Sesión 1: Mi primera sesión














(· El papel en blanco)
(· Música y propinas)
(· La muerte de papá)
(· La vieja historia familiar)
(· Néstor)
(· Eramos tres cosas abandonadas)
(· Re morbo la gente)
(· La pantomima de siempre)

Lunes 14 de mayo de 2012

Hoy empiezo terapia, ya pasaron dos meses desde mi admisión. Me pregunto si será algo bueno para mí… no lo sé.
Llego temprano, abro la puerta de vidrio, bajo algunos escalones hasta la sala de espera y miro alrededor; tantas sillas y una sola persona sentada.
Pregunto en la recepción y me informan que la doctora D. está en el consultorio 14, que vaya y golpee. Avanzo por el pasillo escuchando el ruido de mis botas. Golpeo. Espero. No atiende nadie, miro alrededor buscando alguna puerta abierta y cuando la encuentro veo que hay alguien en penumbras.
–Disculpame –digo, mientras me asomo–, ¿vos sabés si está la doctora D. en…?
–No sabría decirte –me interrumpe levantando la vista de la mesa mientras me mira por encima de sus anteojos. Me dice algo más que no entiendo porque habla muy bajo y que considero que no es más que una explicación de porqué no sabe, por lo que no me preocupo.
–Gracias –le respondo rápidamente para que no siga hablando.
–Fijate, golpea la puerta… ¿es tu horario? –me va diciendo mientras se acerca.
–Una y media era… y me dijeron que venga y que golpee, pero no sé…
Me vuelve a hablar muy bajito.
–No te escucho.
–No, que también puede ser que… es ella –me dice mirando a una mujer que se acerca.
–Ah, ¿es ella?
Asiente con la cabeza y vuelve a su silla mientras sigo con la mirada a la doctora D.
–¿Qué tal? ¿Vos sos Clara? –me dice desde su puerta.
–Hola… Clára, sí. ¿Qué tal?
–¿Qué tal? Te llamé pero…–me da un beso en la mejilla–, no estabas.
–Ah… sí… –entramos en el consultorio. No es el de la admisión pero las cosas están dispuestas de manera idéntica–. ¿Te dijeron algo?
–¿Cómo?
–¿Te dijeron algo? –insisto con cierto susto al pensar que haya podido hablar con alguien–, ¿cuando me llamaste?
–No no no, te llamé en el hall y todavía no habías llegado. Y ahí nos cruzamos –dice, riéndose un poquito.
–¡Aaaah! –suspiro–. Sí, porque…
–¿Cómo estás? ¿Bien? –me interrumpe con simpatía.
–Bien, ¿vos?
–Bueno…–me dice mientras termina de acomodarse en su silla, dejando sobre la mesa un papel en blanco con una lapicera encima–. Bueno, contame… ¿qué te trae por aquí?
No contesto. Ella usa un tono de voz elevado y finito, pareciera querer imprimirle mucha buena onda a lo que dice, incluso parece esforzarse por mostrar una actitud alegre, jovial.
–¿Por qué venís? –insiste con su amplia sonrisa.
–Eh… la verdad es que no sé muy bien porqué vengo.
–¿No?
–Pero… me da la impresión de que… sería una manera de… ¿empezar algo?
–Sí… de empezar algo nuevo, por ejemplo. Contame un poco de vos. ¿Qué hacés…? ¿Con quién vivís…?
–Bueno… –hago un silencio muy largo mientras la miro, miro el consultorio en general y veo que justo sobre ella, bastante más arriba de su cabeza, hay una estufa eléctrica horizontal, también están las dos sillas donde nos sentamos y una mesa entre nosotras, con un velador verde clarito encima que no alumbra mucho. Y un cuadrito–. Vivo sola.
–Mjm –anota.
–Trabajo a la noche.
–Sí… y…
–Y quisiera dejar ese trabajo.
–¿Por qué?
–Porque es muy desgastante y...
–Mh…
–Al principio me parecía que no estaba mal pero…
–¿Qué te está pasando con el trabajo? –apoya los codos sobre la mesa, cruza las manos dejando la lapicera entre los dedos y pestañea.
–Y… trabajo en un club nocturno.
–Mjm.
–En una… soy mesera.
–Sí.
–Copera.
–Sí.
–Y estoy un poco cansada de la gente.
–¿Cuánto hace que trabajás? –sigue anotando.
–Unos años –digo arreglándome el flequillo y acomodándome en la silla.
–Unos cuantos años. Y… ¿ cuántos años tenés?
–Treinta y seis.
–Y… –anota–. ¿A qué hora entrás? Em… ¿Cómo… cómo…?
–Depende… trabajo a la noche –hablo con cierta molestia–, a veces entro a las siete, a veces más tarde…
–Claro, claro –hace gestos para que siga hablando, como si me estuviese alentando.
–Por ejemplo los fines de semana trabajo más y a veces no duermo bien. Para venir acá duermo poco.
–Mjm… claro, claro… seguro. Dormís… Por ejemplo, ¿ayer a qué hora te acostaste?
–A las seis.
–Báh, ¡hoy! A las seis… –repite–. ¡Claro!, te levantás para venir, ¿no? –afirmo con la cabeza–. Claro, es como… bueno, hay mucha gente que trabaja a la noche –dice sonriendo con mucha simpatía–, pero… es un estilo de trabajo que permite que… ¡hay que trabajar en este lugar tantos años!, ¿no? Es como…
–Sí, a parte es un tipo de trabajo que desgasta la sensación con la gente –la interrumpo.
–¿Cómo es eso? ¿A ver?
–Y qué se yo… es como que uno se vuelve más…–tardo en hablar–. De tanto verlo… uno termina viendo más las características desagradables de las personas.
–Mjm.
Dejamos de hablar hasta empezar a escuchar un murmullo del otro lado de la puerta.
–¿Te pasa eso?
No respondo.
–¿Te está pasando esto?
No respondo.
–¿Que estás viendo como mucho lo desagradable… en las personas que van… a tu trabajo? –hace pausas como esperando que la interrumpa.
–Sí. Me siento yo desagradable.
–Mh… ¿Y qué es lo desagradable? ¿Lo podés ubicar o no… o no sabés?
Tardo en responder.
–¡No sé! ¿Qué sé yo?
–Decime lo que se te ocurra, ¿eh? No es que espere nada…–y hace un gesto con las manos– “especial”… lo que se te ocurra. Me decís “me siento desagradable”, ¿qué te parece desagradable?
Tardo en hablar y en cada pausa se escucha lo que pasa afuera. Ahora por ejemplo se escuchan los gritos de un nene que juega.
–Que toda la gente me parece una mierda.
–Mh… sí… –me responde con el mismo gesto que las veces anteriores, es una especie de complicidad, de “yo sé perfectamente de lo que me estás hablando”–. ¿Toda la que trabaja? ¿O toda? –completa la pregunta con un gesto con las manos con el que representa una esfera. No respondo pero la miro fijo.
–¿Toda la que está en el trabajo? ¿O toda? –me habla con sumo cuidado, midiendo las palabras, los gestos, los movimientos.
–No, toda la gente… toda… vas por la calle y te dicen cosas…
–¿Te dice cosas la gente? ¿Qué… vos decís los “hombres” o la gente?
–Mmmh –hago una pausa muy larga–. Y… la gente también es muy desagradable.
–¿Sí? ¿En qué caso es desagradable?
–Es aburrida…
–¿Cómo?
–Es gente aburrida –suspiro. Cambio de actitud. Ahora hablo con desgano, triste–. Yo pensé que este trabajo iba a ser divertido pero no, mucho no.
–¿Tuviste otros trabajos antes?
–Toco, soy… soy música
–¿No me digas? –se acomoda en la silla y se muestra muy interesada–. ¿Qué… qué… sos?
–A veces toco en el subte.
–Ah, mirá… ¿y de qué instrumento? ¿Qué instrumento tocás?
–Guitarra.
–Guitarra –repite con la misma entonación, casi con la misma voz que yo. Anota–. ¿Desde chica?
–No.
–¿Aprendiste de grande?
–Más o menos, sí… No, en realidad… es más de oído, cuando era más chica alguna vez estudié un poco piano… Me gustaría… estudiar, pero no tengo ni tiempo ni ganas.
–Claro –responde con tono comprensivo.
–Y a veces toco en el subte para ver si puedo hacer unos pesos y de esa manera no trabajar tanto en el otro lugar, porque en el otro lugar tengo que trabajar “horas extras” –remarco las palabras, suspiro.
–Mh…
–Para que me alcance para el alquiler.
–¡Claro!, ¡seguro! –deja la lapicera y se apoya en el respaldo de la silla cruzando los brazos–. ¿Ganás bien?
–No.
–¿Ganás poco? ¿Qué te pagan? ¿Por hora? ¿Por día? ¿Cómo es?
–Es por semana.
–Por semana… ¿te pagan puntual o… más bien…?
–Lo que pasa es que te pagan nada. Ganás con las propinas, y ahí viene el problema…–mi voz se activa, ella suspira y dice que no con la cabeza como se hace cuando un chico hace algo equivocado y se le quiere mostrar que está mal a la vez que se le muestra que igual está todo bien–, porque tenés que ser re trola para… ganar propinas –termino la frase con la voz muy baja.
–Mjm… –me mira de reojo, sonríe con complicidad–. ¿Y estás en pareja? ¿Tenés novio?
–No.
Otra vez se oyen los murmullos de afuera.
–Y… emh… Digamos, eh… –mira el papel–. Vos vivís sola, no compartís con nadie el… el… ¿departamento? –digo que no con la cabeza–. Nada. ¿Es departamento o casa?
–En un departamento de… un monoambiente.
–Ah, re chiquito… pero no estás tanto, entre que dormís, te levantás… no, no estás “muuuucho” –hace un gesto con las manos que acompaña sus ojos que miran el techo.
–Nada…
–Y el fin de semana… bueno, los viernes digamos… y…
–Tengo una persiana que no la abro hace un montón –la interrumpo.
–¿Cómo cómo?
–Tengo una persiana que no la abro hace un montón.
–¿En serio?
–¡Y si vuelvo de día y me tengo que ir a dormir!
–Sí, bueno… la gente que viene… la gente que trabaja de noche por lo general tiene bajas las persianas, pero está bueno que se abran porque se oxigena todo ¿viste? Como que por lo menos abrís, oxigenás y después volvés a cerrar. Pero por lo menos, ¿viste?, cambia el aire.
–Y, alguna vez lo hago, pero…
–¿Cómo te estás sintiendo emocionalmente… últimamente?
–¡Y por eso vengo acá! Porque la verdad es que no me estoy sintiendo… ¿sabés qué? Me pasó algo.
–Contame –me mira fijo, está seria pero tiene algo que inspira confianza. Apoya sus brazos sobre la mesa y deja la posición de anotar.
–Me enteré de que mi papá se murió, hace un tiempito –digo con un tono sorprendentemente sereno.
–Mjm.
–Hace unos días que me enteré que se murió hace un tiempito –digo, como entonando una canción con la voz finita.
–¿Cómo te enteraste?
–Y… mi madre se… dignó a llamarme para avisarme –ahora uso una voz bastante gruesa y tengo una mueca que me tuerce la boca para un costado.
–¿No tenés contacto con ellos? –digo que no con la cabeza–. ¿Dónde están? ¿Dónde vivían?
–Mi mamá acá, en la provincia de Buenos Aires, y mi hermana en Córdoba. Con ella no me hablo. Y mi padre… me enteré que estaba viviendo en Rosario.
–Ajá.
–Pero se murió –insisto. Nos quedamos en silencio.
–Mh.
–Estaban separados. Tus papás… –afirma con gesto de interrogación.
–Nos dejó cuando éramos chiquitas.
Anota.
–Mjm… ¿a qué edad? ¿Te acordás…? ¿A qué edad fue…?
–Me acuerdo que estaba en la primaria.
–Y se fue a Rosario.
–No, ni idea a dónde se fue.
–Vos no sabías, ¿no lo viste más?
–Cuando era adolescente…
–Mh… ¿y tu mamá? ¿Cómo… cómo es la relación? Decís que tampoco… –empieza la oración y la deja en suspenso esperando a que la termine yo.
–Nos dejamos de hablar.
–¿Cuánto hace?
Suspiro.
–Y… hace un tiempo ya.
–Y ¿te acordás el motivo, por qué se dejaron de hablar? ¿Qué pasó? ¿Qué? ¿Se enojaron? ¿Se pelearon?
–No le gusta mi manera de vivir.
–¿Sabe de… de tu trabajo? ¿Es eso lo que no le gusta?
–No le gusta nada de lo que hago –otra vez el silencio. Otra vez las voces de afuera–. Y a mí tampoco me gusta ella –agrego con la voz apagada.
–¿Qué no te gusta de ella?
–Ella en general. Nada me gusta. Me molesta “todo” lo que hace, y cómo es y cómo habla y cómo camina y todo… Lo que piensa –agrego con enojo.
–Sí –me responde apoyada sobre el respaldo de la silla con los brazos cruzados, analizándome.
–¿Qué hace ella allá? ¿O acá, en Buenos Aires?
–No, ni idea. Es una vieja aburrida.
–¿Sí? –me pregunta dejándome ver una sonrisita en un costado de la boca–. ¿No trabaja? –digo que no con la cabeza–. ¿Y tu hermana, la que está en Córdoba? ¿Cómo se llama?
–Es docente.
–Mjm… ¿y por qué se fue a Córdoba?
–Se casó con un cordobés.
–¡Ah! Y se fue para allá… ¿es más chica que vos? ¿O es más grande?
–Es más chica.
Dejamos de hablar y ella tapa la lapicera, dejándola a un costado del papel.
–Clara, y… ¿Hiciste terapia ya… acá… vos…? ¿En el Centro Dos? –respondo con la cabeza–. No. Hiciste nada más que la admisión con un psicólogo, ¿no? ¿Cómo te sent…?
–Por cierto…–la interrumpo–, ese psicólogo es muy desagradable.
–Sí, ¿no?
–¡Y agresivo y horrible…!
–No te gustó…
–…y me gustaría que no exista en el mundo –ella se ríe y mueve la cabeza como reprochándome con ternura semejante ocurrencia.
–¡Te cayó re mal! –dice entre risas–. “Horrible”… ¡no lo conozco yo!
–Falta que me diga: “¿Qué? ¿Sos puta?”
–¿Ah, sí? ¿Te miró mal? ¿Sentiste que te miró mal por eso?
–Yo le dije que trabajaba en un lugar a la noche, “¿Y qué hacés ahí?”, soy copera… “¿Y trabajás? ¿Tenés clientes?” No me acuerdo bien… pero era muy desagradable.
–La manera en la que te preguntó…
–Y encima está todo inflado de anabólicos y está así, como prepoteándote.
–¿Ah, sí? ¿Vos sabés que no lo conozco…? No no no…
–Es horrible. No, ni lo conozcas.
–No… vi la firma y dije… –levanta el papel con una mano y se acerca los lentes a los ojos con la otra mostrándome cómo mira la firma y levanta las cejas torciendo a la vez la cabeza. Después deja todo sobre el escritorio y me vuelve a mirar–. No lo ubico, pero te preguntaba porque… un poco por lo que había puesto me imaginé que había habido como… que no había habido mucho… mucho clima, digamos.
–¿Qué puso? –la miro fijo, seria.
–¡No no no! Habló de vos, pero… ¿viste? Como que… en un punto, cuando uno hace una entrevista y pone algunas cuestiones…
–¡Tenía toda la peor mala onda! –le digo totalmente angustiada–. Parecía que… o sea, ni bien me vio ya le caí mal y me trató mal, entonces me parece que…
–Mh… Claro, te sentiste maltratada…
–¡Es como uno de los peores clientes! –termino la frase con la voz quebrada porque siento que digo algo que no tengo que decir.
–Claro –dice entre risitas de complicidad–. Claro –repite con seriedad.
–A los que les diría: “Si no te gusta… andá a tomar una copa a otro lado”.
–¡Claro! –ella es muy comprensiva–. O sea, vos te sentiste muy maltratada, y sentiste que te maltrató más cuando le dijiste que trabajabas… ¿dónde? –la miro de costado, frunciendo el entrecejo– ¿O ya desde el principio, desde el vamos…?
–Desde el principio, y encima… ¿qué me decía? Fue hace un montón, pero… como “¿y para qué venís?” Bueno, no sé… nada, re prepotente.
–Sí, sí sí, no te gustó la forma. No, está bien, esteeeemmm… ¿Clara, qué te parece importante además que yo sepa hoy, que es la primera vez que nos vemos? O sea, ¿qué te parece que es importante que yo sepa más de vos? Porque yo por ahí te pregunto pero por ahí… hay algo que a “vos” te parece importante que yo sepa… para poder conocerte más…–como no le contesto sigue hablando–. ¿Hay algo más que todavía no me contaste?
–No tengo idea.
–Bueno, igual van a ir saliendo cosas. Pero, digo, por ahí hay algo que yo no te…
–¿La verdad…? –la interrumpo.
–Sí.
–No tengo amigos.
–Ajá…
–No tengo relaciones con la gente.
–¿Desde siempre? ¿O últimamente?
–Creo que desde… hace bastante tiempo.
–¿Cuando eras chica tenías amigos? ¿En el cole…? ¿En…?
–No, tampoco.
–Tampoco –dice y anota.
–Jugaba, sí, pero no…
–Pero no hacías… eh…
–…como los chicos.
–Claro, jugabas en el cole, pero no eras de invitar amigos… o algo de eso –respondo con la cabeza que no–: No. ¿Por qué? ¿Tu mamá no… no… tampoco te facilitaba mucho…? ¿O sí? –no respondo–. ¿O eras vos la que no quería…?
–Es una familia como que… bah, no podría decir que es una familia, éramos tres cosas abandonadas.
–Mh.
–Y estaba esa sensación, todo el tiempo… entonces había como cierta vergüenza.
–¿Sí?
–Como de invitar a alguien… porque la casa también estaba abandonada.
–¿Y en qué parte vivían?
–Eeeen… zona sur.
–¿Y ahora la casa cómo está?
–No tengo idea.
–¿Sigue tu mamá en esa casa?
–Sí.
–A ella… ella sigue viviendo ahí, vos te fuiste, te viniste para acá, para capital y tu hermana se fue para Córdoba.
No le respondo y ella demora bastante en volver a hablar. Anota algunas cosas y me mira. Se escuchan los sonidos del pasillo.
–¿Estás muy triste? ¿Te sentís triste?
–Vacía más que triste –respondo entre las voces que llegan desde afuera.
–Mjm ¿Y con las compañeras de trabajo? ¿Con ninguna? ¿Hablás… tenés alguna relación…? –no le respondo, entonces sigue preguntando–. Las chicas que están trabajando ahí, por ejemplo. ¿Cómo… te sentís?
–No, me gustaría tener otro trabajo. Un poco más… normal.
–¿Como cuál? ¿Qué cosa sería?
–Trabajar de día… tener una familia… –hago sonar mucho las “i”, tanto que parezco burlarme de lo que digo.
–¿Te gustaría?
–No tengo idea si me gustaría pero me parece que es lo contrario a lo que hago y que tal vez esté bien –hablo muy rápido y sin pausas.
–¿Cómo cómo?
–Me parece que es lo contrario… a lo que hago y… ¿tal vez esté bien? –ahora hablo muy lento–. Siempre cabe la posibilidad de tirarse por el balcón.
–Ajá –asiente lentamente.
–Antes... se pueden hacer un par de cosas.
Hace un chiste que no entiendo porque no escucho bien lo que dice. Se ríe, yo estoy muy seria.
–¿Pensás en esto de tirarte por el balcón?
–Por eso dejo la ventana cerrada.
–Está bien –dice entre risitas–, pero…
–También cuando toco en el subte miro las vías y digo: “Ah… mirá…”, pero después pienso en lo desagradable que es… el espectáculo.
–No te gusta.
–Mmmmnop.
–¿Y qué sería el espectáculo? ¿Ver a alguien…?
–Ahí es donde digo –la interrumpo– al final soy tan morbo como la gente, ¿viste que a la gente le encanta?
–Decís que a la gente…
–Fijate –la vuelvo a interrumpir–, yo no miro televisión, ¡no me interesa! Pero de repente, ¿qué es lo que la gente consume?
–¿Qué es?
–Es todo… ¡el sufrimiento!
–¿Sí? ¿Te parece?
–La muerte… qué se yo… hacés zapping y si no están llorando están gritando, se están quejando o hay un informativo en donde dicen que están matando a alguien… o sea, es como… re morbo la gente.
–Y… hay mucha gente que es muy morbo, tenés razón. La verdad que sí, hay gente que es morbo.
–O se escucha una frenada y todos: “¡Ay! ¡No! ¿A ver?” –digo con distintas entonaciones.
–Como… cuando ves toda gente ahí, toda junta, es que pasó algo.
–O vos decís “estoy re feliz” –digo con voz neutra, y hago un gesto con las manos levantando los hombros–. Pero si decís “me acaban de robar” –agrego con la misma voz–, todos vienen… Y no a ayudarte, porque ya te robaron –se ríe y afirma con la cabeza.
–A ver qué te robaron.
–O sea, mientras te robaban… no te ayudaron. Pero después todos vienen “¡ay qué mal! ¡Ay qué mal!” –insisto.
–Sí, hay mucha gente que es así, uno diría que la mayoría. El temas es que… bueno, que no puedas…
–La mi-no-rí… a es in-vi-si… ble –me siento una institutriz recitando.
–¿Sí? ¿Te parece?
–¿Para mí? Sí.
–Para vos sí, digamos, hasta acá no pudiste ver mucha buena gente que digamos… para vos son todos realmente jorobados.
–¡Hasta el más bueno tiene un costado “jorobado”!
–Bueeeeno… seguuuuuro…
–Y bueno…
–Pero…
–Es que estoy tan adiestrada a ver ese costado –la interrumpo–, que puedo estar con un angelito y…
–Está bueno lo que decís –me interrumpe–, es como tener oído para la música, ¿viste?
–Sí, bueno, hubiera preferido tener oído para la música la verdad…
Se ríe.
–Bueno, la percepción es muy… es como muy selectiva, ¿viste? Uno no percibe todo, uno percibe de acuerdo con su historia, con lo que le pasa, con lo que ve, con lo que siente… La percepción “es así”, seguramente vos… Esta carpeta –señala una carpeta que hay sobre la mesa–, viene una persona y la ve desde allá y ve esto, y vos la ves desde ahí, y yo… ¿no? La percepción es distinta, ¿no? –no respondo–, es diferente…
–En este caso sería la “perspectiva”.
–Bueno, llamémosle como vos quieras: perspectiva. “Cada uno tiene su perspectiva”. Estem… así que bueno… emh… Bueno, es interesante lo que decís… estem… ¿Clara…? Estem… bueno, ¡me parece bien que hayas venido! –dice, cambiando el tono de voz repentinamente por uno muy eufórico–. Me parece “muy bien” que hayas venido. Eh… eso habla de que algo en vos quiere estar mejor… ¿sí? Porque si no ni vendrías, es como decir…
–¿Sabés qué pasa? –la interrumpo antes de que siga llenando el espacio auditivo–. Que hasta antes de enterarme de esto…
–Mjm.
–¿Cómo te explico…? Es como que depositaba todo en… mi padre. Y ahora no está y no sé dónde… depositar todo.
–¿Qué sería “depositar todo en mi padre”? ¿Le echabas la culpa? ¿O decías “es por eso”?
–Algo así. No sé si lo pensé con palabras tan concretas.
–Claro, pero es como que… medio que lo relacionabas con él… Las cosas malas, digo, ¿no? –la miro muy seria y no respondo–. ¿Cómo se llamaba? –dice, levantando la lapicera.
–Prefería no hablar de él.
–Ni nombre… tábien –hace ruido con la lapicera cuando la deja nuevamente sobre la mesa–. Estem… ¿de tu hermana? Tampoco sabés nada, me decías…
–Hace tiempo. Sé que es docente, que se casó, que tiene hijos.
–Mjm… Si…
Otra vez nos quedamos en silencio.
–¿Y qué más te gusta? Te gusta la música… ¿Y qué más?
–Es que estoy teniendo como una visión interesada del mundo…
–¿Por qué, a ver? ¿Qué te interesa?
–No sé si me gusta “la música”.
–¿Mjm?
–Sé que tal vez puedo tocar un poco en el subte o en algún lado y sacar unos mangos para no tener que hacer esas “horas extras” –acentúo las últimas palabras y ella me mira de costado entrecerrando los ojos, como indicándome que “entendió” algo que en realidad no estoy diciendo.
–Sí… –nos quedamos en silencio, la miro jugar un poco con la lapicera hasta que se le cae ruidosamente sobre la mesa–. Y… fuera de esto, de “interesada”, de… digamos, ¿hay algo que te guste de verdad? Porque la guitarra igual te gusta… o sea, es algo que te agrada, no es que te desagrada como el trabajo de la noche, por ahí, ¿no? –no respondo–. O sea… si vos… digamos, si ganaras lo mismo preferirías tocar en el subte, de repente… que a la noche –sigo sin responder–. Digo, por cómo hablás del trabajo de la noche…
–Y… es lo mismo, digamos… ¿no?
–¿Si? ¿Te parece igual? ¿Cuando estás en el subte tocando que cuando…?
–Y…–la interrumpo–, tenés que estar haciendo toda la pantomima, como siempre.
–Mjm.
–Es otro tipo de pantomima.
–¿Qué sería “hacer la pantomima”?
–Y… –hablo con voz cansada–, qué se yo…
Se acomoda en su silla. Yo hago lo mismo por reflejo. Nos quedamos en silencio.
–“La pantomima…” –repite, como reflexionando–. Bueno, Clara –dice, con la voz mucho más elevada–, estem… ya está. Emh ¿los lunes podés venir a esta hora, una y media?
–Sí, ¿te viene mal el horario? –respondo con un tono totalmente distinto a lo que venía siendo, como si se tratara de otra persona.
–No, re bien… te pregunto porque tal vez…
–Yo, si puede ser a las dos, mejor –la interrumpo rápidamente–, pero si a vos te viene bien…
–¡Tengo ocupado! –agrega antes de que termine de hablar–. Tengo un paciente ahora que llega a las dos… estem… pero una y media… te espero, ¿dale? Eh…
–¿De una y media a dos? –digo con cierto asombro.
–De una y media a dos, ¿dale? Emh… ¿si no te llamo o  justo nos cruzamos como hoy?, entrá directo. Yo justo hoy salí pero en general estoy acá. Así que, si vos… vos llegá y esperame. Si no… estem… ¿Si no te llamé?, pasá o golpeá la puerta, si está cerrada ¿sí?
–Bueno.
–¿Clara? Y… Bueno, ¿dijiste que nunca hiciste terapia con un psicólogo? ¿Consulta…? ¿Psiquiátrica…? ¿Psicológica…?
–Alguna vez tomé antidepresivos pero… con unas recetas que hacíamos con una computadora –contesto con tono claro y seguro.
–Ah… o sea que no es que te las habían recetado.
–Me las recetó una compañera de trabajo.
–¿Que qué era? ¿Qué hacía?
–¡Trabajaba con migo!
–¡Pero no era médica!
–Noooo…
–¡Ah! Ah, ah… entonces no te las recetó, te las dio así…
–Ella iba al médico…
–Le daban a ella y ella a vos.
–Claro.
–Buá… Este… ¡Bueno! ¡Charlamos la vez que viene! –habla enérgicamente, parece estar apurada o querer terminar con la sesión–. A ver si… realmente estaría bueno que hagas una consulta de repente… pero bueno, lo charlamos, no sé todavía porque te vi una vez sola y me gustaría conocerte un poco más.
–No sé, pero… ¿la verdad? Es que yo solo tomaba alcohol.
–Sí…–responde comprensivamente.
–Y cuando… tomé esas pastillas… medio que hice cualquier cosa.
–Obvio… –dice casi con tristeza–. No tenés que tomar esas pastillas con alcohol, no te sirve –dice rápidamente, con gesto comprensivo pero sin dejar de mover con velocidad de lugar las cosas que tiene sobre la mesa.
–La verdad es que en mi trabajo…
–…pierde efecto la pastilla, te hace…
–En realidad tiene otro efecto.
–Sí, obvio. Pero no el efecto deseado. O por lo menos por un médico –se ríe un poquito, después suspira dejando las cosas y tomándose las manos con una gran sonrisa de manera que parece estar rezando.
–Me pongo muy agresiva.
–¡Obvio! ¡Me imagino! ¡Claro! ¡Genera eso! Y no solo a vos, ¿eh? ¡Todos los que toman alcohol y pastillas se ponen agresivos! No sos vos, ¿mh? Así que: “evitá” la combinación si no querés que…
–Sí –la interrumpo–, pero en mi trabajo no sé si podés dejar de tomar alcohol… No me lo banco sino.
–Claro… ¡Seguro! ¡Bueno! ¡Por eso tenemos que seguir viéndolo! A ver cómo es con tu trabajo, ¿no?
–Y si no lo sostengo… ¿donde vivo?
–¿…dónde?
–Vivo.
–Bueno, vamos a seguir hablando, a ver si hay otra posibilidad, ¿eh? No cerremos ya la puerta, como si fuera la única posibilidad que tenemos, ¡vamos a ver si hay otra! –habla con entusiasmo–, ¿eh? “¡Para eso estoy acá!”
–Para eso estoy acá –repito.
–Tal cual –apoya una mano sobre la mesa en un gesto conclusivo–. Así que, estem… ¡Bueno! –dice, intentando nuevamente dar un cierre–. Entonces, vamos a trabajar: los lunes. De trece treinta a catorce. Estem… Hay un bono, que vos tenés que poner el valor… ¿más algo que puedas? Y que tiene que… ser… mínimamente de treinta… bueno, no es mínimamente, tiene que rondar los treinta y cinco pesos, ¿sí? Eh… ¿qué más? –piensa en voz alta mientras mira por arriba los papeles en los que estuvo anotando–. Vos ahora ¿cuando salís de acá? Pasás por adelante, pagás tu bono, te van a dar un papelito, me lo mostrás para que yo… estem… anote el número.
–¿Voy y vuelvo?
–Sí, y después te llevás el papelito vos –me mira con simpatía, pestañando–. Y la próxima vez, antes de entrar ya pasás por allá y entrás ya con el papelito, ¿sí? Que es… como el monto que pagás, ¿sí?
–Ah.
–¿Qué más…? Eh… bueno… Como Centro Dos, viste que es un lugar abierto a la comunidad como para que todos se atiendan, el promedio de los tratamientos es de treinta pesos aproximadamente, para darle un lugar a otra gente que también está esperando. Eh… ¿qué más? Bueno, si… necesitás faltar algún día me avisás que vas a faltar…
–¿Llamo acá?
–Llamás acá… de todas formas, lo que se trata es que, bueno… sacando que suceda algo realmente…
–Yo voy a tratar de que no –la interrumpo–. La vez pasada no pude venir...
–Sí… ¿te quedaste dormida o te sentías mal?
–No. Tuve que cubrir a otra chica.
–Mh, o sea que seguías allá… Bueno, este…
–Ella siempre me cubre a mí y no le puedo decir que no.
–¡Está bien! Esta bien, son cosas del compañerismo… está bien. Este… pero bueno, la idea es que no faltes, que vengas “todos” los lunes. Eh… la idea es que si… digamos, si se falta, que abones la falta. No la de la semana pasada porque no habías empezado, pero sí de acá en más como para guardar tu lugar, este… ¡Y bueno! Se promedia seis meses los tratamientos… estamos en mayo, así que estaremos trabajando hasta fin de año o antes de fin de año, ¿sí?
–Bueno –respondo aturdida, un poco cansada.
–Bueno… ¿te veo la semana que viene entonces? –me habla con soltura mientras se levanta. Digo que sí con la cabeza–. Bueno, buenísimo. Yo te acompaño ahora hasta la puerta–. Abre la puerta y sonríe–. Bueno Clara, chau, ¡que tengas buena semana! –me da un beso en la mejilla–. Te espero el lunes, una y media.
–Bueno, ¿paso y te toco la puerta?
–Sí, sí.
–Bueno.
Camino por el pasillo.
–Hola, ¿qué tal? –dice el siguiente paciente a la mitad del camino.
–Hola, ¿cómo estás? –responde D. Me doy vuelta y veo que está detrás mío.
–Chau –le digo. Ella responde con una sonrisa que no sé si es para mí o para el nuevo paciente. Sigo caminando y llego a la recepción. Pago treinta pesos, me dan un ticket. Vuelvo hasta el consultorio con el papelito, golpeo. D. abre la puerta y se asoma.
–Te lo doy la sesión que viene –susurra guardándose el papelito y volviendo a cerrar.
–Sí –. “Media hora”, pienso, “¿cómo se construye el tiempo en el cerebro?”