hablo, parezco adormecida, drogada–, digo “bueno, sí…”, pero en el fondo sé que no. Y no sé si es eso lo que hace que no funcione o si realmente sé que no va a funcionar.
–Mh… claro, ¿si es por eso o por el ámbito en el que conocés a la persona, decís? ¿O que no… no va?
–Y… la verdad es que otra cosa no hago.
–Mjm… ¿y últimamente conociste a alguien?
–No.
–No. Pero alguna vez te pasó de conocer a alguien que… esta persona te… y que vos dijeras “bueno, qué lástima que no se dio”, ¿no?
–Sí, igual acá me parece que se está planteando una confusión.
–A ver, contame.
–Em…
–No, yo no digo que vos tengas relaciones con los clientes, ¿eh? Con todos los clientes no, si no que si te pasó de conocer a alguien… que te gustara y que pasara algo…
–No, no son “los clientes” –la interrumpo.
–Ah, ¿no? ¿Y dónde los conocés?
–No.
–Los clientes del bar, ¿eh? No digo “los clientes”.
–Sí… ¡bueno, pero…! –muevo la cabeza hacia un lado en un gesto de reprobación–. No, me causa gracia porque en realidad no… Bueno, esa es otra cosa por la que vengo.
–Claro, tal cual.
–No sé, quiero ver si puedo encontrar una pareja, un novio.
–Sí.
–Pero últimamente si salí con alguien fue… Nada, por ejemplo con una bailarina nueva que había entrado y después…
–¿Con una chica?
–Sí.
–¿Y por qué con chicas? ¿Siempre saliste con chicas o últimamente?
–¡No! La verdad es que… me cruzo siempre con... por ejemplo, el tipo ese, el de la admisión de acá… ¡tipos desagradables!
–¿Sabés qué? Te iba a pedir un calco de él, porque yo no lo conozco pero me dio risa lo que dijiste de los anabólicos, ¿no? Como… –infla los cachetes y se toca con las manos unos bíceps enormes e imaginarios.
–No sé, gente como… agresiva.
–O sea: ese estilo a vos no te gusta, o sea, ese tipo de “hombre” –otra vez un gesto que indica enormidad–, así todo con anabólicos, todo. No, eso no –me habla todo el tiempo como esperando que la interrumpa–. Pero te planteaste también este tema de “por qué no estar con un hombre” –termina la frase con el gesto de interrogación que usa regularmente–. O… que te gustaría estar con un hombre –y otra vez el gesto.
–Creo que me gustaría salir con un hombre sobre todo… por una cuestión de… –tardo mucho en volver a hablar–. No sé, pienso en lo que hago, en el opuesto a la vida que llevo.
–Mjm.
–Y me parece como una ridiculez también hacer eso. No sé, es como convertirse en… no sé.
–¿Convertirse en qué?
–En Heidi.
–Claro.
–Pero más o menos eso es a lo que aspiro, me gustaría estar con alguien, tener hijos, tener una vida normal… Pero después cuando pienso en eso me deprimo –ella larga una risita y hace un gesto con la mano que hace pensar en lo que haría una amiga cuando se le cuenta algo muy ocurrente, gracioso–, y me… me parece una mierda también –hablo muy despacio, tranquila, con tono neutro–. Entonces estoy como… no sé. No me interesa nada.
–Mh.
–Y por eso no salgo con nadie.
–Y la relación con esta bailarina es… era del lugar donde trabajás –y el gesto de interrogación.
–Nada, llegó alguien nuevo… –explico aburrida, levantando un poco los hombros.
–Ajá.
–Que estamos siempre así, como bastante… aburridas de estar ahí, de los tipos que están ahí.
–Mjm.
–Pero en realidad no es nada importante ni para mí ni para ella.
–Ni para ella –dice a la par mío.
–Y te lo cuento porque me preguntaste si últimamente había tenido…
–O sea –me interrumpe–, no fue una “relación”, digamos.
–¡Pero no, nada!
–Fue un “encuentro” nada más, con ella… digamos.
–Sí… claro.
–Y para ella también, tampoco –digo que no con la cabeza–. No. ¿Y eso fue…? ¿Cuándo?
–Y… hace un tiempito, no sé.
–Hace un tiempito –dice, y pone el gesto de interrogación nuevamente–. Y… ¿novio… así…? ¿O… persona que se quede a dormir en tu casa? ¿O que vos te vayas a dormir a la casa de él? ¿O que te invite al cine? –me mira fijo–. No –se responde–, eso no.
–No.
–¿Y en la adolescencia? Antes de… ¿trabajar acá?
–Era muy tímida.
–¿Sí? Bueno, vos me contaste que no tenías muchos amigos antes, en la primaria o en la secundaria… Y… ¿cuando vivías con tus padres? ¿O con tu madre? –vuelve a esperar que responda–. Eras muy tímida –se contesta.
–Vivíamos bastante encerradas con mi madre.
–¿Por qué?
–Habría que preguntárselo a ella.
–¿Y era de vivir encerrada ella?
–Mi… mi papá se fue y ella quedó como medio… ¿loca?
–Mh… ¿qué hacía? ¿Hacía cosas “locas”? ¿O…?
–¡No, no…! –la interrumpo–. ¡Loca de insoportable!
–Ah… “¡Tenía un carácter!” –dice, teatralizando–. Esas cosas…
–No, una persona que se vive quejando.
–Mh. Vos me habías dicho… ¿cuántos años tenían cuando se separan?
–Yo iba a la primaria.
–Mh, ¿y tu hermana?
–También.
–También –repite–. ¿Cuánto se llevaban? ¿Poquito?
–Dos años.
–Dos años. Eh… ella es más grande que vos –dice y pone su gesto interrogativo.
–Sí.
–Y ahí quedás con tu mamá… y vos eras re tímida –parece contar el final de un cuento–. No eras ni de llevar amigos a tu casa, ni de…
–No, ¡era un papelón llevar a mis amigos a mi casa!
–Claro. Vos no te sentías cómoda y te costaba llevarlos.
–Pero… cosa que le pasaba cerca, se la sentaba al lado y se le ponía a contar todas sus desgracias, sus problemas en detalle, ¿entendés? –mientras hablo va haciendo distintos gestos de negación y compungimiento.
–Claro…
–Y… ¿en el secundario? ¿Te cambiaste de colegio? ¿Fuiste al mismo que en la primaria? Terminaste tu secundario –afirma e inmediatamente hace el gesto interrogativo de siempre. Digo que sí con la cabeza–. Y… ¿cómo fue? ¿Qué pasó con el secundario?
–Nada.
–Nada –repite–. No recordás nada… ninguna situación así…
–No fui ni la mejor ni la peor, no tenía amigos tampoco, tenía…
–¿No? –me interrumpe.
–Tenía compañeros, así.
–¿Tus quince?
–Estaba como por descarte con… los que estaban por descarte.
–Ajá… ¿y empezaste a salir ahí? A fiestas, cumpleaños, quince… ¿esas cosas que uno hace en el secundario? ¿O no?
–No… bueno, yo iba a lo normal, no sé.
–Ajá.
Se escucha una señora del otro lado de la puerta que llama a alguien por el apellido muchas veces.
–¿Tu hermana? ¿Hacía lo mismo que vos? ¿O tenía otra modalidad? ¿Cómo, cómo…?
–No, ella tenía novios, por ejemplo.
–¡Ah! –exclama como si hubiera descubierto algo importante–. Ella sí tenía novios… ¿los llevaba a tu casa? ¿Los conocías vos? ¿O no?
–No, se la pasaba en la casa del novio.
–Se iba, directamente… –se ríe–. Y, Clara… y vos, estem… terminaste el secundario… ¿dónde era que vivías en esa época?
–En zona sur.
–En zona sur –repite–. Terminaste el secundario ¿y…? ¿Qué se te da por hacer ahí? ¿Querés estudiar algo…?
–Seguí viviendo con mi mamá mi hermana se fue a Córdoba porque se casó –hablo sin pausas, rápido.
–Ajá, la cuchita –dice, y hace el gesto interrogativo, yo la miro sin saber si entiendo lo que me quiere decir o no.
–No tanto.
–Mh… ¿y ya habías empezado a trabajar ahí, cuando terminaste el secundario?
–¿Cómo?
–¿Habías empezado a trabajar? ¿Tenías un trabajo cuando terminaste el secundario? ¿O solo vivías con tu mamá? ¿Qué hacías?
–Vivía con mi mamá y quería estudiar música. Y medio estudié un poco…
–Ah, ¿sí? ¿Dónde? ¿En un conservatorio o en un lugar particular?
–Empecé con unos profesores de barrio, después quise ir al conservatorio.
–Sí…
–Tenía tiempo, pero no tenía tiempo en mi cabeza.
–¿Por qué? ¿Qué pasaba en tu cabeza?
–Pensaba demasiado –arrastro la voz cuando hablo.
–¿En qué?
–Ni idea.
–¿Te costaba dejar de pensar para hacer otras cosas?
–No lo sé.
Nos miramos en silencio.
–¿Y mietras? Tu mamá sigue igual, digamos. Con muestras de este ánimo así… quejoso…
–No sé, siempre la escuché. Primero venía toda la queja de lo mal que le había hecho mi papá, qué se yo –arrastro mucho la voz–, después pasaron algunas cosas y fue peor, y ahora y siempre ya estaba pensando en que ya se muere o en cuándo se va a morir. Lo cierto es que está siempre igual. O peor que antes.
–Claro. ¿Y qué cosas pasaron cuando dijiste “pasaron algunas cosas y fue peor”? ¿Qué cosas? ¿En relación a tu papá o a algo de ella? ¿Qué pasó?
Suspiro, miro la estufita que está muy cerca del techo, cierro los ojos y retengo la respiración por un instante.
–Con mi papá.
–¿Qué? ¿Qué pasó? Si querés contar… si no me lo contás otro día, no… no quiero… –se ríe un poquito, dice que no con la cabeza varias veces–. Pero, estem… ¿qué pensás que pasó?
–Por ahora lo único que puedo decir es que se separó de mi mamá y se fue a vivir con su mamá.
–Tu papá –afirma y hace un gesto de interrogación, yo digo que sí con la cabeza.
–Y… se fue. Y no volvió más. Y yo me enteré que se fue a vivir con su mamá mucho después cuando fui adolescente y lo empecé a rastrear un poco.
–¡Ah…! –dice con sorpresa, casi con alegría.
–Pero… no sé, nada.
–O sea, que las dejó pero no por otra… por una pareja, por otra… una mujer, digamos. Como que deja a su pareja y se va a vivir con su mamá. Y a ustedes no las ve más –todo lo que dice, lo dice con las cejas levantadas y la cara medio de perfil, lo que hace que suene casi como una pregunta pese a que es una afirmación.
–En principio eso fue lo que… supimos.
–Mh.
–No sé.
–No sabés más que eso.
–O preferiría no saberlo… o hubiera preferido no saber más que eso.
–Más que esto que te cuenta tu mamá… –deja un espacio para que conteste, pero no hablo–. ¿Eso te lo contó tu mamá? ¿No? ¿O te enteraste cuando vos lo buscaste? –no contesto–. ¿Y qué más te enteraste de tus papás? ¿Hay algo más así, fuerte, que te hayas enterado después? ¿O es ella la que te cuenta siempre? ¿O vos averiguaste lo que contás?
–Y no sé qué pensar. Es una familia muy… cada uno tiene la versión que tiene de las cosas y hay diez mil versiones de todo.
–¿Ah, sí?
–Me imagino que habrá diez mil versiones de mí también –hago una pausa y entorno los ojos, me muevo muy lento como un péndulo y tengo una sonrisita casi imperceptible–. Dicen que yo soy igual que mi papá, porque yo también en un momento me harté y me fui, no volví más, no hablé más con ellos…
–Mh.
–Cambié el número de celular…
–Para que no te ubiquen.
–No sé…
–Cambiaste todo.
–Digamos que no estaba pensando en que me ubiquen o no me ubiquen, simplemente corté mi relación.
–Y ahora, hoy en día, con tu mamá... mucho no hablás –digo que no con la cabeza–.
No, no… no hablás nada. No.
–No, alguna vez la llamo… ¿tres veces al año? Levanto el teléfono, digo “hola”, escucho media hora, “chau” y corto.
–¿Ella sabe el teléfono de tu casa? ¿O no?
–Si tiene reconocedor sí debe saber…
–Claro, porque puede ver desde dónde llamás vos.
–Ajá.
–Pero ella no te llama… no, nunca te devolvió un llamado. No es que… ¿siempre sos vos la que dos o tres veces al año la llamás? ¿O ella llama también?
Suspiro. Todo el tiempo se escucha un murmullo de fondo.
–Me llamó, es la que me avisó que había muerto mi papá.
–Claro, me habías contado. O sea que para eso te llamó.
–Sí –respondo despectivamente y no hablamos por un rato.
–Bueno, y contame un poquito quem… ¿cómo fue esta semana en tu casa? O sea, después de que nos vimos el lunes… contame un poco qué… ¿qué hiciste?
–Me enfermé… todavía tengo la voz tomada.
–¡Sí! ¿Dónde estuviste? –pregunta con interés.
–Debo haber tomado frío.
–¿Cómo? ¿Disculpá…?
–Que debo haber tomado frío.
–Claro… y te enfermaste qué, ¿la garganta? ¿Gripe? ¿Tuviste fiebre?
–Todo el domingo me la pasé en mi casa durmiendo.
–Ajá.
–Me hacía falta, porque estaba como… muy cansada.
–Ajá… Sé, estabas muy cansada, ¿no? La semana pasada tenías una cara muy… más de cansada.
–¿Más que ahora?
–Sí… la semana pasada sí… Se ve que estarías encubando una gripe.
–Puede ser.
–Y al final te enfermaste –y hace una risita–. Estem… y… Y bueno, sí, te enfermaste… ¿fuiste a trabajar todos los días o faltaste?
–No, el domingo no fui.
–Ah. ¿Y te pagan por día? ¿O te pagan por semana?
–Yo te conté que me pagaban… depende.
–Depende… –me mira fijo a los ojos con el mentón hacia abajo–. Pero si no vas a trabajar, ¿te lo descuentan? O estás… digamos… estem…
–No, porque… depende, si no voy a trabajar tres días… Pero en realidad tenemos como un mini sueldo.
–Mjm.
–Después el resto son las propinas –hablo entre dientes, acentúo cada palabra.
–Mjm.
–Entonces ahí viene el problema cuando faltás.
–Claro.
–O sea, los dos mangos los cobrás, pero…
–Claro, pero te quedás sin las propinas.
–Y después como me sentía mal, le pedí a una chica que me cubra el domingo… bueno, esas cosas.
–Claro… claro.
–¿Y qué te dan ganas de hacer con esto del trabajo, que me contás? Que no es para vos, que te dan ganas de buscar otra cosa, o te dan ganas de… de seguir acá… ¿qué, qué… qué es lo que se te ocurre? ¿A vos?
–La verdad es que todo lo que pienso me cansa, me parece aburrido.
–¿Qué, qué pensás? ¿Qué se te ocurre? ¿Qué es lo que querés cambiar?
–Pienso… qué podría hacer con la música. Hacer todo ese trabajo de tratar de que eso funcione y qué sé yo, es mucho tiempo y… y si cuando era más joven no lo logré, ahora…
–Pero cuando eras más joven vos contaste que pasaban cosas… –tiene la voz fuerte–. Vos contás que no podías parar de pensar… que estabas con tu mamá…
–Bueno, ¡pero era joven! –la interrumpo–. ahora no soy joven.
–¿Cuántos años tenés?
–Treinta y seis.
–¿Y no te sentís joven?
–Y, hay ciertas cosas para las que ya no soy joven.
–Mh…
–Está claro… –insisto.
–¿Cómo cuales?
–Y… un pianista que empieza a mi edad… lo más probable es que lo más groso que llegue a hacer es tocar de vez en cuando en un bar de cuarta por dos pesos si es que le pagan.
–Sí.
–Eso, por ejemplo.
–Sí. Y eso sentís que ya fue, digamos. Que no vas a poder ser pianista.
–No es que “fue” o “no fue”. Digo pianista por decir algo, pero… Digo que… qué sé yo… las cosas se van como acotando. Después pienso en buscar un trabajo en… en un lugar de día y con la experiencia que tengo no sé qué cosa puedo conseguir.
–Vos decís “hace un tiempo que trabajo acá”. ¿Cuántos años hace que trabajás de noche, digamos?
–Bastante…
–No te acordás más o menos cuánto…
–¿Siete años?
–Esto que me contás de Córdoba ya tenías veintinueve, treinta años más o menos… que estabas allá…
–Puede ser, no sé.
–No sabés. ¿Y antes de eso? ¿De qué habías trabajado? ¿De algo? ¿O no? ¿O vivías solo con tu mamá?
–Y… a veces hacía de vendedora.
–Ajá… –afirma con entusiasmo.
–En un local.
–¿En un local de qué? ¿De allá?
–De acá. Zona sur.
–En un local de zona sur… y ¿qué vendías? ¿Ropa?
–Ropa.
–Mirá vos.
–Mi papá era vendedor también.
–¿Ajá? ¿En ese local? ¿O en otro?
–No… él vendía otra cosa.
–O sea que tus primeros trabajos fueron de vendedora –dice golpeando la mesa con la punta de la lapicera–. ¿Te gustaba vender ropa?
–No.
–Tampoco –dice entre risitas–. No era muy muy divertido… ¿qué, no te entretenía? ¿Amigas… amigos, gente?
–Digamos quem… parece que tengo algo que me hace agradable a la gente –voy estirando el cuello a medida que digo esto, cuando llego a la palabra “gente” tengo la cabeza mucho más adelante en relación al cuerpo, que está rígido sobre la silla.
–Mjm…
–Entonces… funciono como vendedora de cosas. Por ejemplo acá vendo a las chicas.
–¡No me digas! ¿Cómo que las vendés? ¿Las ofrecés? ¿Las…?
–Y… quieren por ejemplo tomar algo con migo y empiezo a hablarles “ay… ay, no sé, ¿cuál te gusta?” –finjo voz de nenita–, pim pum pan y termino enganchándolo con otra mina y me lo saco de encima –se le escapa una especie de risa o soplido–, hasta que finalmente me pusieron ahí, de vendedora de las chicas.
Suena su celular. Mientras estira la mano y mira de reojo la pantallita dice: “Claro, perdón…” y atiende.
–¿Hola…? Sí… Ah, Inés, ¿cómo estás? ¿Bien…? Bien, todo bien. ¿Te puedo llamar en un… unos segunditos, unos minutos…? ¡Yo te llamo! Yo te llamo… Dale, un besito. Chau chau –vuelve a apoyar el celular en la mesa–. Estem… eh… así que bueno, en cierta medida seguís vendiendo… –y me mira con el gesto de interrogación al que no respondo–. Otras cosas. Digamos, vendés la imagen de las otras, o el servicio de las otras.
–No… es como una operación que hago con todo, incluso con migo, de… todo lo que va a llegar hacia mí me lo saco de encima ofreciendo otra cosa que está afuera.
–¿Ajá? Una operación de que todo lo que llega a vos te lo sacás de encima ofreciendo otra cosa que está afuera –repite con su gesto interrogativo.
–Mjm… Incluso cuando no lo quiero hacer, también lo hago –hablo lento, arrastrando la voz, lo que me hace sentir algo estúpida.
–¿A ver? Contá un ejemplo de lo que…
–Y, no sé… por ejemplo, estoy interesada en alguien y me dice algo que es para mí y yo como para cerciorarme de que es así le pregunto “¿pero no será que en realidad te gusta más aquello?” E insisto tanto que al final termino convenciendo a la otra persona de que lo que en realidad le gusta es otra cosa.
–¿Te pasó con algún hombre?
–Y en realidad…
–¿O con una…?
–¡No! ¡En general! ¡Con cualquier cosa!
–Con cualquier cosa.
–Todo el tiempo.
–Mh… entiendo. Estem…
–Todo me resbala, no sé, me rebota.
–Mh… sí…
–O yo lo hago…
–O vos lo hacés rebotar –me interrumpe–. No sé si es que te resbala o te rebota. O sea, te sale este mecanismo, ¿no? En el que vos… mandás para el otro lado.
–Claro, pero yo pensé que llegando a entender cuál era mi manera de hacer las cosas…
–Sí.
–Iba a poder solucionarlo, pero…
–¿Pero…?
–No.
–No –repite–. ¿Y para qué lo solucionarías? Porque para tu trabajo te trae alguna… ¿te perjudica de alguna manera esto? ¿Cuando estás así? ¿O no?
–Pero digamos que lo hago porque… como uno hace “cosas”.
–Sí.
–Como uno se arregla los anteojos siempre igual…
–Sí.
–Bueno, más o menos es lo mismo.
–Sí, pero vos…
–Y no es en mi trabajo que me perjudica, ¡es en mi vida!, qué se yo.
–Mjm… No, el trabajo digamos que no es precisamente que te gusta…
–¡No tengo relaciones! O sea, todas mis relaciones son “jaja jaja… divina Clara”, pero…
–¿Te está molestando eso de no tener relaciones?
–Cuando me encuentro en mi casa, y decido no tomar nada, y me quedo mirando la pared… me doy cuenta de que no está bueno.
–Mh… ¿porque te sentís sola?
Suspiro, la simpatía con la que todo el tiempo intenta sondearme me irrita un poco.
–¡Ni idea! No tengo ganas… O sea, agarro un libro y no… ni… ni ahí tengo ganas… bueno, ni siquiera tengo un libro –se acomoda en la silla, mueve algunas cosas en la mesa, me incomoda, siento que está cortando lo que digo–. Bueno, eso. Que no me pasa nada –digo, a modo de conclusión.
–Emh… lo que sí me parece, Clara, es que… a ver… ¿Vos…? ¿Cuánto hace que tomás… todos los días? ¿Whisky… o lo que sea? ¿Los antidepresivos por cuánto tiempo los tomaste?
–¿Casi un año?
–Un montón… ¿Dejaste los antidepresivos por vos misma o pediste ayuda a un médico…? ¿Cómo hiciste? ¿Dijiste “listo, no los tomo más”?
–Y… no tenía más plata para comprarlos y se me complicó falsear la receta.
–Sí.
–Y no los tomé más. Y estuve como un mes en un estado bastante raro y después… ¡ya está!, me pareció que era lo mismo.
–Era lo mismo… eh… ¿Te acordás del nombre del antidepresivo?
–Certralina.
–¿Certralina? –lo anota–. ¿Con S o con C?
–Creo que era con C.
–Está, Certralina –dice, mientras escribe.
–Y creo que se llamaba así.
–Y… de esto, que vos dejaste el antidepresivo… fue hace bastante ya. O sea, ¿más de un año?
–Y sí…
–O sea, fue esto hace bastante… –insiste–. Y seguís sí tomando alcohol cada vez que… Whisky… ¿Algo más? ¿U otras bebidas también?
–Prefiero el whisky.
–Y en tu casa, ¿qué tenés? ¿Tenés whisky también? O…
–Sí.
–Y…
–A veces tengo uno rico, otras veces alguno barato que es horrible y al otro día me duele la cabeza.
–Claro –se ríe–. Este… y escuchame, y… ¿en tu familia alguien tomaba alcohol? ¿Eran de tomar bastante alcohol? ¿Tu papá… o un abuelo? Contame.
–No, no…
–No.
–No, es una familia muy normal.
–Bueno… puede ser pero…
–Muy… son todos muy acatados, muy…
–Tu papá no tomaba alcohol –afirma con el gesto interrogativo. Suspiro, me acomodo en la silla–. No es que te hayan contado que tu papá…
–Es gente que nunca hizo lo que quiso.
–Ajá.
–Como que hicieron lo que tenían que hacer, y cada uno explotó por donde pudo. Mi hermana todavía no explotó y parece que le va muy bien –desde afuera se escucha la voz muy nítida de una nena que habla de una paloma–. Tiene todo perfecto –digo, abstraída por lo que dice la nena.
–¿Qué sería “todo perfecto”?
–Sus hijos son hermosos, van a la escuela, su marido es el marido ideal –digo, mientras la nena sigue hablando–, ella es la mujer ideal.
–…trece, catorce… –dice la nena.
–¿Y eso lo diría tu mamá? –me pregunta.
–Tiene ojos celestes, en las fotos siempre salen todos contentos… pareciera no tener problemas.
–“Pareciera” Eh… y…
–Bueno, así es mi familia –la nena sigue hablando–, desde afuera no hay… es una familia “sin problemas”. Es gente sin problemas. Gente que hace “bien” lo que tiene que hacer.
–Claro.
Nos quedamos escuchando a la nena que sigue contando cómo contó las plumas de una paloma.
–Y vos me decías que… bueno, que esto de tomar, en un punto… tu familia no está habituada. O sea, que no hay nadie que tome así o que por lo menos…
–No, ¡pero tampoco soy alcohólica!
–¡No! No, no… tomás todos los días alcohol. Esto es lo que decís vos. Emh… el tema es qué efecto te genera eso, vos sentís que te ayuda a hacer tu laburo, ¿sí? El whisky. Lo más probable es que…
–Yo diría casi, incluso, que es parte del trabajo.
–Sí, es verdad. Que si trabajás en un lugar así… es muy común, digamos, que pase eso… tomás.
–No… tengo compañeras que no toman.
–¿No toman?
–De hecho tengo una compañera que tiene una hija –ella levanta las cejas con sorpresa–. Entonces va, baila y se va a su casa.
–En la semana trabaja y se va… ¡Pero vos lo necesitás acompañar con whisky! Se ve que algo te pasa con el trabajo, que es como vos decís, que no te gusta este trabajo.
–Y, qué sé yo… no es lo mismo ir, hacer tu coreografía, ponerte en bolas e irte a tu casa, que tener que estar charlando con todos estos tipos…
–No, claro, no dan ni ganas –otra vez parece ser mi amiga.
–¡De repente se me complicó! No sé, yo… mi trabajo era otra cosa, y de repente estoy como en un lugar en donde… tengo que estar… manejando las energías de la gente, no sé.
El consultorio es bastante penumbroso, solo está iluminado por el velador de pantalla verde. El calor que viene de la estufita a cuarzo que está colgada cerca del techo aumenta la sensación de agobio.
–¿Cómo empieza tu trabajo? ¿Por qué decís “mi trabajo era distinto”? ¿Cómo empezó?
–Es que no se sabe… se fue armando, porque a medida que… Yo fui y les dije que cantaba, me dijeron “bueno, a ver…” y qué sé yo, mientras tanto me fueron ubicando y yo también me fui ubicando y… se fue convirtiendo en esto.
–Mh… pero, ¿llegaste a cantar algo?
–¿Cómo?
–¿Llegaste a cantar…? ¿En el lugar?
–Y… alguna vez…  E incluso alguna vez, cuando se ponen todos muy… cuando hay más gente que va un poco más en grupo, o algunos que ya vienen seguido y me dicen “dale, cantate algo”, entonces voy y canto algo.
–¿Qué cantás? ¿Qué te gusta cantar?
–Algunos temas míos, que no los canto mucho, y después…
–Ah –me interrumpe–, ¿escribís canciones?
–Escribí canciones. Alguna vez.
–¿Y qué tipo de canciones? –me quedo mirándola sin responder–. ¿Y qué otros temas? ¿Algunos temas tuyos y de quién más? –la miro mucho y tardo en responder.
–Y… temas que me piden ahí… –me mira fijo, seria–. Nada, son unos temas que les gustan a algunas compañeras, o al chico de la barra…
–Y vos los sabés…
–Bueno, tanto me los pidieron que…
–¿Qué cosa? –me interrumpe. Me siento intimidada.
–Hay uno… de… ¿Sandro?
–Mjm…
–Bueno, de los Beatles… de Isabel Pantoja…
–¡Isabel Pantoja! –dice, y se apoya en el respaldo de la silla cruzando los brazos–. Ese debe ser el más divertido…
–Ese lo cantamos entre todos, así, como despechados.
Se ríe y me siento más aliviada.
–¿Te divertís a veces en el trabajo? ¿O no? Digo, ¿te reís en serio o…?
–Y… digamos que al principio yo me reía en serio, ahora es como la mímica de la diversión.
–Claro, claro claro.
–Es que ya no tengo ni idea de si me divierto o no, es como… me sale bien. Me río… todo.
–Mh… así que sos buena actriz… –la miro fijo, inmóvil–, en ese punto.
–No sé, porque no hay una película.
–Bueno, ¡pero estás representando un papel! ¿O no?
–Sí… podría dedicarme a la actuación… –cambio el tono, ahora estoy apoyada sobre el respaldo de la silla con uno de los brazos colgando hacia atrás.
–Eso verás, pero digo, ¿no? Que… que… es como que hay algo de actuación en todo esto que me decís… esto de cantar, esto de hacer que te reís y te divierten los hombres, ¿no?
–Pero, decime qué pensás de esto…
–¿De qué?
–¿No pensás que en un punto todo el mundo actúa?
–¡Seguro… totalmente!
–Vos ahora, por ejemplo…
–Totalmente, totalmente. En eso estoy de acuerdo con vos… ¡Pero…! Pero, pero… me parece que de todas formas… a ver… uno puede jugar distintos roles –habla pausado, buscando las palabras–, en la vida, ¿sí? Pero… hay… –vuelve a acercarse a la mesa, apoya los codos y entrecruza los dedos de las manos a la altura del mentón–. Lo mejor es actuar de uno mismo, me parece… Eso es lo más…
–¿Qué sería actuar de uno mismo? –la interrumpo–, ¿Tratar de representar el mismo papel siempre, para todos?
–No, ¿por qué? No podemos actuar igual para todo, a veces es una cosa…
–No, porque quería saber qué sería “actuar de uno mismo”, porque estás “actuando”… “de uno mismo” –termino la frase usando el gesto de interrogación que ella siempre usa.
–No… yo digo…
–Yo “ahí” actúo de mí misma –acentúo las palabras–. Para todo el mundo yo soy “eso”. Y eso soy “yo misma”.
–Ajá… ¿y eso sos vos misma, pero cuando vos…? –se interrumpe–. Es verdad lo que decís, es bastante filosófico pero entendible al mismo tiempo. O sea, obviamente siempre sos vos la que actuás “desde vos”, digamos. Aunque te hagas la que te reís o la que se divierte sos vos, no es otra la que lo hace, ¿sí?
–Ajá… –respondo, esperando que siga con la idea. Tose.
–En ese sentido comparto. Ahora, me parece que hay “algo” que te pasa a vos particularmente que es que en esto que estás haciendo y la forma en la que estás viviendo, hay algo que te parece… como que no te terminás de encontrar… de decir… “acá está” –dice, mientras apoya la palma de la mano sobre la mesa, como si matara un mosquito en cámara lenta.
–Bueno, pero no sé… por ejemplo, yo la veo a mi hermana…
–Sí –dice, con interés.
–Y tiene una actuación más “prolija”, y socialmente aceptable.
–Bueno, puede ser, pero no quiere decir que eso sea mejor.
–Veo también a la gente…
–Sí…
–Y toda la gente hace algo así.
–Algo socialmente aceptado, decís…
–No, no no… “actúa”.
–Ah… bueno, como que vos no les creés… ¿esa es la sensación que te da?
–Pero… es que… ya el hecho de tener que hablar, y poner una cara y qué sé yo… ya estás actuando, por más que… O sea, no entiendo cuál es la diferencia.
–Pero “tener que hablar” y “tener que poner una cara”, vos pensás que todo el mundo tiene que hablar y poner una cara.
–¡Yo voy al supermercado! –la interrumpo–, ¡y la china que me atiende y está así que parece una máquina! ¡Y está actuando de máquina de supermercado!
–¿Actúa de máquina de supermercado? –me dice moviendo mucho la boca–. Yo te escucho, no sé cómo será.
–O me pregunto, por ejemplo, yo ahora estoy hablando con vos, ¿vos sos así con tu familia? ¿Sos así con tus amigos?
–Mjm.
–Me parece que estás representando el papel de psicóloga… acá.
–Mjm.
–Entonces…
–Sí, ¿y entonces? ¿Qué?
–¿Y entonces? ¿Cuándo no se actúa? ¿Cuándo se actúa de uno mismo?
–Cuándo se actúa de uno mismo… –repite, como recitando–. Sí, es una buena pregunta para que nos respondamos, ¿no? –hace una pausa–. La verdad es que yo tampoco lo sé. Por ahí nos podemos abrir a esta pregunta, ¿no? “¿Cuándo uno actúa de uno mismo?”
–Es que ese es el problema, ¿cuándo uno actúa de uno mismo? ¡Todo el tiempo! El problema entonces sería “por qué no dejar de actuar”. ¿Y cuándo dejás de actuar? Nunca, porque sos un personaje social.
–A veces no…
–Sos un personaje social, aunque estés delante de tus hijos.
–¿Vos te considerás un personaje social, también?
–Es que el hecho de sociabilizar te hace un personaje. O sea, estás creando toda una… una “figura” para poder estar delante de otra persona.
–Sí…
–Para representar lo que te pasa delante de la otra persona. Entonces no dejás nunca de actuar.
–Mjm.
–Y yo ya…
–¿Te gusta tu actuación? ¿Ya te cansó? ¿Cómo es el tema?
–Ese es un problema, que yo ya hasta puedo actuar de que me estoy divirtiendo… e incluso puedo actuar de que siento eso… ¡incluso puedo sentirlo! Pero es una actuación.
–Vos dijiste recién que te sentías vacía…
–¿Y no te digo…? O sea, con todo esto que te estoy diciendo, me parece que…
–Mjm… –no respondo–. ¿Te parece que qué? –sigo sin responder–. ¿Qué te parece?
–Que es así. Y siento que en un punto… ese vacío todo el mundo lo siente.
–El vacío… ¿de qué? ¿De la actuación… en general? ¿Decís?
–El vacío que te hace finalmente representar un papel.
–Mjm… no sé.
Se escuchan voces de afuera. En realidad todo el tiempo se escucharon pero ahora las noto.
–Hasta en las situaciones más domésticas… “rodeado de la gente querida” –digo, como recitando un poema infantil–. Y estás un día de malhumor, y entonces vienen y te dicen “che, porqué no hacés tal cosa”, y en realidad tendrías ganas de decir “¿y por qué no lo hacés vos?”, y pensás “no… pero si los quiero tanto y me quieren tanto” –otra vez la entoncación–, entonces decís “sí, querido”.
–Mjm.
–Eso es una actuacón. ¿Y para qué lo hacés? Para no entrar en conflicto.
–El otro día se me… me quedé sin celular, ¿no? No sé si me lo olvidé en algún lugar o me lo robaron. Entonces estuve varios días sin celular, y la gente mandaba mensajes y yo no les contestaba… no tenía el celular, ¿viste? Entonces –se ríe–, se dio de que un paciente me dice “¡yo te mandaba mensajes y no me contestabas!”, y le digo “sí, porque perdí el celular”. “¡Aaaah!”, me dice. “Sí, una compañera de trabajo me dijo que seguro lo perdió o se lo robaron”. Entonces me dice “yo pensé, por ahí se cansó y se fue. ¡Y dejó todo!” –se ríe–. Mirá la fantasía que tenía, de que yo me había ido y había dejado todo, ¿no? Por ahí es un poco la misma línea que vos decís, ¿no? Esta cosa de… bueno, ¿qué quiero hacer? ¿No? ¿Quiero seguir como sigo? ¿Quiero dejar todo? –no respondo, entonces insiste–. ¿No…?
–Es que también… ya dejé todo, y no funcionó.
–Ajá, ¿cuándo dejaste todo? Cuando te fuiste de lo de tu mamá –afirma con gesto interrogativo–. Bueno, será que habrá que cambiar… ¿qué podés cambiar de esto que tenés ahora sin decir “dejo todo”? ¿No? ¿“Qué” se puede cambiar y “qué” no se puede cambiar? En esto… ¿no? Me parece que eso… es importante que nos vayamos… preguntando, y que vos vayas también pensando un poco en eso, ¿no? Es verdad que ser música… es difícil, ¡pero no es imposible! Hay mucha gente que empieza de grande a estudiar una carrera… y a hacer un montón de cosas, ¿no? Este… yo tengo compañeras psicólogas recibidas de grandes, y que ahora están empezando a ejercer –tiene un tono entusiasta–. ¿No? Como que… nadie dice que no se puede hacer algo de más grande… este… pero bueno, vos tenés esta fijación. El tema es… ¿qué querés hacer vos con tu vida? ¿Con tus cosas? Me parece que es eso lo que tenés que ver… ¿Mh? –no respondo–. ¿Estás de acuerdo?
–Para algo estoy acá.
–Bueno, está, pero… me parece que ese es un punto importante, ¿sí? ¿“Qué” “querés” “hacer” “vos”, “Clara…”? –acentúa cada palabra– …con tus cosas, con tu vida, ¿no? Y si tenés posibilidad de pensar un poco más allá, acompañada… porque vos, por lo que me contás, pensás mucho, pero pensar mucho solo a veces no lleva a muchos lados. Entonces vamos a usar este espacio para pensar en voz alta. Así que bueno, hablá de todo lo que se te ocurra… decime “todo” lo que pensaste, todas las fantasías… ¡Lo que se te ocurra! Y vamos a ver que sale, ¿mh?
–Perfecto.
–Bueno, ¿te espero el lunes? ¿Dale? –nos paramos al mismo tiempo, de la misma manera.
–Bueno, gracias.
–No… –mientras me habla le doy el papelito del bono.
–No, no no… te lo llevás vos, dámelo nada más para ver el numerito y ya está.
Vuelve al escritorio, murmura algo mientras anota.
–Siete nueve… cinco… dos. Listo
Camina hasta la puerta donde la estoy esperando.
–¿Listo?
–Listo. Chau Clara –nos damos un beso y  me devuelve el papelito–. Buena semana.
–Gracias, igualmente.
–Chau, hasta el lunes.
–Chau –digo algo cansada y me voy. Camino. Suspiro. Fue una larga media hora.