Sesión 8: Esa escalera ascendente de las cosas














· (El viaje a Rosario)
· Las manipulo como a un objeto
· La ética de un lugar así
· Seguir no decidiendo
· Esa escala ascendente de las cosas
· "Lo que es engaño para uno no lo es para otro"
· Lo mismo

Lunes 27 de agosto de 2012

Llego. La puerta está entreabierta, D. hace un movimiento con la cabeza indicando que entre y mientras se reclina sobre el respaldo me habla.
–Hola Clara, ¿cómo va? –entro–. ¿Bien? –me dice acomodando algunos papeles.
–Bien –respondo sin ganas y me siento. El lugar me parece muy iluminado, el tubo del techo esta vez está encendido y da una mayor sensación de encierro.
–¿Cómo va todo?
–Acá…
–¿Acá…?
La miro fijo, se la ve menos apurada que otras veces.
–¿Vos?
–Bien –me responde acomodándose el pelo, dispuesta a cambiar de tema.
–Ehm… te quería preguntar algo…
–Dime.
–Yo durante septiembre no voy a poder venir… –inclina la cabeza sin dejar de tocarse el pelo, me mira de reojo–¿puedo retomar en octubre?
Levanta las cejas antes de hablar.
–No. Acá en el Centro Dos, no –habla muy seria–. Porque no me dejan correr un mes vacío el horario… cuando vean que no viene nadie…
–Sí… –respondo compungida.
–…me mandarán otra carpeta –termina la frase con un tono más comprensivo.
–Claro.
–¿Vos por qué no podés venir en septiembre?
–Porque me tengo que ir de viaje.
–¡Ah…! ¿Adónde te vas?
–Vamos a Rosario… eso.
–Ajá… ¿con quién te vas?
–Con la gente de… con algunas personas del local.
–¿Qué vas a hacer allá?
–Están pensando en abrir una sucursal y me pidieron como… una colaboración como para… organizar algo allá.
–O sea que te vas unos días allá… un mes.
–Un mes.
Estamos muy serias.
–¿Y? ¿Qué te resulta? ¿Te dan ganas, no te dan ganas…?
–Mh… la verdad es que lo estoy tomando como si no fuera nada. Ya veré cuando esté allá… es como si fuera parte…
–Te pagan un extra… –me interrumpe con su gesto de interrogación–, te pagan igual… ¿cómo…? ¿Cómo es? ¿Arreglaste un número con estas personas?
–Y… medio como que… como no voy a estar acá y la casa… alguien se tiene que hacer cargo, me ayudan a pagar el alquiler.
–Ah, bien… porque te viene bien –afirma con tono interrogativo–. Y además te dan el sueldo, digamos, ¿no? Te ayudan a pagar los gastos y además…
–Y… lo que pasa es… es… básico: yo pago mi alquiler con las propinas. Y si me voy a Rosario no tengo propinas, no puedo pagar el alquiler, entonces me pagan el alquiler.
–No… bien. ¿Te gusta eso? ¿Te cierra en algún lugar o…?
–Me da igual… es lo mismo.
–No, no es lo mismo…
–No, te digo que yo me lo estoy tomando así. Hay que ver cuando esté allá, a ver qué pasa.
–¡Claro! Claro… ¿conocés Rosario?
–Sí, tengo unos primos allá.
–Ah… ¿y sabés si los vas a ver o…?
–Ni idea, tampoco… –hago una pausa–. No, me enteré ahora y dije “bueno, está bien”. Me voy el miércoles.
–¿Y porqué te eligieron a vos? –me interrumpe.
–Y, yo te conté que medio soy… –hago una pausa, empiezo a hablar en voz baja–, no sé… medio que armo algo ahí… no sé.
–¿Qué armás?
–Mh… no sé si “armo algo”… como que me posicioné en un lugar y…
–¿Y qué querés hacer con eso? Viste que en la última sesión… me dijiste que querías… –deja pausas para que la interrumpa pero no respondo–. Digo, que vos te preguntabas un poco esto, ¿no? De que en realidad te dabas cuenta de que había chicas que no eran… de que la mayoría de las chicas no eran muy… “inteligentes” o muy… –las pausas son cada vez más largas y estira mucho las palabras–, y que necesitaban alguien que las organice… y que vos te planteabas que por ahí no estaba bueno… que vos…
–No es que sean o no inteligentes…
–Mjm.
–No tengo idea de si son o no inteligentes.
–Si… –me mira con el mentón bajo y los brazos cruzados. Está apoyada en el respaldo, parece esperar una respuesta contundente.
–Digamos que… no tienen ganas de… ¿poner en práctica sus ideas?
–Mh…
–O pensar, directamente.
–¿Y vos qué ideas tenés… –no respondo– …que pondrías en práctica?
–No sé –ahora está más seria que antes, incluso pareciera estar enojada, entonces me apuro a dar una explicación sin pensarlo mucho–. Por ejemplo esto, que me cuestiono si quiero estar en ahí o no.
–Mjm –no parece convencida.
–De que veo que tengo la capacidad de… manipularlas, o de dirigirlas.
–Manipularlas –repite–. ¿Y en qué momento te das cuenta de que las podés manipular?
–Y, es… ellas… eh… se ponen en el lugar de… –hablo muy lento, hago pausas– de ¿objeto?
–Ajá –nuevamente vuelve a cruzarse de brazos y reclinarse sobre el respaldo. Esta vez me mira como si estuviera arriba de algo muy alto.
–Y yo las manipulo como a un objeto –concluyo–, para gente que las usa como un objeto.
–Con los hombres que vienen… o sea, vos decís: “Pirulita andá con Pirulito…”, o “andate vos con este…”. O sea, vos manejás los hilos, vos movés los hilos.
–Claro, como por ejemplo… uno está caprichoso con una que de repente no tiene… –hablo entre dientes, me molesta decir lo que estoy diciendo– tiempo, o qué sé yo… y lo convenzo de que… no sé qué.
–Que mejor con otra que le puede gustar o algo así –dice, con su gesto de interrogación al final.
–Algo así –repito.
Nos quedamos en silencio. Recién ahora me encuentro con el murmullo que viene de afuera.
–Y ahí te das cuenta de que manipulás –dice–. Dirigís.
–Sí… el tema es que llegué ahí y no… ¡no es que yo me propuse llegar ahí! –agrego hablando muy rápido–. La propuesta para mí era otra. Y de repente me encontré ahí.
–Tu propuesta era la de hacer música, la de poder estar en un lugar… y no pudiste hacer nada de eso. Y ahora te encontrás con esto.
–Es que no es “pude” o “no pude” –la interrumpo–, de repente me fui como metiendo en otra cosa para sostener el lugar o para no sé qué y “me encuentro…” –digo como si estuviera contando una historia de suspenso– en un lugar que no sé si… quiero o no.
–Sí… –me mira fijo, muy concentrada, analizando cada cosa que digo, cada gesto.
–Y creo que este viaje me va a hacer ver algunas cosas. Me imagino. Quiero creer. O eso espero.
–Obvio –dice con la voz muy baja.
–Tampoco reflexioné mucho. Me lo sugirieron y dije “bueno” –levanto rápidamente los hombros y las cejas al mismo tiempo.
–Te lo sugirieron…
–Fue hace dos días… nos vamos en dos días. Total, acá no tengo nada que hacer.
–¿Y qué tenés que hacer ahí? ¿Entrevistar chicas…?
–Ni ellos saben.
–¿Conocer chicas…? –insiste mirándome de reojo, tiene algo siniestro en el gesto, algo que la hace parecer a los “clientes” de los que solemos hablar.
–No, ni ellos saben.
–Ni ellos saben –dice, suspira y cambia de posición–. Van a abrir un local, te llevan a vos y vos vas a ver qué hay que hacer.
–Claro.
–Mjm.
–Porque… medio que… así fue lo que hice yo ahí, como sin… tener idea fui haciendo cosas y nada, confían en mi capacidad de…
–En tu capacidad… sí.
–“Vamos y algo se te va a ocurrir”, “bueno”.
–Y ahí, digamos, como que parecería… o por ahí no es así, no sé, vos me dirás, pero como que pareciera como que habría una posibilidad de tener un rol un poco más… –busca las palabras con lentitud– activamente claro, como que vos dirigirías también para ellos, ¿no?
–Bueno –ahora mi voz suena nasal–, de repente yo me encuentro teniendo… haciendo determinadas cosas… –explico.
–¿Cómo qué? –me interrumpe.
–¡Esto que te digo! O sea, me encuentro como dirigiendo esa parte…
–“Que vos venís para acá, vos vas para allá”, sí…
–Si yo lo estoy viendo, me imagino que ellos también.
–Mjm.
–Y… pero es como en este tiempo… –digo, recordando–. Desde que vine acá.
–Sí…
–Que me encontré haciendo eso, me empecé a cuestionar eso.
–Sí…
–Y yo no sé, pero… es un lugar a donde te manejás sin hablar mucho. O sea, por un lado está toda la mímica de “¡ay, es todo fantástico!”, y por atrás de eso pasan cosas que no se hablan pero se entienden.
–¡Claro!
–Entonces… es como si hubieran visto que yo venía para un lado, a lo que ellos decían “está bien”, o sea, “no nos molesta porque nos sirve”, y es como si se hubieran dado cuenta de que en un punto me hace ruido entonces… eh… algo cambiaron, no sé, vamos para allá, vamos a abrir un nuevo local… como que me están…
–¿Te hace ruido qué? –me interrumpe.
–¡Lo que te dije antes! Que me encontré manipulando gente y… –me desanimo–,  qué se yo… convenciendo a ciertas personas de que les gusta algo –me mira fijo–. A las chicas incluso…
–Sí, sí… –me habla con impaciencia–. Ahora, vos antes me preguntabas desde lo ético, si estaba bien o estaba mal, ¿no? En un punto me habías dicho eso, ¿no? La discusión pasaba un poco por, “bueno, a veces me pregunto si es esto ético…”.
–Lo que pasa es que hay una distancia entre lo ético y lo moral.
–¿Qué sería lo ét…? –se interrumpe–. ¿Una distancia entre lo ético y lo moral? ¿Por qué?
–¿Vos no creés?
–No… no sé a qué te referís, por eso te pregunto, ¿qué sentís?
–Porque puede haber ética incluso en lugares así, pero en lugares así no hay lugar para la moral.
–No…
–Incluso en un lugar así puede haber ética –insisto.
–Está bien, es como tener determinadas cosas que hay que cumplir.
–Y… tener como ciertos principios… ¿no?
–Mh… está bien. O sea, igual ética vos sentís que hay…
–Dije: “puede haber”.
–Puede haber –repite–. Sí… Mirá, yo creo que en un punto está bueno que haya surgido este tema porque es un poco la pregunta por la que vos venías… ¿no? Si te gusta o no te gusta lo que hacés, si querés o no querés seguir ahí… Yo creo que esto de que vos registrás que podés manipular a los demás tiene que ver con darte cuenta de que… bueno, que vos en un punto estás como en otro lugar… de la media de las chicas que están ahí, ¿no? No digo todas, pero la mayoría… –hace muchos gestos para recalcar sus palabras, intentando hacerme ver la obviedad de lo que está diciendo.
–Bueno, pero también es una cuestión de experiencia y edad.
–También… Entonces, la pregunta que yo… que me surge a mí es, después de los meses que nos conocemos, que nos soltamos digamos, que venís acá… No podemos decir que tenés un tratamiento extenso, ¿no? Pero digamos que, las veces que nos vimos… Me gustaría preguntarte realmente qué vas a hacer con esto, ¿no? Porque a mí me parece que en un punto… eh… es una decisión… qué hacés con tu vida, ¿no? Si te quedás acá… si te buscás otro laburo, como vos dijiste, que tengas que cumplir una rutina igual, no lo sé… un laburo de día, o seguir en este laburo de noche… Pareciera que no tenés demasiadas opciones, no es que te llueven trabajos de día tampoco. Pero digamos, la pregunta sería: hasta cuándo, si para siempre, para qué, si vas a seguir con esto… Este viaje a Rosario me parece que también marca como una decisión, en la que vos rápidamente decís que sí… Me parece que entonces hay, sin darte cuenta o dándote cuenta, como una decisión de seguir con esto.
–Es así –carraspeo y me enderezo en la silla, tengo la intención de que el asunto quede claro–: yo en este momento no puedo decidir no seguir, porque decir que no a ese viaje es casi decir que no a seguir trabajando, y como la verdad es que mucho para quedarme no tengo… ni siquiera tengo amigos a los que extrañaría… ¡me da igual! Estar allá, acá, en la China…
–Sí…
–Me da lo mismo.
–Seguro, pero digamos… también eso marca, a mi entender, un convencimiento de que va por ese lado –en la voz se percibe cierto enojo, cierta molestia.
–¡No! –anuncio categóricamente.
–¿No?
–Sí pero no… a ver… No puedo decidir en este momento no estar ahí.
–Porque te quedás sin trabajo…
–No tengo otro trabajo, tampoco es algo que sé si quiero o no… O sea, es algo que yo no puedo decidir en este momento, entonces esto es parte de seguir en ese trabajo pero no significa que esté decidiendo continuar para siempre en ese trabajo.
–Seguir en ese trabajo y… y… digamos…
–Es simplemente –la interrumpo– seguir no decidiendo.
–Claro, seguir no decidiendo… ¿y qué pensás que es lo que te hace…?
–Ni sí, ni no –insisto.
–Claro.
Nos miramos en silencio, serias. Cada vez que nos callamos escucho el ruido que hay afuera del consultorio, lo que me hace quitarle un poco de seriedad a lo que venimos hablando, relativizar.
–¿Y qué pensás que es lo que te hace seguir en esta posición? ¿Qué no querés soltar? ¿O qué te da miedo soltar? ¿O qué te parece que implicaría dejar este laburo…? ¿Qué… qué pensás?
–Y no sé –digo, suspirando–, porque cuando vine acá era que estaba aburrida y ahora es…
–¿No es tan aburrido?
–No, no es que me aburra o no, me doy cuenta de que eso sigue siendo igual. Pero ahora lo que me estoy cuestionando son otras cosas.
–¿Qué tipo de cosas?
–Y… todo lo que hablamos la semana pasada… –suspiro hondo con cierto hartazgo, ella dice algo que no entiendo pero yo sigo hablando igual–, porque es obvio que tener poder da cierto placer.
–Ajá –vuelve a cruzar los brazos–. Te está dando placer –afirma.
–El tema es si realmente quiero eso o no. Y… no es que me “esté dando placer”. Las palabras no habría que escucharlas tan literalmente.
–¿Y cómo lo dirías…?
–Y es como todo, si tenés poder querés más poder, si conseguís algo querés conseguir más… es como… siempre esa escalera ascendente de las cosas.
–Sí… ¿Y con el aburrimiento qué te está pasando?
–Me siguen pareciendo unos nabos todos esos tipos… pero el ser consciente de que los estoy manipulando y que… es como si no me pusiera en el lugar de padecer ese aburrimiento sino de aprovecharme… O sea, no padecer que son unos nabos sino aprovecharme de que son unos nabos.
–Mjm.
Estamos muy tranquilas, las voces son suaves, pareciera que hablamos de campos floreados y tardes felices.
–Es como que de repente estoy parada en otro lugar. Entonces es “¿qué hago?, ¿me aprovecho de estos tipos que son unos nabos?” –digo con voz nasal.
–Mjm.
–No sé…
–Los tipos a los que te referís son los tipos que van ahí, a…
–Claro –la interrumpo.
–Mjm.
–Algunos en particular, sobre todo.
–Bueno, es interesante, porque es como decir “bueno, me entrego a esta situación, manipulo, disfruto con eso o por lo menos saco algún provecho de eso… o me voy”
–El tema es: “me voy”, ¡qué heroico! –digo con tono irónico–. Me voy… ¿y adónde me voy?
–Y bueno, por eso, hay que armar otro lugar.
–Y mientras tanto, hay que sostener el lugar en donde estoy… y no hay que sostenerlo desde el lugar ingenuo en el que estaba, hay que sostenerlo desde otro lugar en donde cada cosa que hago… sé que estoy haciendo eso.
–Mjm.
–Entonces…
–¿Entonces?
Otra vez el murmullo de afuera. Hablan de un turno, es el hombre con voz monótona de la vez pasada. Nosotras dejamos de hablar por un rato.
–Me acuerdo que yo te había preguntado… qué era para vos el engaño.
–Mjm.
–Me dijiste que… desde un lugar… no sé, desde la información que manejás, desde tu lugar como psicóloga… me dijiste que me lo ibas a responder.
–¿Que yo te iba a responder eso…? Qué mentirosa que soy… –dice, parece sobrarme. Se ríe con una carcajada bastante mal actuada–. Qué mentirosa, después de todo soy mentirosa. Vos que hablabas hoy de la mentira… ¡eso es la mentira, soy mentirosa!
–Pero ser mentiroso… en ese momento…
–¿Cómo te voy a responder a una pregunta que…? –se ríe.
–¿Y en ese momento sabías que no me lo ibas a responder?
–¡No! ¡Ni me di cuenta! ¡No me di cuenta! Por ahí te lo dije como vos decís… ¿viste? Yo también dije… –no se entiende si se ríe de verdad, si es por incomodidad, si me está cargando– ¡No me acuerdo! ¡Ahora me tengo que hacer cargo de lo que dije! –se ríe, la miro seria, decepcionada–. ¡No sé…! ¿Qué… qué me preguntaste? ¿Qué es el engaño?
–Claro, cuál es el límite… cuándo es engaño y cuándo no…
–¡Ay no sé… busquémoslo en Wikipedia o…! –se ríe entre divertida y enojada–. Tal vez podemos saber qué dicen los filósofos, distintos filósofos del tema… la verdad es que no lo sé, no tengo una postura tomada para decirte… Igual me parece que no… no sé si te serviría a vos. ¿Para qué querés saber? ¿Para tomarlo como vara y decir este me engaña este no me engaña? Yo no tengo la vara mágica…
–No, no… No, para eso no.
–¿Y entonces? ¿Para qué te interesa saberlo?
–Y porque sos la persona por la que accedo a una manera de pensar, que es el psicoanálisis.
–¿Por la que accedés a una manera de pensar? La idea es que pienses por vos misma, no que yo te de…
–¡Pero ya sabemos eso!
–¿Y de qué te sirve saber…? O sea, ¿qué pienso yo sobre el engaño…?
–Con ese criterio –la interrumpo– ¡de qué me sirve saber qué piensa quién! O leer filosofía… ¿de qué sirve? ¡Que se maten todos! ¿No? Estoy hablando de otra cosa…
–¿De qué?
–Digo… vos sos como mi acceso a una ciencia que desconozco…
–Vos lo que querés saber es qué es el engaño para el psicoanálisis –termina la frase con el consabido gesto de interrogación.
–Claro.
–Bueno…
–¿Dónde está el límite?
–El engaño… sí existe el engaño para el psicoanálisis, se puede pensar, se puede buscar, se puede tratar de decir algo de eso… eh…
–Porque aparte no es lo mismo buscarlo en Wikipedia que preguntárselo a una persona que está operando con esas herramientas hace mil años y que tiene como un…
–No, sí… no sé si opero con esas herramientas… porque digamos, yo no sé si estoy para ver qué es engaño y qué es verdad. Porque, digo… a ver… Lo que sí te puedo decir es que… digamos… lo que es engaño para uno no lo es para otro, ¿sí? Y que cada uno tiene su forma particular de engañarse. Y por eso no tengo una idea sobre lo que es el engaño. Me parece que cada uno se engaña como puede o con lo que tiene, digamos, ¿no? Seguramente todos nos engañamos un poco… Ahora, eh… como algo moral no lo podría juzgar al engaño.
–No, no estoy hablando de moral.
–Como algo personal… me parece que, te vuelvo a repetir, que cada uno se engaña como puede, como le sale o con lo que tiene a mano, ¿no? Estem… –va aumentando el tono de voz–. La idea es que nos engañemos cada vez menos o que no nos engañemos, ¿no? Y que podamos… eh… bancarnos la verdad de cada uno, ¿no?
–El tema es, ¿cómo hacés para no engañarte si la realidad es un engaño?
–La realidad es engañosa…
–¿Qué es el engaño? O sea…
–La realidad es engañosa… –insiste–. Digamos que…
–Es que no existe “la realidad” tampoco, si vamos al caso –la interrumpo.
–El tema es si vos te comprás el engaño o si no te lo comprás.
–Es que… a ver, si vos no te comprás el engaño de la realidad…
–Sí…
–Estás totalmente enajenado del mundo.
–Vos hablás por ejemplo del laburo.
–Estás loco. ¡No, la realidad en general! Por ejemplo, yo voy caminando por la calle.
–Sí…
–Y… si saco una foto tridimensional a un momento…
–Sí…
–Para cada una de esas personas la realidad es una cosa diferente. O sea, “la realidad” no existe. Entonces es todo un engaño… si lo medís desde ese lugar…
–Una postura budista, la tuya –la miro con sorpresa, se ríe.
–Mh no… pero… es que si lo medís desde ese lugar… si no existe la realidad porque es algo subjetivo, tampoco existe la verdad.
–¿Pero no existe la verdad de cada uno? ¿La realidad de cada uno? Digo…
–Pero entonces si es algo subjetivo no existe “La Verdad” –insisto–. O sea, cuando estás hablando con otra persona cada uno tiene su lugar, su postura, su realidad, su verdad… ¿entonces no existe el acuerdo? –hablo cada vez más rápido, más fuerte.
–Cada uno tiene que llegar a…
–¿Entonces no existe el acuerdo…? –termino la frase con la voz quebrada.
–¿Por qué no?
–¿Y el acuerdo dónde está? En donde las dos personas más o menos se acomodan para decir… “¿ves esa carpeta?” –señalo con el dedo una carpeta amarilla que hay sobre la mesa–, “sí”, “bueno, convengamos en que es verde”, “listo”.
–Sí…
–Y… ni para mí es verde ni para vos.
–¿Por qué no?
–Porque es amarilla –dice algo pero la interrumpo–. ¡Bueno, ok, pero es amarilla!
–Sí…
–¿Y pero qué se yo qué es amarillo para vos?
–Ajá.
–Tal vez si yo tuviera tus ojos la veo verde…
–Sí…
–Porque para mí el verde es… ¿entendés?
–Sí, entiendo, lo que no entiendo es adónde vas, ¿a qué querés apuntar con este planteo? O sea, qué… Entiendo tu planteo, me parece… hasta comparto muchas cosas de las que decís, sin embargo…
–Me pregunto, ¿para qué trabajo tanto?
–¡Ah!
–Ver si quiero o no quiero estar ahí o qué sé yo, ¡si es todo lo mismo!
–¡No sé…! Para pagar el alquiler…
–¡No! No, a eso no me refiero…
–Ah…
–Me refiero a… ¿para qué me cuestiono si manipulo o no manipulo que pin que pan si da igual? Cuando me vaya de ahí me voy a encontrar con gente que también… o sea, va a ser lo mismo.
–Sí…
–Es lo mismo en todos lados. Voy a comprar un sanguchito y me pasa lo mismo con el tipo que me lo vende.
–O sea, en un punto la pregunta con la que llegaste se cierra. En un punto esto de “qué quiero hacer…” es lo mismo. Vos dijiste “me voy a Rosario porque es lo mismo”.  O sea, si uno eligiera para dónde va a estar mirando… para vos, esto de que “lo único que me queda es que vaya a Rosario… que esté, que no esté… que trabaje de noche… que trabaje de día…” –me mira esperando.
–Es algo así como por qué estoy acá.
–Mjm.
–¿Qué hago?
–Es que si todo es lo mismo, es lo mismo…
–O sea, ¿es el momento en el que tengo que tomar una decisión?
–No sé…
–En serio, es como que… da igual.
–Da igual todo. Ese es el tema… entonces, digamos, eso agota todas las preguntas, no queda necesidad de respuesta. En realidad, si todo es lo mismo, ¿para qué te vas a andar complicando…?
–¿Me preguntaste adónde iba? Iba ahí.
–Claro, pero me parece que en ese punto tu pregunta del principio queda sin sentido, porque digamos, si para vos todo es lo mismo… todo es igual…
–El problema es que vuelve a surgir.
–¿La pregunta? –no respondo–. Y… por ahí porque todo no es lo mismo…
–También me doy cuenta de que no es todo lo mismo… –le respondo con una mueca que me tuerce la boca para un lado.
–Es que no se trata de que te des cuenta de que todo no es lo mismo, Clara.
–Igual que… es el límite que te pregunto, del engaño… ¿Cuál es el límite? Una vez que vos estás ahí…
–Sí…
–¡No existe!
–Clara, vos estás ubicada en el lugar de que todo es lo mismo. Vos faltaste un montón de tiempo acá entre las vacaciones, el feriado, y que no pudiste un día porque estabas enferma… yo te propuse vernos en ese momento y vos me dijiste: “no, no puedo”. Y es igual… como que estás ubicada en un lugar en donde todo es lo mismo… es lo mismo venir, es lo mismo que no nos veamos un mes… “Ah, ¿pasó tanto tiempo? No me di cuenta…”. Entonces, cuando todo es lo mismo… ¡Todo es lo mismo!
–Por ejemplo, hay algo que no es lo mismo.
–A ver, ¿qué?
–¿Por qué a veces esa luz está prendida y a veces no?
–Mi estado de ánimo, si querés apagala –dice seria, después se ríe–. Bueno, estem… Digo, ¿te das cuenta de que…? ¿No? Es como que… –hace gestos con las manos–. Entonces digo… ¿qué significaría moverte de un lugar si todo es lo mismo?
–En lo más profundo de nuestra conciencia… –anuncio.
–Mh.
–¿No es todo lo mismo?
–Para mí no… pero yo no voy a estar discutiendo con vos, viste que cada uno piensa lo que piensa… ¡Ni yo te tengo que convencer de nada! Cada uno vive y va viendo lo que le pasa, ¿no?
–Lo que pasa es que tal vez estoy resumiendo mucho o siendo muy… reductiva, pero cuando me refiero a que es todo lo mismo, no es una… Estoy hablando de este… de todo esto a lo que llegamos, se entiende lo que estoy diciendo, ¿no? No estoy diciendo “ah, me da igual” –hago una mímica exagerada de despreocupación.
–No… pero tenés una actitud de ir…
–Livianamente, porque no es liviano.
–Ir sacando conclusiones en donde todo termina no teniendo sentido y siendo lo mismo. Entonces es como que es un encierro donde todo vuelve al mismo punto. Porque vos, digamos, te planteabas “¿tengo que seguir o no trabajando acá…?”
–El problema es que a mí me está sucediendo esto parada en el medio de un bar nocturno… a Buda le pasó en medio de una montaña, entonces es Buda.
–Sí, sí… a mí no me importa dónde trabajás vos, qué se yo… para mí… es un planteo que se lo puede hacer una ama de casa, digo… no es que es un planteo… ¿no? Tengo pacientes que son amas de casa de sesenta y cinco años y que me dicen “¿qué hago?, ¿me separo o no me separo?”. ¡Estaba planteándose si seguía o no en donde estaba, a los sesenta y pico de años! O sea que todos en algún momento se plantean “¿qué hago con mi vida?”, ¿no? Pero digo… eh… qué sé yo... me parece que en un punto hay como cierto encierro en tu discurso, ¿no? Como que esto va para acá, para acá, para acá –abre un abanico de posibilidades con las manos–, pero va… acá –terminando con una palma sobre la mesa ruidosamente–. Como que vuelve al mismo punto –otra vez la mano que vuela y aterriza sobre la mesa–. Entonces es difícil correrse de ahí. Si yo tuviera que decir qué sensación me da todo este tiempo en que te conozco, siento que sos una persona con muchas posibilidades, con muchas potencialidades, que sin embargo se cierra –dice con voz finita, lastimera–, como que repite y repite y repite un discurso y, digamos, termina como autoconvenciéndose, como… ¿durmiéndose? ¿Sedándose? –ahora suena a burla–. Como que te manipulás muy bien a vos misma también… te sedás muy lindo, digamos. Viste, como que te mantenés… es tu recurso. Pero ante eso yo no sé si puedo hacer mucho… Porque uno diría, finalmente terminas cómoda en ese lugar. Tenés como cierta comodidad y cierto resto para bancártela ahí –me mira, no hablo–. Esa es la sensación que me da, ¿viste?
–Mh.
–La sensación o bueno, “la escucha” de todo este tiempo que te vengo escuchando. Y no sé si hay mucho más que yo pueda hacer ahí. Ahora me permito decir esto, ¿no? Como que no veo lugar como para decir “bueno, sigamos desde acá” –sigo sin hablar–. Esa es mi sensación… no sé cómo ves lo que te digo… Me escuchaste, mi sensación es…
–¿Y entonces? ¿Cómo sigue?
–¿Cómo querés seguir vos? ¿Querés cuestionarte algo, querés hacerte alguna pregunta? “Prefiero ir, o mejor me quedo, total… es lo mismo…”
–Sinceramente no puedo decidir no trabajar más ahí. Tengo que pagar ese alquiler y tendría que armar otra cosa para no trabajar más ahí.
–Sí…
–O sea, irme… me tengo que ir.
–Sí… ¿de dónde?
–Ir a Rosario.
–Sí, a Rosario te vas a ir. Bien. Y después, ¿qué? Porque los movimientos que estás haciendo son más para quedarte que para irte… O sea, más allá de tu pregunta inicial, “¿qué hago con este trabajo?”.
–No, estás viéndolo desde un lugar bastante negativo.
–¿Por qué?
–Yo pienso, voy a estar un mes sin todos esos viejos, sin las chicas, sin estar intermediando entre ellos…
–Bueno, entonces… eh… –me mira fijo, entrecierra los ojos y finalmente concluye–: estoy de acuerdo con vos en eso, me parece bien que uses este mes para pensar cómo querés seguir, qué querés hacer.
–Mjm.
–Y a la vuelta nos hablamos y vemos, si se puede volver acá, si se retoma en el consultorio o si decidiste no seguir… digamos, qué querés hacer, ¿mh? Estem… si no se ocupa acá el lugar, yo no tengo ningún problema en seguir la terapia, para mí sos mi paciente y te tengo totalmente ubicada, no es que me da lo mismo que estés o no estés. Estaría buenísimo que pudieras continuar… en este poco tiempo que te escuché me parece como que es interesante haberte conocido, poder escuchar cómo pensás y cómo querés… cómo viniste para dar vuelta la cosa… Me parece interesante. Y me parece que hasta te puede servir venir acá, ¿no? Sería una lástima que no pudieras continuar. Pero bueno, también hay un punto donde está el límite, ¿no? Es hasta dónde uno llega. A veces uno llega a este lugar, deja, después vuelve a empezar y llega hasta otro lugar… ¿no? Son momentos que uno se plantea en una terapia. Es la vida, ¿no? Las verdades de cada uno. Hasta dónde quiere llegar, hasta dónde quiere saber… hasta acá llegué, por ahora dejo ahí… ¿no? –todo el tiempo sostiene una mirada inquisidora, parece querer adivinar lo que estoy pensando–. Estem… pero bueno, me parece piola… Y Rosario está buenísimo, así que disfrutá de Rosario. A mí me encanta Rosario, es una ciudad… chiquita pero alucinante.
–Mh.
–Así que también disfrutá Rosario, salí un poquito de la rutina, ¿no? Perdón que me meta, pero si podés disfrutar…
–Veremos.
–Conocer, salir, pasear… ¿mh? Un poco de despeje también, no es todo laburo, ¿viste? ¡Porque sos más laburadora…! Voy a laburar vuelvo a casa voy a laburar vuelvo a casa –repite rápidamente moviendo la cabeza de un lado a otro–, ¿no? A ver si podés poner un corte.
–Mh… no sé si es que siempre es todo laburo… –dice algo que no entiendo–. ¿Cómo?
–¿Qué hacés cuando no trabajás? –no contesto–. A eso voy… sos como muy trabajadora, muy dedicada al trabajo, del trabajo a casa –insiste.
–Sí pero… lo estás tomando como si fuera una oficina… pasan otras cosas también ahí.
–Sí… a ver, no digo que sea el ambiente de una oficina, pero tampoco deja de ser un trabajo. Es un trabajo, es una rutina. Es como dijiste vos, “al final me cambio porque me voy a trabajar”, no es que… “me cambio para ir a divertirme”. Me cambio para ir a trabajar, me pongo linda, me pongo elegante… pero es para ir a trabajar, ¿mh? Así que fíjate si podés zafar un poco de este laburo, ya que no vas a ver a los viejos, estem… ¿no?
–Mh.
–Un mes… ¡ya te digo que es un montón para zafar de eso! ¿O no?
–Vamos a ver –digo entre dientes–. También hay que ver con qué me encuentro allá.
–¿Qué encontrarás allá…? –entorna los ojos y sonríe con tristeza–. Bueno, espero que lo disfrutes, o que puedas pensar en algo. Nos vemos a la vuelta, o llamame a ver cómo seguimos.
–Te llamo a ver si…
–¡Porque septiembre es ya, la semana que viene!
–¡Sí! Me voy en… dos días.
–Bueno, ¡bien! Bueno, ¡bárbaro! –acomoda algunas cositas sobre la mesa y hace un gesto de estar levantándose de la silla, al que respondo parándome–. Entonces nos vemos… ¡llamame!
–Vuelvo en octubre –anuncio mirándola desde arriba, entonces ella también se levanta.
–Llamame a la vuelta, y si… a ver, y si en este mes sucede algo allá o no te sentís bien o lo que fuera, también llamame, ¿mh? –me habla mientras camina–. Porque es un cambio… te estás yendo… Así que, bueno –abre la puerta–, o me llamás desde allá, o me mandás un mensajito, o nos hablamos a la vuelta, ¿está?
–Bueno, dale.
–Cuidate –sonríe sin alegría y apoya una mano sobre mi hombro con aplomo.
–Gracias, igualmente.
–Chau Clara –me da un beso en la mejilla–, nos hablamos.
–Chau.